El arte de Vanguardia
Es sabido que el término Vanguardia tiene un origen bélico. En concreto, con el mismo se hace referencia al grupo de soldados que avanza a la cabeza del cuerpo militar. En el ámbito artístico mantendrá este carácter beligerante, subrayando la actitud desafiante y arriesgada de un nuevo arte que debía mantenerse al frente de toda representación artística, oponiéndose hostilmente a los modos decimonónicos del arte y a la sociedad de la cual estos habían surgido.
En el origen de las Vanguardias encontramos la necesidad de innovar. Una innovación total, absoluta. Esto les lleva a romper con toda tradición artística anterior. Los modelos artísticos del pasado no pueden resultar válidos, no es posible construir nada sobre los cimientos caducos de un arte obsoleto. Es preciso dar un paso más, cruzar la línea de no retorno, provocar la excisión definitiva entre el antiguo y el nuevo arte. Y para lograr esto era necesario dinamitar las bases mismas del arte, acabar, por osado que pudiera parecer, con el principio mismo de verosimilitud, con la mímesis aristotélica. El arte, el nuevo arte, no debía ni podía continuar siendo exclavo de la realidad. El arte debía emanciparse, volverse autónomo, convertirse en su propio referente.
En la evolución de las distintas corrientes vanguardistas jugará un papel destacado la realidad socio-política en la cual se ven inmersas. Durante su primera etapa, mientras en la Europa de posguerra explotaba un sentimiento de renovado optimismo e incotenible vitalidad, se promoverá la expresión depurada, intelectual, juguetona y humorística. Los jóvenes artistas crean con despreocupada jovialidad un universo artístico nuevo, plagado de malabarismos técnicos y de ocurrencias afortunadas.
Con la crisis del capitalismo que tiene lugar en 1929, el arte de vanguardia deja de sentirse tan puro, tan exquisitamente artístico. La realidad, con su poso de amargura, no deja de infeccionar el arte, que se contaminará de todo lo humano y se comprometerá activamente con las causas sociales.
Muy pronto los jóvenes creadores formarán grupos que se conocerán como ismos y utilizarán revistas para dar a conocer sus manifiestos y creaciones. Estos grupos se dividirán, según Jean Paulhan (Les fleurs de Tarbes ou La terreur dans les lettres), en dos corrientes. Por un lado estarían los retóricos, que tienden a estilizar y depurar el lenguaje. Frente a ellos tendríamos a los terroristas, que buscarían acabar con las convenciones que hacen posible la comuniciación.
Todos ellos cantarán, de un modo u otro, al mundo moderno. La ciudad se convertirá en protagonista de múltiples composiciones. Se exaltará el cinematógrafo, se ponderará la belleza de lo mecánico, se escribirán odas a porteros de fútbol ("Oda a Platko"). No obstante, a medida que el siglo avanza, los aspectos negativos de la modernidad se mostrarán cada vez más evidentes.
Los movimientos de Vanguardia
Como hemos visto, una de las características propias de las Vanguardias es la tendencia a agruparse formando movimientos. Normalmente, estos surgían entorno a un manifiesto fundacional que establecía las bases teóricas del nuevo arte. No obstante, estos movimientos eran de corta duración, y en no pocas ocasiones no tuvieron más vida que ese fulgurante y breve esplendor que les proporcionaba su nacimiento. En la esencia misma de este arte, en su afán rupturista e innovador, encontramos la causa de este carácter efímero. La sucesión de nuevos ismos, que por definición resultaban heterodoxos, hacía necesario que lo novísimo sucediese a lo nuevo, y todo ello a una velocidad de vértigo.
Durante el breve periodo de tiempo comprendido entre 1909 y 1929 surgirán un sinnúmero de movimientos de vanguardia. Establecer la nómina de todos ellos es una tarea ingente y en cierta medida estéril, pues no es posible comparar aquellas corrientes artísticas que apenas tuvieron repercusión con aquellos otros ismos que contribuyeron decididamente a alterar de manera radical la concepción del arte occidental.
