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viernes, 27 de septiembre de 2013

Una crítica al modelo tradicional de comunicación


Ideas extraídas del libro de Mª Victoria Escandell Vidal, La Comunicación

María Victoria Escandell en su libro La Comunicación, plantea una visión novedosa de este fenómeno. Con una vocación funcional y desde una posición teórica que se dirige directamente hacia la práctica docente, Escandell comienza por reflexionar sobre el papel de la comunicación en los currículos de la enseñanza de las lenguas.
Resulta evidente que este contenido ocupa, por méritos propios, un papel destacado en los estudios de las lenguas. No obstante, la reflexión teórica sobre la misma se muestra habitualmente desligada de las reflexiones posteriores que se hacen sobre la lengua concreta sobre la que se trabaja, como si comunicación y lengua fueran conceptos totalmente desligados. No es necesario estrujarse demasiado las meninges para caer en la cuenta de que esta postura no solo resulta negligente, sino que al mismo tiempo impide la plena comprensión de otros conceptos que se irán trabajando a lo largo del curso (tipología textual, cohesión textual, adecuación comunicativa, elaboración de textos...). Ahora bien, ¿por qué se produce esta importante disociación?. Para María Victoria Escandell el problema se encuentra en el modelo comunicativo que se ofrece a los alumnos. El modelo tradicional obvia nociones fundamentales que caracterizan muchos de los tipos de comunicación que el alumno debe dominar si queremos que resulte comunicativamente competente. Para evitar esto resulta necesario reconsiderar qué entendemos por comunicación dando entrada en el modelo a conceptos propios de la Pragmática.

Crítica al sistema clásico

El sistema que se plantea tradicionalmente para la comunicación resulta insuficiente si pretendemos dar una visión completa de la misma. Se trata de un esquema excesivamente rígido, en el cual tanto se desvirtúan ciertos aspectos importantes como se obvian otros.
En el modelo tradicional se da una importancia excesiva al código, focalizando la naturaleza de todo el proceso en los mecanismos que permiten codificar y descodificar información mediante el mismo. No obstante, con estar presente en muchas comunicaciones, el código no es un elemento imprescindible. Pensemos en una situación en la que se produzca comunicación, entendida como la transmisión de información de un modo intencional, sin que medie un código (convención preestablecida) de carácter público o privado. Escandell nos sugiere el siguiente caso. Usted se encuentra en su automóvil parado en un semáforo de su barrio. En ese momento ve a su esposa que desde el paso de peatones le muestra un manojo de llaves. De ser yo el sujeto de este ejemplo, seguramente mi mujer me estaría comunicando que ha encontrado las llaves que yo había perdido. Obviamente, en este caso se ha producido comunicación pero, sin embargo, no ha mediado ningún tipo de convención preestablecida, ni pública ni privada. En realidad, nada establece que agitar unas llaves en un paso de peatones signifique que se han encontrado las llaves perdidas. De hecho, esta misma situación comunicativa podría indicar muchas otras cosas. Por ejemplo, que la esposa ha encontrado sus propias llaves o que, tal vez, por fin le han devuelto el coche que estaba en el taller.
Unido a esto último debemos considerar que el conocimiento del código por sí solo tampoco asegura el éxito de la comunicación. Pensemos en los enunciados irónicos o con segundas intenciones. En estos casos para que la comunicación resulte exitosa es necesario “completar” la información con elementos extralingüísticos.
Si nos fijamos ahora en los actantes del acto comunicativo, el esquema tradicional no da suficiente importancia a las circunstancias que envuelven al emisor y al receptor. A la hora de comunicar tienen especial relevancia ciertos parámetros que guardan relación directa con los participantes en este acto. Pensamos en el grado de conocimiento mutuo que se da entre ellos, o el tipo de relación que mantienen. Estos factores determinarán la naturaleza misma del proceso e influirán tanto en las decisiones comunicativas del emisor como en el proceso interpretativo del receptor.
Por su parte el concepto de “referente” se muestra claramente insuficiente. En primer lugar porque no todo lo que comunicamos es reflejo de la realidad. Comunicamos sentimientos, anhelos, miedos, sensaciones... Parece mucho más correcto hablar de representaciones internas, entendidas estas como “una imagen mental, personal y privada, de una entidad o un estado de cosas, ya sea este de naturaleza externa o interna.
Por último, el concepto de contexto se muestra especialmente rígido y estático. La comunicación no se produce realmente en estas circunstancias, sino que estas van cambiando, alterándose en la medida que la comunicación avanza. En realidad, cada acto comunicativo altera el contexto en el cual se produce esa comunicación.

