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domingo, 2 de abril de 2017

Nazismo y Vanguardia. Una lectura de Borges.

Cartel de 1930. (Desde alamy.com)
Vosotros sois el futuro.            
            ¡La victoria será nuestra!

Este texto no es más que una posible lectura del cuento "Deutsche Requiem" como una autobiografía poética de Borges y de toda su generación.

El punto de partida, lo que provocó la ocurrencia de esta interpretación, son unas cuantas ideas que apuntaba Juan Carlos Rodríguez en el estudio preliminar al libro Cómo nos enseñaron a leer, de Gabriel Núñez Ruiz y Mar Campos Fernández-Fígares. La base de su comentario participa de una idea repetida a menudo por Borges, la lectura como espejo. En todo lo que leemos, en cualquier objeto que observamos para interpretarlo, nos medimos a nosotros mismos. El yo proporciona la vara de medir, a pesar de que sea una creación que se va formando a medida que vamos viviendo y aprendiendo.

Entonces, ¿si uno se lee a sí mismo, qué le interesa a Borges en esa historia personal del nazismo? ¿Qué ve ahí de sí mismo?

Desde el principio, el relato insiste en dos motivos: la relación con el pasado, las mudanzas del tiempo, y la cultura como formadora de la personalidad. Eso en lo que corresponde al primer narrador, Otto Dietrich zur Linde. El otro, quien nos hace llegar el texto (y lo modifica), se centra sobre todo en lo escrito y la tradición libresca. A éste lo relacionamos fácilmente con el autor, con Borges.

Entre estas dos voces del texto, narrador y editor, también se establecen fáciles paralelismos. Señala Juan Carlos Rodríguez que el narrador no es mucho más joven que Borges, pero quizá sea más interesante comparar sus edades cuando empiezan la aventura de la militancia. Así como su formación y sus gustos culturales son semejantes (Brahms, Schopenhauer, Shakespeare), los 20 años señalan la edad a la que uno dice haber entrado en el Partido y el otro, durante su estancia en España, se adhiere al Ultraísmo.

El principal motivo del narrador para dar ese paso argumenta "que estábamos al borde de un tiempo nuevo y que ese tiempo (...) exigía hombres nuevos". No muy diferentes razones utilizaban las vanguardias artísticas para atacar cualquier presente. Cualquiera de las dos elecciones se basan en la racionalidad, pues tanto el nazismo como las vanguardias defendían sus objetivos y sus métodos desde el punto de vista racional, por ser necesarios o beneficiosos para la cultura o para la humanidad en general.

En un lance de la lucha, aunque antes de empezar la guerra, con 30 ó 31 años, el narrador sufre un accidente que le impedirá estar en primera línea de batalla. Durante su convalecencia, leyendo, pierde la fe en esa lucha, no será un héroe. Acepta entonces que el destino se impone a cualquier empresa, y es más duro que la victoria o que la derrota. Poco después le nombrarán subdirector de un campo de concentración.

En cuanto a Borges, en algún momento de la lucha por la transformación radical de la poesía también pierde la fe. Si con Prisma pegaba palabras de combate en las paredes de Buenos Aires en 1921 y 1922, y seguía exponiendo las virtudes, nombres y obras del Ultraísmo en Proa, pronto cambia de "ismo". El argentinismo que intentó con Ricardo Güiraldes conseguía su lugar en la vanguardista Martín Fierro. Pero acabó también renegando del sinsentido de intentar hacerse una caricatura de argentino. En 1929 publica el que será su último libro de poesía en más de 30 años, Cuaderno de San Martin. En el siguiente, El hacedor, domina claramente un verso tan poco vanguardista como el endecasílabo, ¡hasta en sonetos! Uno de los pocos poemas que rompen esa regularidad lo dedica a recordar aquellos años, lo titula "Mil Novecientos Veintitantos" y en él dice que

     "(...) nosotros, lejos del azar y de la aventura, 
     nos creíamos desterrados a un tiempo exhausto,
     el tiempo en el que nada puede ocurrir.
     El universo, el trágico universo, no estaba aquí
     y fuerza era buscarlo en los ayeres;
     yo tramaba una humilde mitología de tapias y cuchillos
     y Ricardo pensaba en sus reseros."

Poco queda de la esperanza en la creación de aquella mitología argentina. No importa cuál sea ese momento de caída del caballo por el que pasó Borges en esos años. En 1930, con 31 años, publicaba ya un estudio sobre alguien tan poco afín a las luchas por el futuro como Evaristo Carriego. En 1938 empezará a trabajar como bibliotecario, en ese centro de concentración de textos olvidados.