El Futurismo
Marinetti |
Este movimiento se ha convertido, con el tiempo, en el más representativo de todos aquellos que se encargaron de anunciar el espíritu del nuevo arte de vanguardia. En fecha tan temprana como 1909 su creador, Filippo Tommaso Marinetti, publicaba en Le Fígaro el manifiesto fundacional del movimiento. En él exponía los puntos básicos de esta corriente. El Futurismo se declarará decididamente antirromántico, militarista y patriótico, rechaza cualquier herencia del pasado y exalta la velocidad, la industria y la modernidad. En su génesis también descubrimos un poso agresivo y una retórica grandilocuente no exenta de tintes mesiánicos.
Un sector de la crítica ha establecido dos etapas en la evolución del Futurismo. Existiría, de este modo, un Futurismo original, profundamente innovador y artísticamente revolucionario, que duraría, aproximadamente, hasta 1918. Después de esta fecha el movimiento no hará sino perpetuar las viejas formas retóricas de la primera época pero acompañadas, en esta ocasión, de una ideología fascista. De hecho, el Futurismo se vinculará estrechamente al régimen mussoliniano, lo que contribuyó a que la crítica lo minusvalorara.
El Cubismo
El Cubismo surge como un movimiento de representación de las artes plásticas. Inaugurará esta corriente en 1907 la obra de Picasso Las señoritas de Avignon. Su pretensión es la de romper la tradicional concepción de la perspectiva. Para ello yuxtapone planos utilizando diferentes puntos de vista.
Resulta complejo establecer un paralelismo literario de lo que el Cubismo supuso en las artes plásticas. Tal vez la obra de Guillaume Apollinaire, tanto teórica como práctica, pueda servir como puente entre estas dos maneras de representación artística.
Teorizó Apollinaire sobre el nuevo arte tanto en Meditaciones estéticas como en Las pinturas cubistas. En estas obras encontramos consideraciones generales sobre las Vanguardias, prestando especial atención a sus aspiraciones.
En su obra poética intentará poemas pictóricos en Alcoholes (1913) y Caligramas (1918). En estas obras incorporará la superposición de imágenes, la técnica del collage y la creación de poemas visuales, los denominados caligramas, que pretenden dar una dimensión plástica a la palabra.
El Dadaismo
Tzara |
Si algún movimiento ejemplifica el espíritu disolvente del arte de vanguardia, sin lugar a dudas este será el Dadaismo. Nace en 1916, de la mano de Tristan Tzara, Hugo Ball y Hans Arp como una expresión más del desencanto y la angustia provocada por la primera guerra mundial. Su nombre, como resulta bien conocido, surge de la elección de un término al azar en un diccionario. En su manifiesto de 1918 deja constancia de su carácter provocador y nihilista.
Imbuido de un poderoso afán destructivo, el Dadaismo no negará solamente el arte anterior, sino el arte en absoluto. Junto a él se negará la historia, la ética y todo tipo de valores. El lenguaje sufrirá de manera particular esta furia iconoclasta. Un humor de tintes anárquicos rompía con la coherencia del discurso abriendo las puertas a lo absurdo. Las asociaciones, cuanto más disparatadas mejor, provocaban hilaridad y dejaban un cierto poso de patetismo.
En el Dadaismo se encuentran de manera embrionaria muchos de los principios que habrían de triunfar en otros movimientos de vanguardia. El automatismo, el azar, la libertad absoluta de la imaginación y la postura irreverente y sacrílega, harán fortuna en el Surrealismo.