Comunicación. Una perspectiva tradicional



Los elementos del proceso de comunicación.
La comunicación es un proceso para la transmisión de señales de una fuente emisora a un destino o receptor.
Para que el proceso de comunicación se produzca, sea este de la complejidad que se quiera, es totalmente imprescindible la presencia de seis elementos, que quedan esquematizados en la siguiente figura:


Este esquema responde a la conceptualización teórica que de la comunicación realizaran en 1949 Shannon y Weaver ("Teoría de la información"). La versión definitiva del mismo, con ciertas modificaciones, sería popularizado por el lingüista R. Jakobson (1960). Su lectura sería la siguiente: un emisor elabora un mensaje y lo convierte en una señal o conjunto de señales dirigidas a un receptor. Este mensaje hace alusión a una realidad, (física o mental, externa al emisor o interna) es decir, tiene un referente. Además, el mensaje ha de viajar a través de un medio físico o canal de transmisión y, finalmente, tanto el emisor como el receptor tienen que poseer la clave o código que les permita, respectivamente, elaborar la señal o interpretarla.
Este esquema admite una pluralidad de realizaciones que podemos clasificar, atendiendo exclusivamente al papel jugado por el emisor y el receptor, del siguiente modo:
  1. Comunicación unidireccional: aquella que se produce si el emisor mantiene siempre su papel, mientras que el receptor actúa siempre como receptor. Esta modalidad admite diferentes variantes:
    1. de uno a uno.
    2. de muchos a muchos.
    3. de muchos a uno.
  2. Comunicación bidireccional. Aquella modalidad en la cual el emisor y el receptor alternan sus papeles. Presenta dos modelos:
    1. conversación o diálogo.
    2. debate.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Características y temas del Romanticismo



Entre las características más importantes del Romanticismo ya hemos apuntado en otro lugar el historicismo, el irracionalismo y el individualismo. No obstante, creemos que existen algunas otras características y temas que merecen un tratamiento más detallado. No obstante, debemos advertir que la taxonomía aquí propuesta no pretende ser ni completa ni exhaustiva, se conforma con plantear aquellas características y temas más relevantes del movimiento del modo más claro posible.

Alejamiento temporal y espacial.
Debemos a Alberto de Paz, La revolución romántica: poéticas, estéticas, ideologías, la consideración del alejamiento temporal y espacial como una de las características primordiales del Romanticismo. Los autores románticos emprenderán una ficticia “huída” que les llevará a un tiempo pretérito, habitualmente a la Edad Media, donde además de encontrar las raíces de sus naciones, hallarán el marco idóneo en el cual una serie de héroes alegóricos representarán sus alegóricas hazañas con el objeto de elevar al estadio de mito las angustias y anhelos contemporáneos.
Es importante señalar que, si bien es cierto que todo Romanticismo practica este alejamiento temporal, su significado será distinto en cada uno de los dos subtipos indicados con anterioridad. Para los partidarios del Romanticismo histórico, la Edad Media representará la nostalgia de la edad heroica en que dominaban los principios caballerescos y cristianos. Por su parte, para los románticos liberales este mismo periodo representará un amplio escenario irreal en el cual los protagonistas de sus obras, totalmente al margen de las limitaciones contemporáneas, librarán la batalla por un destino libre y feliz.
En lo espacial, predominará la huída hacia lugares exóticos, destacando como destino predilecto Oriente. Como en el caso del desplazamiento temporal, los países lejanos les servirán a los autores románticos de adecuado escenario en el cual dar solución a aquellos conflictos que experimentan en su realidad cotidiana.

