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jueves, 27 de junio de 2013

Sustantivos contables y no contables




Propiedades gramaticales

Los sustantivos contables pueden usarse en plural con modificadores de diverso tipo: determinantes definidos (las casas, los amigos), numerales cardinales (tres palabras), indefinidos (muchos viajes) o sin ningún tipo de modificador (Faltan detalles). Los sustantivos no contables no pueden aparecer en plural y van acompañados de los indefinidos mucho, poco, bastante, demasiado, harto, tanto, cuanto, cuánto, etc (mucho pan, bastante dinero). No obstante, este tipo de sustantivos no admiten ni numerales ni el adjetivo medio, tampoco acepta ciertos indefinidos como varios, diversos o determinados.
Se asimilan, al menos en parte, a los no contables los denominados pluralia tántum. Tal es el caso de agujetas, apuros, celos, cimientos o comestibles. Estos sustantivos, pese a emplearse siempre en plural, no aportan información de pluralidad, lo cual hace que no designen entidades enumerables. 
En determinadas funciones sintácticas, especialmente como complemento directo o sujeto en posición pospuesta, los nombres no contables en singular alternan con los contables en plural. No obstante, en estas posiciones, no suelen admitirse sustantivos contables en singular (Compraré pan, comprare libros, *comprare libro). No obstante, se admiten los contables en singular en la interpretación de tipo o clase con el verbo abundar (No abunda la perdiz roja).
La semejanzas gramaticales que se detectan entre los sustantivos contables en plural y los no contables en singular pueden deberse a que estos últimos forman una suerte de plurales léxicos al denotar conjunto de partículas o individuos. Esto explicaría que desempeñen la función de término de la preposición entre sustantivos no contables en singular. Del mismo modo, los verbos que seleccionan argumentos colectivos aceptan en singular los nombres no contables (Voy amontonando basura en el patio).
Una serie de adjetivos parecen acompañar, de manera recurrente, a sustantivos no contables. Tal es el caso de abundante. Este adjetivo puede acompañar a un gran número de sustantivos no contables, no obstante, es rechazado por algunos de carácter abstracto y puede encontrarse con sustantivos contables (cena, desayuno, merienda...). Es decir, que en el caso de abundante, a la hora de intentar distinguir entre nombres contables o no contables, hay que actuar con prudencia.
Clases semánticas de nombres no contables. Cambios de categoría

Intentar establecer una clasificación semántica de los nombres no contables resulta compleja. En primer lugar porque pueden formar parte de este tipo de nombres tanto sustantivos concretos como abstractos y, en segundo lugar, porque determinados nombres, a priori no contables, cuentan con acepciones que pueden ser interpretadas como contables. Por otro lado no es nada infrecuente que en español se utilicen los mismos nombres tanto como contables como no contables, lo cual complica aún más la cuestión.
Habitualmente, cuando utilizamos un sustantivo no contable como contable, solemos hacerlo para referirnos a la clase o tipo en la cual se engloba un conjunto de realidades que contienen un rasgo semántico común. De este modo el sustantivo vino resulta no contable en la oración Bebió bastante vino aquella noche. Si nos fijamos, en este contexto no es posible utilizar el adjetivo medio, o cuando menos el uso del mismo implica una interpretación diferente a la que parece extraerse de la lectura de la oración anterior: Bebió medio vino aquella noche. No obstante, en otros contextos, más en concreto, al referirnos a la clase genérica que engloba un conjunto de vinos, este sustantivo, es interpretado como no contable, aceptando como tal el uso del plural: Los vinos de la Rioja son estupendos.
Algo semejante ocurre cuando el sustantivo no contable pasa a designar de manera individual un fragmento del conjunto. Es lo que ocurre cuando afirmamos, por ejemplo: La pelota rompió dos cristales de la puerta. En este caso el sustantivo no contable cristal se convierte en contable al designar partes individuales del mismo, lo cual permite que aparezca en plural y modificado por un numeral.
Con los nombres de alimentos ocurre algo parecido. Si volvemos al vino de nuestro primer ejemplo comprobaremos que, en determinados contextos, el nombre no contable puede hacer referencia a su modo de presentación. Así diremos, sin ningún tipo de problema: Bebió un vino aquella noche. En este caso el sustantivo vuelve a comportarse como un nombre contable, aunque cabría preguntarse hasta que punto no nos encontremos ante una elipsis que el oyente es capaz de completar gracias a su conocimiento pragmático.
Mucho menos frecuente es el caso contrario, es decir, que un sustantivo contable pase a ser interpretado como no contable. En los casos en los que se produce suele existir un cambio de carácter cuantitativo, aunque no dejan de existir casos en los que se produce cambios de carácter cualitativo. En este sentido la oración Arturo es poco hombre para Adela, lo que se pone en cuestión es la calidad en cuanto hombre, con todo lo que esto implica, de el pobre Arturo. En esta ocasión el sustantivo va acompañado del indefinido poco pero no podría ir modificado por el adjetivo medio. No obstante, en otros casos el cambio de categoría puede afectar al significado de la oración desde un punto de vista cualitativo. Sirva de ejemplo: Aquí en Villaconejos hay demasiado hombre para tan poca mujer.