El Surrealismo
André Breton |
El movimiento Surrealista surge de las cenizas del Dadaismo. Las divergencias personales entre Tristan Tzara y André Breton llevan a este último a crear un nuevo movimiento artístico que bautizará como Surrealismo, tomando el término del subtítulo de una obra teatral de Apollinaire, Las mamellas de Tiresias. Drama surrealista. Pero el surrealismo también supondrá el intento de superar el nihilismo Dadá. El surrealismo tiene desde su origen (su manifiesto inaugural data de 1924) una voluntad creativa. Pretende crear una sobrerrealidad o realidad absoluta resultado de aunar en la obra artística el mundo del subconsciente y el de la realidad:
Creo en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla, pero demasiado olvidadizo de la perspectiva de la muerte para privarme de anticipar un poco los goces de tal posesión.
André Breton, Manifiesto surrealista, 1924
El universo de lo subconsciente, descubierto en los trabajos de Sigmun Freud, se constituirá en el vasto jardín del cual los autores surrealistas recogerán las imágenes para construir su nuevo arte. Para ello se valdrán de aquellos recursos que les permitan hacer aflorar esas pulsiones ocultas, especialmente los sueños y la escritura automática. Las puertas de lo íntimo, de lo absolutamente íntimo y personal, se abren de par en par con una libertad sin límites. No se pretende con ello explicar la realidad, sino enriquecerla permitiendo que en ella afloren nuestras pasiones más secretas.
El arte, consecuentemente, debe liberarse de la tiranía de la razón. Las imágenes se vuelven incoherentes, agresivas, vehementes. El lenguaje se torna hermético, anulando su función primordial; la de comunicar. El arte surrealista no comunica en el sentido tradicional del término. Anulando la lógica del lenguaje, subvertiendo la gramática y la semántica, el Surrealismo se dirige al subconsciente del receptor para despertar lo que en él permanecía oculto.
No obstante, esto no debe hacer pensar que las creaciones surrealista se redujeron a una sucesión más o menos disparatada de imágenes inconexas. Pronto surgiría un surrealismo instrumental en el cual, si las imágenes eran extraídas directamente del subconsciente, estas eran tratadas con exquisito cuidado por sus creadores. Serán estas obras, resultado del trabajo cuidadoso de los elementos que las conforman, las que perdurarán en el tiempo y aportarán una contribución positiva al arte moderno.
LAS VANGUARDIAS EN EL MUNDO HISPANO
La existencia de una Vanguardia propiamente hispana es una cuestión controvertida que aún hoy está lejos de encontrar una respuesta satisfactoria. Para un sector de la crítica en España solamente se intentó, de forma aislada y no sistemática, reproducir las ideas vanguardistas provenientes de los movimientos europeos. Esto no quiere decir que los frutos de estos esfuerzos carecieran de calidad y originalidad, baste recordar que entre nuestros creadores están algunos de los más importantes representantes de estos movimientos (Dalí, Buñuel, Miró, Picasso...). Pero, si nos fijamos detenidamente, estos creadores, que con mayor o menor polémica es posible adscribir a alguno de los ismos, no eran literatos. Tal y como apuntan Pedraza y Rodríguez Cáceres (Las épocas de la literatura española), estos movimientos de vanguardia dejaron honda huella en nuestros escritores, pero en muy raras ocasiones estos se encasillaron en alguno de ellos.
Pese a todo, resulta ya tradicional, al menos en el ámbito de las Enseñanzas Medias, considerar la existencia de dos grandes ismos hispanos: el creacionismo y el ultraismo. Junto a ellos es necesario tener en cuenta el importante papel jugado por Ramón Gómez de la Serna en la introducción de las ideas vanguardistas en España.
Ramón Gómez de la Serna
Este abogado madrileño reconvertido a literato será el principal promotor de las Vanguardias en España. Desde su tertulia en el Cafe Pombo, o desde la dirección de la revista Prometeo, donde publicará en 1909 el Manifiesto futurista de Marinetti y, un año después, la Proclama futurista a los españoles del mismo autor, ejercerá de guía e introductor de las nuevas ideas artísticas que por entonces pululaban por Europa.