El paisaje como reflejo de la intimidad del autor
El paisaje, ya sea el exótico imaginado o el cotidiano idealizado, es adaptado por el creador romántico de modo que le permita evocar su propia sensibilidad. En este sentido, la melancolía, producto de la conflictiva realidad social y de las frustraciones personales, se recrea en ambientes lúgubres y tristes, sintiendo especial fascinación por los monumentos en ruinas.

La angustia existencial.
Para Fernando Garrido Pallardó, Los orígenes del romanticismo, esta angustia no es otra cosa que miedo. Este miedo surgirá de la necesidad de responsabilizarse de la propia existencia, de elegir y, consecuente, de poder equivocarse. El romántico, en aras de la tan traída y llevada libertad, tanto existencial como, en una esfera mucho menos trascendente, creativa, ha prescindido de reglas, modelos y, en última instancia, de dioses. No obstante, y he aquí la tragedia, el individuo no puede controlar todos aquellos parámetros que configuran el entorno y determinan su ser y existir. De este desarreglo entre el querer y el poder, de esa incapacidad ontológica, es de donde surge la citada angustia. El escritor romántico, desesperado, en muchas ocasiones no logrará ver más solución que el suicidio.

La estética del terror.
Una consecuencia evidente del tema de la angustia existencial, en cuanto exponente del fracaso de las aspiraciones más profundas del ejemplar romántico, será la plasmación de esta por medio de una novedosa estética del horror.
De este modo, lo lúgubre, escenificado en cementerios, monumentos en ruinas y catedrales llenas de gárgolas, tomará, se diría que al asalto, las creaciones literarias.

Exaltación religiosa.
Junto a esta estética del terror, la exaltación religiosa funcionará como lenitivo de la mencionada angustia. El artista romántico echará mano de una religiosidad exaltada, ya se corresponda esta con el más ortodoxo catolicismo o, en sus antípodas, con un satanismo iconoclasta consecuencia directa de una realidad sentida como caótica, para intentar atenuar ese miedo apuntado por Pallardó.

Rasgos formales.
En lo formal, el Romanticismo rompe en pedazos los ideales clásicos heredados de la Ilustración. Se acabará con el pretendido decoro neoclásico, llegándose a fomentar –Víctor Hugo, “Prefacio” a Cromwell-, la mezcla de lo grotesco y lo sublime. El artista, más que en la técnica, confiará en el genio y la inspiración.
En el teatro se desterrarán las reglas seudoarístotélicas; se confunden y fusionan los géneros tradicionales y se utiliza de manera indistinta el verso y la prosa.
En no pocas ocasiones el artista, subyugado al capricho de las musas, solamente nos ofrecerá fragmentos inacabados de sus obras.
No obstante, todos estos recursos no serán empleados de manera gratuita. El autor procura alcanzar con estas medidas una novedosa expresividad. Se busca una comunicación más viva con el destinatario al tiempo que se le ofrece una visión más acabada de la realidad que se siente como proteica.

El Romanticismo. Origen y tendencias




Digámoslo en voz alta. Ha llegado el tiempo en que la libertad, como la luz, penetrando por todas partes, penetre también en las regiones del pensamiento. Es preciso inutilizar por inservibles las teorías, las poéticas y los sistemas. Hagamos caer la antigua capa de yeso que ensucia la fachada del arte. No debe haber ya ni reglas ni modelos.
Víctor Hugo, Prefacio a Cromwell