El sustantivo y sus clases



Caracterización del sustantivo

Desde un punto de vista morfológico el sustantivo se caracteriza por variar en género y número y por participar en diferentes procesos de derivación y composición. Desde un punto de vista sintáctico, el sustantivo da lugar a grupos nominales que tienen la capacidad de ejercer diferentes funciones sintácticas. 
Por otro lado, los sustantivos denotan un amplio campo de entidades de diferente naturaleza y condición. Esta diversidad es la que obliga a agruparlos en varias clases gramaticales.

Clases principales de sustantivos

Una primera distinción se establece entre sustantivos comunes y sustantivos propios. El nombre común se aplica a toda una serie de realidades que forman parte de una misma clase, ya que comparten una serie de rasgos que las agrupan y, al mismo tiempo, las diferencian de otros nombres comunes. Esta característica permite a esta clase de sustantivos participar de relaciones léxicas de hiperonimia, hiponimia, sinonimia y antonimia, así como resultar susceptibles de traducción. No obstante, el nombre común solamente adquiere un carácter referencial cuando se integra en en un grupo nominal. El nombre común mesa, de manera aislada, hace referencia a un concepto general en el cual es posible englobar cualquier objeto concreto que se ajuste a las rasgos generales que se reúnen en su definición. Solo cuando el sustantivo es determinado en el seno de un grupo nominal adquiere valor referencial e individualizador, es decir, el contenido semántico general que se corresponde con determinado sustantivo se concreta en una referencia extraliteraria concreta: una mesa.
Por el contrario el nombre propio identifica un ser entre los demás sin informar de sus rasgos o sus propiedades constitutivas. Esta serie de sustantivos expresan cómo se llaman individualmente las entidades. Esto hace que estas unidades tengan poder referencial por sí mismos y les impide participar en las relaciones léxicas que era posible establecer entre los nombres comunes. De igual modo, tampoco es posible realizar la traducción de este tipo de nombres.
Los nombres comunes se dividen en contables-no contables, individuales-colectivos, abstractos-concretos.

Nombres contables-no contables

Los nombres contables o discontinuos o discretos hacen referencia a entidades que se pueden contar o enumerar. Por su parte, los no contables, también llamados incontables, continuos, de materia, de masa y medibles) designan magnitudes que se interpretan como sustancias o materias.
Son nombres contables libro, planetas, información, vasos. Son nombres no contables tiempo, testarudez, agua. Debemos tener en cuenta que determinados sustantivos no contables pueden comportarse, según el contexto, como sustantivos contables. Es lo que ocurre con, por ejemplo, café. Este sustantivo resulta no contable en expresiones del tipo: En el almacén había café, aceite y trigo. No obstante, el mismo sustantivo actúa como contable en: El profesor se tomó un café.

Nombres individuales-colectivos

Los sustantivos individuales denotan personas, animales o cosas que concebimos como entidades únicas. Por su parte los nombres colectivos designan, en singular, conjuntos de personas o cosas similares. Se aprecia esta distinción entre, por ejemplo, profesor y claustro. El primero designa a un ente particular mientras que el segundo hace referencia a un grupo de profesores.

Nombres abstractos-concretos

Los sustantivos abstractos designan conceptos no materiales, es decir, acciones, cualidades o procesos que atribuimos a los seres o pensándolos como entidades independientes a los mismos. Los nombres concretos hacen referencia a los seres a los que atribuimos las mencionadas propiedades o acciones.

