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viernes, 27 de junio de 2014

Poesía española posterior a la guerra civil. El interior. Años cuarenta.


Una historia conocida.
Una vez terminada la guerra los vencedores se afanaron en imponer un modelo ideológico y cultural acorde con su concepción de lo que debía ser el Estado. Con este fin se puso en marcha un programa de represión que buscaba silenciar la oposición que no eligió el exilio. Para ello recurrió a la desaparición física de sus integrantes o al control de sus opiniones mediante la implantación de una arbitraria censura previa. A esto habría que añadir una poderosa industria propagandística que buscaba implantar el modelo mencionado, donde la unidad indisoluble de la patria, la fe católica como baluarte espiritual de su integridad y el papel histórico que a España le correspondía en la historia occidental -porvenir consecuencia de su pasado heroico- constituían las ideas fuerza.
Desde el punto de vista social, España era un país con mucha hambre. Destrozado por la guerra fratricida, carente de industria, situado en el bando equivocado durante la guerra mundial, con miles de brazos campesinos desaparecidos o en barbecho, tardó trece años en renunciar a unas cartillas de racionamiento que, a lo sumo, garantizaban el hambre a una mayoría y el negocio a unos pocos. 
Es evidente que en este contexto la literatura, la poesía, no podía ser más que un lujo exótico para la mayoría de los españoles. Para los otros, para los menos que podían participar de su creación o de su lectura, habría de ser servicio, grito humanísimo o, como en el caso de Miguel Hernández, al menos esperanza.


Poesía neoclásica y poesía arraigada.
Entre aquellos poetas claramente afectos al régimen franquista surgiría un tipo de poesía de marcado carácter neoclásico. Sus principios e intenciones, tanto estéticos como ideológicos, respondían al ideario del nuevo gobierno. Era necesario sentar las bases de una nueva cultura poética, la cual, por razones obvias, habría de distanciarse sustancialmente del rumbo marcado por la poesía de los años treinta. Los ideales de patria e imperio, junto con los principios religiosos de la heterodoxia católica, conectaban de manera inequívoca con los valores que representaba la poesía de los Siglos de Oro hispanos. No es  coincidencia que una de las revistas más representativas de este periodo adoptara el significativo nombre de Garcilaso. Se trata de una poesía de marcado rigor estrófico -destacará el uso del soneto-, con gusto por la perfección formal y un delicado sentimentalismo. Es una poesía fría y evasiva, que se aleja de la problemática social de su tiempo para centrarse en temas como Dios, el paisaje castellano, la familia, el paso del tiempo o la muerte.
En las páginas de Garcilaso publicarán sus versos poetas como José García Nieto, Rafael Romero o Juan Garcés, quienes constituían el núcleo duro de la revista. Junto a ellos aparecerán las firmas de autores que alcanzan por estos años su madurez poética, como Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o Luis Felipe Vivanco.
Estos últimos, junto con Luis Rosales y una amplia nómina de prosistas y pensadores, constituirían lo que se dio a conocer como "El grupo de Burgos". Su primera intención era la de dotar al movimiento nacional de una retórica propia, conectando, en la medida de lo posible, con lo que de aprovechable existiera en la España anterior a la guerra. Su medio de expresión fue la revista Escorial, la otra gran publicación de la época. Pero el significado de Escorial excederá en parte el mero interés textual. Si no en sus páginas, sí en la evolución interna de sus fundadores, se perciben las primeras disensiones intelectuales dentro del propio régimen. Aquellos autores que habían participado de manera activa en su fundación, el núcleo duro de "El grupo de Burgos", sintieron que se traicionaba el fascismo ideológico que se encontraba en la base de su ideario político. En consecuencia, y bajo la dirección de Pedro Laín Entralgo, en 1948 dejarían Escorial para fundar Cuadernos hispanoamericanos. Este hecho visualizaría una creciente desafección que en algunos casos, el más significativo el de Dionisio Ridruejo, terminaría en abierta oposición.
Muy pronto la mayoría de estos autores evolucionarán hacia una poesía de un tono mucho más íntimo en la cual redoblará su importancia el componente religioso unido a la interpretación trascendente de la realidad. La presencia constante de Dios explica y dota de armonía tanto a la cotidianidad como a la propia expresión poética. Es lo que Dámaso Alonso, por estos mismos años, denominaría poesía "arraigada".


Autores y obras. 
Luis Rosales (1910-1993). En su producción destacará la temática religiosa. Al final de la década su poesía sufrirá un proceso de interiorización que dará como resultado su obra de mayor plenitud La casa encendida (1949). Un libro de tono coloquial que establece como referente la cotidianidad.
Leopoldo Panero (1909-1962). Autor de marcado carácter intimista creará una poética que orbitará entorno a las ideas de familia, tierra, Dios y el paso del tiempo. Escrito a cada instante (1949).
Luis Felipe Vivanco (1907-1975). La naturaleza servirá a Luis Felipe Vivanco como elemento catalizador de la experiencia religiosa. Esto lo sitúa en una larga tradición hispana que lo conecta, entre otros, con San Juan de la Cruz. Continuación a la vida (1944).
Dionisio Ridruejo (1914-1975). Su evolución fue la más radical de todos sus compañeros de generación. De Director general de propaganda franquista, de  combatiente en la División Azul, Ridruejo pasó a convertirse en un demócrata convencido y en un opositor decidido al régimen del General Franco. No obstante, en estos primeros años practicaría una poesía formal y neoclásica y junto con Laín Entralgo fundaría en 1940 la revista Escorial. Sin embargo, como ya se ha indicado más arriba, al final de esta década comenzarán a evidenciarse sus discrepancias con la dirección que estaba tomando el gobierno nacional. Su poesía se torna más intimista, reconcentrándose en el paisaje y lo cotidiano como símbolos de su creciente duda. Elegías (1948).