Ciertamente, el Romanticismo, en lo que se refiere a su relación con las artes, puede entenderse como una corriente estética que recorre buena parte de Europa entre los últimos años del siglo XVIII y 1850. Se trata, por ello, del reflejo artístico de las convulsiones que sufrió la sociedad occidental al pasar del régimen estamental al estado burgués, si bien, no podemos concluir que el resultado de esta situación fuera único. La crítica acostumbra a distinguir dos tipos esenciales de Romanticismo.
Johann Gottfried von Herder
Descubrimos en la Alemania de finales del siglo XVIII el núcleo embrionario del primero de ellos. El grupo Sturm und Drang (“tempestad y pasión”, título de un drama de Blinger estrenado en 1777) emprenderá una denodada cruzada contra lo que consideraba un exceso racionalista en el llamado siglo de las luces. Debemos a uno de los mayores representantes de este grupo, Johann Gottfried von Herder, buena parte de las ideas básicas que determinarán el posterior desarrollo del romanticismo literario. El particular modo de contemplar la evolución de la Historia por parte de este filósofo alemán, para quien el historicismo consistía en una actitud individualizadora que daba especial importancia a las condiciones temporales y locales de la existencia humana, determinará, en buena medida, el concepto de volkgeist, espíritu del pueblo. Interesará, en literatura, investigar como este volkgeist se concreta en las fuerzas creativas de cada nación, las cuales, le serán privativas. Para Herder, en el caso particular de Alemania, se hacía necesario retornar a las fuentes originales para poder reencontrar y reactivar esas fuerzas creativas autóctonas.
Las ideas herderianas, convenientemente azuzadas por los ejércitos napoleónicos y sus pretensiones imperialistas, encontrarán eco, a principios del siglo XIX, en los estudios de los hermanos Schlegel.
Para Friedrich Schlegel el patrimonio literario de un pueblo sería de la mayor importancia para establecer su identidad nacional, pues precisamente esta encontraría su base en esas manifestaciones literarias primigenias y autóctonas.
August Wilhelm von Schlegel
Por su parte, August Wilhelm Schlegel establecerá, tal y como recuerda Derek Flitter en su ya clásico libro Teoría y crítica del romanticismo español, que cada pueblo dispone de su propio espíritu artístico, lo cual le conducirá a plasmar de un modo particular su visión nacional-individual de la existencia. Consecuentemente, el clasicismo, esencialmente universal y racional, no resulta adecuado, dados sus efectos uniformadores, para la plasmación de ese espíritu artístico. Las particularidades de cada pueblo justifica el rechazo de las medidas igualadoras derivadas de la ilustración francesa, formalmente subliminadas en las reglas seudoarístotélicas. Igualmente, debemos a August Schlegel la distinción entre Clasicismo y Romanticismo. Para este filólogo alemán, el Clasicismo era esencialmente pagano, sensual y cívico. Frente a él, el Romanticismo era cristiano, espiritual e individual. Se consolidará, de este modo, lo que la crítica ha dado en llamar, en contraposición al denominado Romanticismo liberal, Romanticismo conservador o histórico. Podemos situar en esta vertiente de la colina romántica, tomando la imagen de Dámaso Alonso, a autores como Madame Stäel, Chateubriand o José Zorrilla.
Victor Hugo
En la colina opuesta, tal y como señala Jaime Vicens Vives en el artículo “El Romanticismo en la Historia”, el movimiento romántico, en lo que tiene de negación de la filosofía racionalista del siglo XVIII, será “superpuesto al reformismo liberal (de finales de siglo), prestando alas al individualismo político y estimulando la idea de libertad que aquél hacía consustancial con su doctrina”. De este modo, Víctor Hugo, en el Prefacio a su obra Cromwell, no dudará a la hora de proclamar el advenimiento de una nueva era de libertad. Junto al mencionado dramaturgo francés, ocuparán un lugar privilegiado en este Romanticismo liberal Byron y Espronceda.
Tal y como apuntan Felipe B. Pedraza y Milagros Fernández Cáceres, Las épocas de la literatura española, no debe sorprendernos esta polaridad propia del Romanticismo. Recordemos que este movimiento literario surge en una época de inestabilidad política y económica. La burguesía, que a lo largo del siglo XVIII ha ido alcanzando progresivamente cotas de poder, estará, al finalizar la centuria, en disposición de llevar a cabo el asalto definitivo a los bastiones del antiguo régimen.
Dejando a un lado el hecho paradójico de que, hasta cierto punto, el Romanticismo es a un tiempo réplica y culminación de los ideales ilustrados, resulta comprensible que esta inestabilidad social y también emotiva, alcanzara por igual a los dos grupos enfrentados. Ambos coincidirán en la común negación de la razón, exaltando, si bien en direcciones opuestas, lo sentimental.
Pese al carácter proteico que hemos descubierto en el Romanticismo, Wellek, Conceptos de crítica literaria, propone tres criterios que discriminan a los escritores románticos de los de otras épocas: “la imaginación para la idea de poesía, la naturaleza para la idea del mundo y el símbolo y el mito para el estilo poético”. Por su parte Bousoño, Épocas literarias y evolución. Edad Media, Romanticismo, época contemporánea, señala como “foco irradiante del romanticismo […] el sentimiento individualista” que se manifiesta con especial agudeza; de él derivan los rasgos esenciales de esta tendencia: color local, irracionalismo, historicismo, subjetivismo, inspiración, impulsos de libertad y conciencia social entre otros. No obstante, lo afirmado por el profesor asturiano no parece alejarse demasiado de lo que ya en fecha tan temprana como 1854 estableciera Jerónimo Borao en Romanticismo. Para este autor el Romanticismo podía definirse como un movimiento artístico en el cual sus seguidores expresan “lo que se presenta con aire extraño, lo que afecta de un modo enérgico a la imaginación, lo que se aparta por su naturaleza de las impresiones vulgares a costa a veces de la verosimilitud, lo que ofrece sentimientos excéntricos, rasgos puntillosos, personajes demasiado audaces o comprometidos.”