Sustantivos argumentales

Los nombres argumentales cuentan con argumentos que designan participantes exigidos por el significado concreto del sustantivo. En este sentido el sustantivo amigo es argumental porque su significado no se entiende sin la existencia de dos participantes que mantienen entre sí una relación de amistad.

Sustantivos eventivos

Los nombres eventivos son aquellos susceptibles de convertirse en sujetos del predicado tener lugar o términos de la preposición durante (batalla, reunión, cacería).

Sustantivos cuantificativos

Se denominan nombres cuantificativos o cuantitativos aquellos que forman grupos nominales que pueden desempeñar la función de cuantificadores (Una brizna de hierba, un grano de algodón, un litro de leche). 

martes, 25 de junio de 2013

Escuadra hacia la muerte



Ahí, sobre estas líneas, están los protagonistas que la noche del 18 de marzo de 1953 llevaron a las tablas del María Guerrero Escuadra hacia la muerte. Cuenta Jaime Ferrán, poeta, que el por entonces ministro del Ejército, Agustín Muñoz Grandes, amenazó con quemar el teatro esa misma noche. Esta pequeña anécdota, tan del gusto de los que como yo disfrutan con la intrahistoria pato-heroica de la literatura, me permite ilustrar lo alejado que desde sus comienzos se mostró Sastre y su teatro de la situación política que le tocó vivir. No sin razón Farris Anderson verá en el teatro de Sastre un cuestionamiento constante de la realidad que lo circunda. Sastre se opondrá dialécticamente a su entorno, ya sea este social, político o artístico, y esta postura, embrionaria en estos primeros años, no hará sino radicalizarse con el paso del tiempo.
Decididamente comprometido, Sastre verá muy pronto el teatro como una eficaz herramienta de acción social. La creación del TAS (Teatro de Agitación Social) en 1950, si bien no fructificó, fue la primera piedra  (la segunda si contamos la fundación de Arte Nuevo en 1945) sobre la que solo diez años después se habría de cimentar el GTR (Grupo de Teatro Realista) y, paralelamente, el cambio de foco desde lo artístico a lo social. A resumidas cuentas, lo que pretendían tanto Sastre como sus compañeros de viaje (un paradójico Alfonso Paso, Medardo Fraile y Carlos José Costas en un principio, a los que se uniría, ya en el más profesional TAS, Jose María de Quinto) era renovar profundamente la escena española. Tarea esta tan perenne como dificultosa dadas las circunstancias.
Las peripecias que configuran la creación y representación de la obra (aparte el arrebato neróntico del bueno de don Agustín Muñoz) son también especialmente llamativas. En un principio la obra fue un encargo de un empresario inglés que tuvo, no sé si la peregrina idea, de llevar a Londres una obra española representada por una compañía española. La obra en cuestión debía ser algo nuevo y el encargo cayó en las manos de Alfonso Sastre. Sastre decidió contar para esta representación con los antiguos miembros de Arte Nuevo e ideó una obra que, libre de las cortapisas que le supondría un estreno en España, resultó radicalmente novedosa. Lamentablemente la gira británica no llegó a fructificar, lo que llevó a la compañía a estrenar la obra en Madrid en la fecha y lugar indicado. Escuadra hacia la muerte no pasaría en su estreno de la tercera representación, pero su autor, un joven Alfonso Sastre, pasaría a ocupar un lugar destacado en la escena hispana.
Bueno, pero, ¿de qué va Escuadra hacia la muerte? La cosa es bastante sencilla de explicar. En una hipotética tercera guerra mundial un escuadrón de castigo formado por seis hombres es enviado a una misión suicida para purgar de este modo sus culpas (se entiende que cada uno de los miembros del escuadrón tiene un oscuro o vergonzoso pasado. Llama la atención de entre todos el caso de Luis, un soldado que es condenado al escuadrón por no haber querido formar parte de un pelotón de fusilamiento. Volveremos a él más tarde). El escuadrón está al mando de un cabo tiránico que maltrata a sus compañeros haciendo cumplir las ordenanzas militares con una escrupulosidad carente de sentido. Todos los miembros del pequeño escuadrón se saben condenados, conducidos de manera inevitable a una muerte segura y, por lo tanto, ven absurdo el cumplimiento de la disciplina militar. El caso es que, como