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lunes, 15 de julio de 2013

Nuevas amistades


Juan García Hortelano (1929-1992) escribió Nuevas amistades en en 1959, obra que le permitiría ganar el premio Biblioteca Breve de ese año. Se trata de una novela realista conductista, lo que supongo yo que será algo así como el realismo resultante de la interacción libre de unos determinados personajes con el medio al cual, realistamente pertenecen. Es decir, un tipo actuará de una manera determinada en función de los estímulos que reciba del medio. Si el objetivo del novelista es contar (narrador mediante) una acción que le acontece a unos personajes en un lugar y en un tiempo determinado (simplificando hasta la estupidez la narratología), puede optar, según parece, por registrar con absoluta fidelidad la reacción (acción) de un personaje ante un acontecimiento problemático. Esta reacción vendrá determinada por el entorno en el cual se mueve el héroe. El resultado será una novela realista (con sus evidentes limitaciones) en la que los personajes actuarán tan libremente como se lo permita su circunstancia.
Si de la teoría pasamos a la letra, vemos que en esta novela realmente pasa algo que se parece a todo esto. En Nuevas amistades el narrador busca continuamente la objetividad propia del realismo. Se me hace muy difícil recordar algún momento en el que se le sorprenda al narrador en algún renuncio subjetivista. Más bien este se limita a presentar los personajes y los lugares. Se diría que sus intervenciones son premeditadamente monótonas, asépticas, y, en cuanto puede, cede la voz a los personajes. De este modo el narrador los deja solos ante la realidad que los circunda, obligándoles a reaccionar de manera autónoma y suficiente ante lo que les acontece.
En un principio nos encontramos con un grupo de jóvenes pertenecientes a la alta burguesía madrileña. Su manera de actuar es excesiva. Beben excesivamente, gastan dinero de un modo excesivo, sus horarios son excesivos. Parecen hacer lo que quieren y lo hacen con la suficiencia de quienes saben que pueden y deben hacerlo. Pronto en sus conversaciones se hará evidente una fuerte conciencia de clase, la que les sitúa, por derecho propio, por la autoridad que otorga el dinero, las relaciones, la cultura y el refinamiento, por encima de sus contemporáneos. 
Durante la primera parte de la novela asistimos a la caracterización del grupo. El novelista permite que sean sus criaturas las que poco a poco se vayan definiendo. Para ello asistiremos a su vivir cotidiano, el cual nos irá haciendo evidentes las costumbres, los miedos y esperanzas de cada uno de ellos, los principios constitutivos de sus respectivas personalidades. No obstante, será el punto de vista de uno de estos personajes el que resultará recurrente a lo largo de toda la narración. El narrador ha preferido seguir a Gregorio, un joven de diecinueve años recién llegado de Gijón. De este modo Hortelano refuerza los lazos emocionales que el lector mantiene con el protagonista de la obra. Ambos, lector y protagonista, se encuentran en la misma posición de partida. Los dos van conociendo al mismo tiempo a los personajes de esta historia.