El lenguaje








El lenguaje es el instrumento con el que el hombre da forma a su pensamiento y a sus sentimientos, a su estado de ánimo, sus aspiraciones, su querer y su actuar, el instrumento mediante el cual ejerce y recibe influencias, el cimiento más firme y profundo de la sociedad humana.

L. Hjelmslev, Prolegómenos a una teoría del lenguaje.
 
1.- Lenguaje.
1.1.- Origen del lenguaje.
No resulta exagerado afirmar que el hombre siempre ha sentido una especial curiosidad sobre el origen del lenguaje. Es más que posible que esta ancestral duda se derive del papel capital que el propio lenguaje desempeña en su configuración íntima, como resultado de lo que, en un principio, debió ser una intuición trascendente, el ser humano se cuestionó sobre la procedencia de aquel atributo que, por encima del resto de los animales, le convertía en hombre.
Las primeras respuestas, en el tiempo de los mitos, consideraban que el lenguaje había sido un regalo de los dioses. Baste recordar como Adán es el encargado de nombrar a las cosas en el libro del Génesis, o como Sarasvatî, en la tradición hindú, dota de lenguaje a los mortales. Este tipo de teorías chocarán, ya en el Romanticismo, con los postulados de ciertos filósofos, entre ellos Herder y Rousseau, que concebían un origen exclusivamente humano del lenguaje. El enfrentamiento llegaría a ser tan enconado que, para evitar males mayores, la Societé Linguistique de París prohibió, de manera expresa en sus estatutos de 1866, cualquier discusión sobre los orígenes del lenguaje.
Otra hipótesis, bastante alejada de las anteriores, es aquella que podemos denominar como la hipótesis de los sonidos naturales. Según esta, las palabras primitivas podrían haber sido imitaciones de los sonidos naturales que los hombres oían a su alrededor. La existencia en todas las lenguas de onomatopeyas suele considerarse, tradicionalmente, como un argumento bastante poderoso a favor de esta teoría. No obstante, no debemos exagerar su importancia. Muy probablemente, el origen de las palabras onomatopéyicas sea ciertamente el que se ha apuntado, sin embargo, su número no es lo suficientemente significativo como para pensar que la totalidad del léxico de una lengua pueda tener este origen.Dejando a un lado el ámbito de la pura especulación, nos encontraremos con las hipótesis que George Yule, El lenguaje, engloba bajo la denominación general de glosogenética.
Este tipo de teorías se interesan, básicamente, por las bases biológicas que han permitido la formación y el desarrollo del lenguaje humano. Se trata de establecer, con el mayor rigor posible, el momento en el cual surgen aquellas características biológicas que capacitan al ser humano para emplear el habla, entendiendo que en el desarrollo evolutivo de la especie humana hay varias características físicas, o adaptaciones parciales, que parecen ser relevantes con respecto a la misma. Debemos ser conscientes de que muchos de estos rasgos, por sí solos, no hubieran dado lugar a la producción de habla, pero hay buenos motivos para creer que una criatura que los poseyera estaría capacitado para comunicarse lingüísticamente.
De este modo, observando el desarrollo de los primates, podremos constatar, en primer lugar, una divergencia entre los primates no humanos más avanzados y la línea que lleva al Homo sapiens hace aproximadamente seis millones de años.
Dentro de la línea evolutiva que conduce al hombre tal y como hoy lo conocemos, es donde podremos ir constatando esa serie de hitos evolutivos, eminentemente biológicos, que nos permitirán establecer una fecha aproximada para el surgir del lenguaje.
En este sentido podemos constatar el aumento progresivamente significativo en el volumen del cerebro (figura 1), que pasa de los 400-600 cm3 de las distintas especies de Austrolopithecus a los 1.400 cm3 del Homo sapiens. Creemos obvia la relación del aumento de la capacidad craneal con el desarrollo de habilidades superiores como el perfeccionamiento en el uso de herramientas y, lógicamente, de la más imprescindible herramienta de socialización de todas, el lenguaje.
En relación directa con el proceso recién mencionado, es posible constatar, gracias a los hallazgos arqueológicos, el empleo de una técnica cada vez más compleja, lo cual repercutirá en un creciente control sobre el medio.
Igualmente, en los restos que de los miembros de estas especies han llegado hasta nosotros, se ha podido constatar el progresivo aumento del tamaño de las marcas endocraneales que las circunvalaciones del cerebro de aquellos pliegues del córtex encargados del control del lenguaje –áreas de Broca y Wernicke- , han dejado en la parte interior del cráneo.
Si todos estos hitos unimos el retroceso de los dientes, la mayor flexibilidad de los labios, el descenso de la laringe o la lateralización del cerebro, podemos aventurar que la aparición de la especie Homo sapiens, hace aproximadamente cien mil años, es rigurosamente coetánea a la aparición del lenguaje.