Poesía desarraigada o existencial.
En la revista Escorial también verán publicados sus versos autores cuyos presupuestos ideológicos no coincidían exactamente con los postulados políticos que animaban esta publicación. Junto a los ya consagrados Gerardo Diego o Dámaso Alonso, en sus páginas verían publicados sus primeros poemas autores como Blas de Otero, Carlos Bousoño o José Luis Hidalgo. Estos jóvenes se oponían abiertamente a la retórica neoclásica que se propugnaba, especialmente, desde las páginas de Garcilaso. La suya era una poesía que pretendía reflejar el sufrimiento vital experimentado ante una circunstancia histórica angustiosa. Para ellos el mundo había perdido su sentido y la incertidumbre lo gobernaba todo. Se sentirán solos, perdidos en un entorno que les es extraño. Desarraigados de la realidad que les envuelve como expresaría magníficamente Dámaso Alonso:
"El mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y nos hemos sentido como una monstruosa, indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan feroces, quizá tan desgraciadas como nosotros mismos"
1944 será un año crucial para la visualización de la poesía existencial. En León un grupo de jóvenes poetas, entre los que es necesario destacar a Victoriano Cremer, Eugenio de Nora y Antonio González de Lama, fundan la revista Espadaña. Conscientes de su circunstancia histórica, propugnarán una rehumanización de la poesía, en abierta oposición al sentimentalismo vacuo y formalista que se proponía desde las filas neoclásicas. En ese mismo año, y con presupuestos parecidos a los de Espadaña, nacerá en Santander la revista Proel, que contará con la participación de prometedores autores como José Hierro o José Luis Hidalgo.
El año 1944 también será el año de aparición de dos poemarios cruciales. Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre.
Según el propio Alonso, su libro es un proceso de indagación y protesta. Se busca dotar de sentido a un mundo caótico y, al mismo tiempo, se poetiza una protesta cósmica, una protesta que se dirige tanto a la injusticia del mundo como a la esterilidad de toda pulsión humana. Con un lenguaje coloquial y recurriendo al verso libre, Dámaso se contaminará de todo lo humano renunciando así a la poesía pura.
Desde una concepción panteísta, Aleixandre se enfrentará en Sombra del paraíso al dramático conflicto entre una visión idílica del mundo y la cruel realidad que le toca vivir. La presencia del pasado anterior a la guerra es sentido como ese paraíso perdido que se evoca desde el mismo titulo del poemario.
Poco a poco se iniciaba la senda que habría de culminar Blas de Otero en Ángel fieramente humano (1950) y conduciría, en última instancia, a la poesía social de los años cincuenta.

El grupo Cántico.
En Córdoba surgirá un grupo poético plenamente constituido, al menos en sus elementos esenciales, allá por 1942. Entre los autores más destacados del mismo figurarán Ricardo Molina, Pablo García Baena y Juan Bernier. Este grupo dará lugar a una revista homónima en 1947, cuya primera andadura -la revista verá nuevamente la luz con un carácter mucho más ecléctico entre 1954 y 1957- llegará hasta 1949.
Cántico nace con un claro afán de ruptura, oponiéndose tanto al clasicismo de Garcilaso como al existencialismo de Espadaña. Se trata de dar luz a una concepción poética de marcado carácter intraliterario, preocupada por el lenguaje y, si bien centrada en la experiencia, al margen del servilismo realista o el mero afán descriptivo. Es una poesía de factura neobarroca, con antecedentes claros en la Generación del 27; cargada de sentimentalismo -preponderancia del tema amoroso- y con cierto tono elegiaco.


Herederos de los ismos.
Especialmente influido por el surrealismo francés en 1945 surgirá un movimiento esencialmente vanguardista que se denominará Postismo.
Este movimiento pretendía retomar el camino abierto por las vanguardias literarias del primer cuarto del siglo veinte. Sus principios estéticos orbitaban entorno a dos grandes ideas fuerza: la libertad e la imaginación creadora. Estos principios les llevarán a promulgar una ruptura radical del lenguaje poético, una actitud irreverente hacia la oficialidad y la subversión de todos los valores imperantes en la época. Como era esperable, este ideario les aseguró la incomprensión de sus coetáneos y les condenó a la marginalidad.
Entre los autores que cabría incluir en este movimiento estarían Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chamorro, Ángel Crespo y el dramaturgo Fernando Arrabal.
El fragor iconoclasta de los seguidores del Postismo no alcanzaría 1951 y deberían esperar hasta la década de los setenta para que Felix Grande rescatara sus nombres del anonimato literario.
Junto al Postismo es posible rastrear la continuidad de formas surrealistas en algunos de los poetas de posguerra. Tal es el caso, por ejemplo, del Camilo José Cela de Pisando la dudosa claridad del día, o, en este caso con mayor continuidad, la poesía del aragonés Miguel Labordeta.