Otro paralelismo entre la poesía de vanguardia y el nazismo proviene de la única nota al texto que no se marca como "del editor". En ella el narrador opone Alemania a las demás naciones. Una es "conciencia del mundo" mientras las otras "viven con inocencia, en sí y para sí como los minerales o los meteoros". No es difícil identificar en este caso la entrega inocente a un destino desconocido frente a la voluntad de cambio, es decir, la evolución de una literatura que se adaptaba a los cambios de la sociedad frente a una voluntad con un objetivo marcado, un objetivo que las vanguardias marcaban para sí mismas. La vanguardia parte de forma confesa de un análisis de las obras y corrientes anteriores, pero no para seguirlas, sino para apuntar sus carencias y hacer un arte nuevo inmune a ellas, un arte consciente.

El "Requiem" del título hace referencia, como señala Juan Carlos Rodríguez, a la desaparición de Alemania tal y como se conocía. Habrá otra Alemania y el nazismo habrá sido derrotado, pero, como esperaba el narrador, después de la batalla siguen funcionando las ideas que se combatían. Recuerda Juan Carlos Rodríguez que los fascismos de los años 30 en Europa sirvieron para salvar al capitalismo internacional de la toma de conciencia y del acercamiento al poder de la clase obrera. La tesis de Borges en este sentido concluye que tras el nazismo quedará la violencia. "Se cierne ahora sobre el mundo una época implacable. Nosotros la forjamos, nosotros que ya somos su víctima. (...) Lo importante es que rija la violencia, no las serviles timideces cristianas", dice el narrador. Para algunos medios ya parece un lugar común comparar prácticas de los gobiernos actuales con creaciones de la dictadura nacional-socialista, como los usos de la propaganda y de la verdad o la situación de los asalariados. Lo que llama la atención es que Borges haya imaginado esta deriva de la sociedad ya en 1946, año en el que se publicó por primera vez el relato en la revista Sur.

Igual que el nazismo derrotado sigue presente, y no sólo en el recuerdo, la ruptura que supusieron las vanguardias tampoco fue restaurada y el mundo no volvió a seguir una evolución pura marcada por un destino desconocido. La poesía ya nunca se hará "en sí y para sí". Es cierto que se recuperan muchas formas y autores del pasado, como homenajes, como simulacro, utilizándose como restos encontrados sobre los que intentar variantes, hipótesis, reconstrucciones... Pero, como decía Octavio Paz, la ruptura se había convertido en la principal de las tradiciones. Las particularidades de los movimientos estéticos pertenecen al pasado, ahora sólo existen como simulación, por eso pueden convivir y compartir espacios.

Queda por saber qué venían a salvar las vanguardias, en paralelo a la salvación del mundo del capital por el fascismo. Una posibilidad que también observa Borges en otras ocasiones es el connatural elitismo del mundo cultural. A pesar de que tras las formas rupturistas e incomprensibles llegarían la poesía de protesta y el compromiso político, esas supuestas formas sencillas y legibles no las leerán las personas sencillas a las que pretenden salvar. En los años 30, antes de la Guerra Mundial, ya se habían escrito inspirados y prestigiosos poemas de combate que nada cambiaron, poemas que Borges habrá seguramente conocido.
Jorge Luis Borges


Pero como este juego de espejos sería demasiado simple para quien siente la constante atracción por el infinito, introduce un personaje más, sin voz y de existencia dudosa. David Jerusalem, judío y poeta, llega como prisionero al campo de concentración en el que era subdirector el narrador, Otto Dietrich zur Linde. El parecido con Borges aparece cuando el narrador recuerda sus poemas, cuyo contenido podría ser perfectamente de Borges: el infinito, los tigres silenciosos, el destino marcado, la relación de una vida anónima con la literatura. "Fui severo con él", confiesa el narrador, lo que significa que Borges lee que una persona como él (Otto Dietrich) tortura a una persona como él (David Jerusalem), o lo que es lo mismo: nadie puede causar más dolor que uno mismo. David Jerusalem enloquece y "logró darse muerte".

El narrador había descubierto en su convalecencia, leyendo a Schopenhauer, que "todos los hechos que pueden ocurrirle a un hombre, desde el instante de su nacimiento hasta el de su muerte, han sido prefijados por él". Entonces, si David Jerusalem acaba consigo mismo, Otto Dietrich zur Linde, su paralelo, como supone cuando escribe esas palabras, también lo habrá hecho. ¿Cuándo y en qué sentido acabó Borges consigo mismo? ¿Sería su fin dejar la poesía y rompió ese destino con El hacedor?