1.2.- Hacia una definición del lenguaje.
Afirma Jesús Tusón en Lingüística: una introducción al estudio del lenguaje, que una definición nunca debe ser un punto de partida sino el resultado de una reflexión sistemática sobre el problema que se pretende estudiar. Es por ello que hemos decidido partir de las propiedades del lenguaje, diferenciando entre aquellas que le son exclusivas y aquellas que comparte con otros sistemas de comunicación.
Entendemos, con Jesús Tusón, Introducción al lenguaje, que en sentido estricto cabe hablar del término lenguaje para referirse exclusivamente al tipo de comunicación verbal humana. Por lo que respecta a cualquier otra forma de transmisión de informaciones, usamos el término comunicación.

1.2.1.- Rasgos propios del lenguaje.
En 1958 el lingüista norteamericano Charles F. Hockett, Curso de lingüística moderna, estableció una lista de características propias del lenguaje que permitía establecer que rasgos compartía el lenguaje con otros sistemas de comunicación. A continuación establecemos aquellos rasgos que en nuestra opinión, y en la de Jesús Tusón (Ibíd.), resultan más importantes.
  • Canal vocal-auditivo. Las lenguas tienen como base fundamental el sonido, el cual a su vez se fundamenta en el aparato vocal del emisor, mientras que su destino es el sistema auditivo del receptor. Pero esta característica no es exclusiva de los humanos. Por ejemplo, el cercopiteco de cara negra realiza un grito parecido al sonido castellano "rraup" para avisar a sus congéneres de que se acerca una serpiente.
  • Transmisión radial y recepción unidireccional. Derivada directamente de la característica anterior supone que, dado que el sonido se esparce en todas las direcciones del espacio, este se convierte en un canal privilegiado a la hora de transmitir mensajes, su transmisión es radial. No obstante, cada receptor es impactado directamente por el sonido que sigue una línea recta entre emisor y destinatario. Tampoco esta característica es exclusiva del lenguaje, sino que es común a sistemas de comunicación como el señalado más arriba.
  • Evanescencia. Las emisiones sonoras se disipan una vez emitidas, es decir, “a las palabras se las lleva el viento”. Esta característica es común a todo sistema de comunicación basado en el canal auditivo, pero, contra lo que podría pensarse, supone una enorme ventaja, puesto que la emisión, una vez agotada, deja lugar a otras emisiones, siendo posible, en todo caso, que si alguien no nos ha comprendido en un primer intento, nos pida que repitamos el mensaje para, de este modo, dar comienzo a un diálogo.
  • Semanticidad. Las señales lingüísticas tienen una doble dimensión: por un lado son realidades perceptibles sensorialmente, y por el otro transmiten significados. En la medida que las señales de los delfines o de los cercopitecos de cara negra repercuten en la conducta de los otros miembros de la especie, hay que decir que esta característica tampoco es exclusiva de las lenguas naturales de los humanos.
Las seis características que presentamos a continuación son exclusivas de las lenguas humanas y se dan de forma universal.
  • Arbitrariedad. Las señales lingüísticas son independientes de la materialidad de los objetos que designan. Ello significa que la vinculación entre la realidades y las palabras que empleamos para designarlas –problema que viene acuciando a la humanidad desde que Platón dejara constancia del mismo en su diálogo Cratilo- es fruto de un pacto arbitrario o convencional; cada grupo de hablantes ha convenido unas formas verbales propias, en ningún caso surgidas por obligación a partir de las características de los objetos –excepto el caso de las onomatopeyas-.