La novela rompe su monótono e intrascendente discurrir cuando una de las jóvenes del grupo, Julia, queda embarazada de su novio. Desde ese momento se ponen en marcha una serie de acciones que procuran restituir la situación inicial, lo cual implica inevitablemente practicar un aborto. Se evidencian ante este suceso perturbador los lazos de solidaridad que cohesionan al grupo y al mismo tiempo se agranda la figura de Gregorio, que va cobrando mayor protagonismo dando muestras de una gran seguridad y de una extraordinaria voluntad de acción.
En un principio Leopoldo y Pedro, que es el novio de Julia, idean un plan para resolver el problema. Pronto en este plan se verá inmerso Gregorio, que no tardará en asumir la dirección de las operaciones. Para practicar el aborto se hace necesario acudir a los estratos más bajos de la sociedad, donde estos acontecimientos suelen ser bastante frecuentes y donde existen soluciones clandestinas para ellos. Seguros en que su capacidad económica les permitirá enmendar cualquier dificultad, contratan, por medio de Pedro, un antiguo miembro del grupo, a una doctora que practica el aborto. Durante la convalecencia de Julia, cuando ya todo el grupo está informado de la situación, lo cual demuestra lo endeble que puede resultar la resolución de estos jóvenes, se alcanzarán los momentos de mayor dramatismo. Envueltos en la más absoluta ignorancia, se enfrentan a los crecientes dolores de Julia, lo cual les hace dudar de los resultados de la intervención y empiezan a considerar la posibilidad de que la paciente se encuentre en peligro de muerte. En estos momentos de tensión los personajes continúan dibujando sus respectivas personalidades. Leopoldo pierde fuelle y Gregorio se muestra mucho más frío y calculador, aunque también temerario. Al final de la novela la tensión se vuelve insoportable, lo que hace que, sin el consentimiento de Gregorio, pidan ayuda a un amigo médico. El diagnóstico de este doctor descubrirá el engaño del cual han sido víctimas. Julia nunca  ha estado embarazada. Unos incautos, miembros de ese sector de la sociedad que desprecian, han aprovechado sus miedos, sus hipocresías, su suficiencia imprudente, en fin, todos sus pecados de clase para sacarles sus buenas pesetas.
De este modo Hortelano, sin decirlo explícitamente en ningún momento, hace evidente cuan de inauténtica es la vida de estos personajes. Toda la trama montada sobre el embarazo de Julia, el conjunto de decisiones, los riesgos asumidos, incluso el modo de enfrentarse al amor, al odio y a la vida, se desmorona cuando el principio motor de todo ello no es más que una burda trampa. La reacción final de los miembros del grupo acentúa esta idea y no hace más que perpetuarla. Al agredir Gregorio al doctor que acaba de evidenciar el engaño y les reprocha su modo de actuar, asistimos a la renuncia de todo el grupo, de todo un sector de la sociedad española, a la verdadera realidad que se encuentra más allá de esa burbuja que les proporciona el dinero, los buenos puestos en la administración o las amistades de papá.
Me queda la impresión de que todavía quedan muchas cosas por decir, lo cual, entiendo, acrecienta el mérito de esta obra. No obstante, sería demasiado trabajo y muy probablemente ahondaría en un error que comenzó con la primera palabra. Por lo tanto...