En su producción se aúnan el gusto por la imagen sorprendente, el humor y el juego. Entre las creaciones más conocidas de la época se encuentran sus greguerías, que serían recopiladas en una obra homónima de 1914. El propio Gómez de la Serna las definiría como metáfora más humor.
Se trata de breves textos de carácter aforístico en los que se propone una visión insólita de objetos cotidianos. Para ello el autor establecerá relaciones sorprendentes entre los mismos. Las greguerías podían basarse en comparaciones (El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos); metáforas (El arco iris es la bufanda del cielo); paranomasias (Un tumulto es un bulto que le sale a las multitudes); parodias de frases hechas (Nunca es tarde si la sopa es buena) o simples juegos de palabras (En la vida se pierden hasta los imperdibles).
Pese a todo, resulta ya tradicional, al menos en el ámbito de las Enseñanzas Medias, considerar la existencia de dos grandes ismos hispanos: el creacionismo y el ultraismo. Junto a ellos es necesario tener en cuenta el importante papel jugado por Ramón Gómez de la Serna en la introducción de las ideas vanguardistas en España.
Ramón Gómez de la Serna
Este abogado madrileño reconvertido a literato será el principal promotor de las Vanguardias en España. Desde su tertulia en el Cafe Pombo, o desde la dirección de la revista Prometeo, donde publicará en 1909 el Manifiesto futurista de Marinetti y, un año después, la Proclama futurista a los españoles del mismo autor, ejercerá de guía e introductor de las nuevas ideas artísticas que por entonces pululaban por Europa.
En su producción se aúnan el gusto por la imagen sorprendente, el humor y el juego. Entre las creaciones más conocidas de la época se encuentran sus greguerías, que serían recopiladas en una obra homónima de 1914. El propio Gómez de la Serna las definiría como metáfora más humor.
Se trata de breves textos de carácter aforístico en los que se propone una visión insólita de objetos cotidianos. Para ello el autor establecerá relaciones sorprendentes entre los mismos. Las greguerías podían basarse en comparaciones (El Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos); metáforas (El arco iris es la bufanda del cielo); paranomasias (Un tumulto es un bulto que le sale a las multitudes); parodias de frases hechas (Nunca es tarde si la sopa es buena) o simples juegos de palabras (En la vida se pierden hasta los imperdibles).
El Ultraismo
El Ultraismo surge en 1918 de la mano de Vicente Huidobro y de Rafael Cansinos-Asséns, muy probablemente al calor de la tertulia que este último dirigía en el café Colonial de Madrid. En este año se redacta su primer manifiesto, el cual evidenciará su carácter heterogéneo y su impronta innovadora.
El Ultraismo pretende superar la lírica imperante y para ello no dudará en echar mano de toda técnica novedosa. Se trataba de ir "más allá" del modernismo imperante. Para ello se emplearán imágenes sorprendentes, de regusto conceptista, que serán yuxtapuestas en el poema.
Como movimiento literario tuvo una corta duración (Guillermo de Torre lo considerará extinto en 1922) y sus repercusiones fueron mínimas. Vivió en revistas (Ultra, Grecia, Cervantes...) y entre los autores más destacados podemos incluir, además de Rafael a Cansinos-Asséns, a Jorge Luis Borges, Guillermo de Torre ("Girandula") o Pedro Garfias.
Vicente Huidobro |
Resulta complejo establecer las fronteras entre el Creacionismo y el Ultraismo. Su origen, en esencia, es el mismo, y en ambos tendrá un papel capital la figura de Vicente Huidobro ("Arte poética"). No obstante, el Creacionismo tiene una poética mucho más clara. Su pretensión es la de crear en el poema una nueva realidad; crear poemas como la naturaleza crea árboles.
Para llevar a cabo su programa prescindirá de todo elemento descriptivo o narrativo, creará imágenes desconcertantes que, como sucede en el Ultraismo, aparecen yuxtapuestas en el poema.