  • Desplazamiento o independencia temporal. Las abejas, que cuentan con su sofisticada danza, no pueden referirse al néctar que irán a buscar mañana por la mañana, ni los cercopitecos de cara negra pueden conversar sobre el león que les amenazo la semana pasada. Sin embargo, una característica de las lenguas del mundo es que en todas ellas es posible superar los límites del momento presente; se puede recordar el pasado y se puede prever el futuro.
  • Dualidad o composicionalidad. Las lenguas humanas constan principalmente y de manera universal de dos niveles estructurales, la doble articulación del lenguaje que apuntara André Martinet en sus Elementos de lingüística general. Así, “la primera articulación del lenguaje es aquella con arreglo a la cual todo hecho de experiencia que se vaya a transmitir […] se analiza en una sucesión de unidades, dotadas cada una de una forma vocal y un sentido, mientras que la segunda articulación supone que “cada una de estas unidades de la primera articulación presenta, como hemos visto, un sentido y una forma vocal. Pero no puede ser analizada en unidades sucesivas más pequeñas dotadas de sentido […] la forma vocal es analizable en una sucesión de unidades.
Esto significa que contaremos con signos como por ejemplo vaso que transmite información [RECIPIENTE]. Estas son las unidades básicas de la significación, pertenecientes a la primera articulación. Pero estas piezas están construidas con elementos menores pertenecientes al segundo nivel /b/ /a/ /s/ /o/.
  • Productividad. La característica anterior, combinada con las posibilidades de las estructuras sintácticas y de las construcciones textuales, tiene como consecuencia que la cantidad de mensajes sea, en principio, infinita. Como estableciera Wilhelm von Humboldt, si el pensamiento humano no tiene límites, el instrumento con el que lo expresamos, el lenguaje, también debe tener esta condición ilimitada.
  • Disimulación o falsificación. El lenguaje es el único sistema de comunicación que permite la transmisión de información errónea o falsa, siendo consciente plenamente de la calidad de dicha información el emisor del mensaje. Esta característica está en la misma base de los enunciados irónicos.
  • Reflexividad. Las lenguas normalmente sirven para hablar de las personas, de los objetos, de las situaciones y de los acontecimientos del mundo real. Pero la potencia de las lenguas permite, sobre todo, que podamos hablar de las propias lenguas. “Antonio” es un nombre propio; “Hoy” es un adverbio.
Estas características constituyen una definición de los rasgos esenciales lenguaje como facultad humana y también se aplican a todas las lenguas del mundo en las cuales se concreta esta facultad.

1.2.3.- Un intento de definición.
Creemos que una vez establecidas las principales características del lenguaje estamos capacitados para intentar un esbozo de definición del lenguaje. De este modo, el lenguaje es un sistema de comunicación y autoexpresión, de base vocal y auditiva, propio y exclusivo de los seres humanos. Este sistema consta de un léxico arbitrario o convencional y, además, de unas reglas combinatorias que permiten la construcción de una cantidad de secuencias en principio infinitas. El lenguaje, como facultad única y común de la especie humana, se realiza en alguna de las, aproximadamente, seis mil lenguas.


2.- Esquema