viernes, 12 de julio de 2013

La noria



Luis Romero (1916-2009) ganará con La noria el Premio Nadal de novela en 1951. Esta obra sitúa a su autor en la vasta provincia del realismo que en la década de los cincuenta dominará la novela española. Diez años después, en 1962, ahondará en esta misma línea con La corriente, una novela de nuevo ambientada en Barcelona y que volverá a ensayar el personaje colectivo. Antes de La corriente, en 1956, Romero publicaría Los otros, una obra de carácter social en la que un obrero, empujado por las circunstancias, cometerá un atraco. Muy distinta será la colección de cuentos Tudá (1957), en la cual su autor trata de recoger las vivencias personales experimentadas durante su estadía en la División Azul. No obstante, este prolífico autor catalán, investigará muchos y variados caminos literarios. Con Costa Brava (1958) se internará por la senda de las guías de viaje, la cual abandonará para dedicarse a la investigación histórica en Tres días de julio (1967), que se ocupa de los primeros días de la sublevación franquista, o en Por qué mataron a José Calvo Sotelo (1982). Sin embargo, el mayor éxito de público no le llegará a Romero hasta 1963, año en el que se haría con el Premio Planeta gracias a su novela El cacique. Esta obra trata, con un maniqueísmo no comprometido, la situación del campo español y la de sus trabajadores.
Me dice Jordi Gracia (Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010) que la importancia de esta obra de Luis Romero sería mayor si no hubiera tenido la mala pata de aparecer en nuestra historia literaria solo unos meses después de La colmena. Lo cierto es que las similitudes entre La noria y la novela de Cela son evidentes, en ambas se opta por el personaje colectivo para intentar representar el calidoscopio social que era la España de la posguerra, pero también son muchas las diferencias.
Para lograr su propósito Romero crea un total de treinta y siete pequeños capítulos protagonizados cada uno de ellos por un personaje distinto, a los cuales no regresará como sí hiciera Cela en su momento. Sobre este protagonista circunstancial centrará su foco el narrador omnisciente, uno de los elementos vertebradores del relato. Durante unas pocas páginas seguiremos su peregrinaje vital y físico por las calles de Barcelona. Cada uno de estos personajes se definirá por sus actos, sus palabras, su historia y su pensamiento, el cual nos será presentado por medio de un monólogo interior no siempre bien logrado. El deambular del personaje principal de cada uno de estos capítulos, que funcionan como los cangilones de una noria, resulta, después de la lectura de tres o cuatro de ellos, bastante previsible. Recurrentemente la voz del narrador omnisciente nos informará del pasado y presente (en ciertas ocasiones de imprecisos futuribles) del protagonista. Después será el propio personaje, mediante su actuar y su pensar, el encargado de completar el cuadro.   Esta estructura reiterada colabora a crear la atmósfera de monotonía sísifica de la cual dimanará la neblina pesimista que parece envolver a todos los personajes.
En ocasiones, no pocas, el narrador utiliza ese deambular de sus criaturas para introducirnos en los distintos ambientes que conforman el pequeño universo barcelonés. De igual modo, cada personaje nos conducirá al protagonista del nuevo capítulo, estableciéndose de este modo una estructura primaria que cohesiona la novela dando lugar, al mismo tiempo, a interesantes consecuencias. 
De modo general, existe una relación entre los personajes que habitan las teselas contiguas de este mosaico. La historia de un personaje es completada por el personaje que le sigue, quien, si no tiene un papel crucial en la circunstancia vital del primero, siempre tiene algo que decir sobre él. De esta manera se establece una suerte de multiperspectivismo que mantiene al lector atento al "progreso" de la novela. Este mecanismo, que en ocasiones funcionará en la dirección contraria, proporciona un mínimo andamiaje estructural que le permite al lector hacerse la ilusión de un argumento que, simplemente, no existe.
Nos encontramos, por lo tanto, ante una suerte de collage social que pretende reflejar, con relativa exactitud, la realidad española de comienzos de los cincuenta. Para ello pasa revista a diferentes clases sociales, si bien todas ellas son tratadas con idéntica pretensión de objetividad. Supongo que se tratará de una elección consciente, una manera de narrar que no busca otra cosa que la creación de un ambiente concreto, dominado por la pertinaz obligación de continuar siempre hacia adelante, tiranizado por la obligación de resolver, en muchos casos, urgencias que apenas le aseguran a sus protagonistas la posibilidad de acceder a nuevas urgencias. Es la busca constante, que se vuelve mucho más significativa en aquellas clases de extracción más humilde. Aunque nada se nos diga, aunque el pretendido objetivismo no se rompa, no podemos dejar de sentir la lucha vital que le resta por realizar a la prostituta que dejamos, en el primer capítulo, apaciblemente dormida en su cama. El lector, así lo quiere el narrador, se alegrará con el pequeño triunfo mercantil que acaba de experimentar, pero, tal y como ocurrirá con la bailarina ya anciana del penúltimo capítulo, sabe también que este no la liberará. Continuará rodando el destino y al caer la tarde esa muchacha habrá de volver a la calle a buscar su propia fortuna. Es cierto que, como he dicho, las urgencias a las cuales se enfrentan los personajes más humildes de la novela son más significativas, más perentorias. En el caso de las clases medias y altas, las urgencias, las necesidades, la busca, será de otro orden. Estos seres se verán inmiscuidos en aquellas circunstancias que al hombre le restan cuando ha superado la subsistencia. Se trata del amor, la soledad, la venganza, la piedad...  pero como en el caso anterior, tampoco estos seres verán plenamente colmadas sus expectativas. Para ellos también estará reservada cierta dosis de insatisfacción, de camino truncado, de constante lucha no exenta de un leve poso de frustración.
Consecuentemente, y así vistas las cosas, la novela no exime plenamente cierta responsabilidad social. Su presentación de los personajes, sin renunciar al realismo objetivista propio de su genética narrativa, le posibilita evidenciar, sin exibirlas con explícita publicidad, las diferencias sociales de la España de su época. Lo hace además sin renunciar a crear un ambiente general que domina a todas ellas, fruto de la situación que las envuelve como sociedad.