no podía ser de otro modo, el cabo termina siendo asesinado por cuatro de sus compañeros (Luis en ese momento se encuentra haciendo la guardia). Desde ese momento el estado de cosas se ve radicalmente alterado. Hasta ese momento los soldados parecen tener clara su situación. Si el resultado de su misión suicida es la muerte expiarán con ella sus pecados. Si por el contrario salen sanos y salvos habrán recibido el perdón, no me atrevo a decir divino, pero perdón a fin de cuentas. El asesinato del cabo es una nueva muesca en sus almas y en este caso no existe restitución posible. Así, por lo menos, es como lo ve Pedro, el más veterano de los cinco soldados, que decide ocupar el lugar del cabo tras la muerte de este. Pedro comprende la necesidad de mantener la disciplina militar, lo cual desvirtúa en parte la muerte del cabo, y, al final de la obra, la necesidad de confesar su culpa ante un consejo de guerra llegado el caso. Mucho más interesante me resulta la figura de Adolfo. Este no cree en la concepción judeo-cristiana del pecado que de manera tan varonil acepta su compañero Pedro. El prefiere huir, echarse al monte y dar continuidad a una existencia que se desliza por la ladera de lo nietzscheano. Por su parte Andrés renuncia como Pedro a su existencia, no de un modo total como este, o como ocurrirá en el caso de Javier, pero sí lo hace nominalmente. Andrés decide entregarse al enemigo, a ese enemigo cruel y despiadado del que solo puede esperarse o una muerte lenta o la animalización total en un campo de prisioneros. De este modo Andrés renuncia a su voluntad, a su voluntad de hombre, la misma que a Javier, prudentemente fuera de escena, le permite disponer tan libremente de su vida como para colgarla de un árbol. Por último nos queda Luis, ese justo entre sodomitas. El pecado que le ha llevado a ese escuadrón no es, como se ha apuntado, tal pecado, consecuentemente la justicia poética no puede otorgarle el mismo final que a sus compañeros. Él, que no quiso participar en un pelotón de ejecución, no podía participar y no participó en la ejecución del cabo. Sastre lo salva, protege de este modo a un alma inocente posibilitando su redención final.
Pues esto, más o menos, es lo que yo he entendido de esta obra teatral que tristemente he leído porque no he tenido la suerte de asistir a su representación. Estoy seguro de que sobre las tablas el texto ganará mucho. No obstante, no puedo dejar de sentir cierta decepción tras haberme acercado, por fin, a esta obra. 
Es posible que yo esperara algo mucho más radical, un planteamiento que dinamitara con tal contundencia las concepciones morales de la sociedad de la época como para que los ecos de esta explosión llegaran hasta mí. Lamentablemente no ha sido así. Es cierto que la obra es antimilitarista e introduce lateralmente lo absurdo de seguir unas normas que resultan delirantes en determinadas circunstancias (que actual es en este sentido la obra), sin embargo, me molesta esa solución complaciente que el autor proporciona al conflicto moral que dimana de su planteamiento trágico. Claro que, si no fuera de este modo, cabría preguntarse si realmente existiría tragedia alguna.  

lunes, 24 de junio de 2013

El Balneario



Hacía años que no iba por una librería de viejo. Renuncié a ellas porque lo que podía encontrar entre sus estanterías me había dejado de interesar y, tal vez, porque mi madurez, hasta cierto punto económica, me llevó a preferir la asepsia perfumada de la Fnac o de El Corte Inglés. Sé que en esta actitud mía hay mucho de traición contumaz, y puede que también un algo de estulticia postmoderna. Sin embargo, no me flagelo demasiado por ello. Convivo pacíficamente con mis traumas consumistas sin perder el sueño, al menos, no por completo.
Siempre había tenido a Manuel Vázquez Montalbán por un escritor menor. No es que ahora mi opinión haya cambiado sustancialmente. No poseo datos concluyentes y desdecirme así, de improviso, de una convicción que me ha acompañado desde mis años de estudiante, sería una nueva traición que no podría sumar sin sonrojo a la ya mencionada. Hasta fechas muy próximas solo conocía de este escritor la versión televisiva  que de Las aventuras de Pepe Carbalho había llevado a la pequeña pantalla Adolfo Aristarain para TVE, con guión del propio Vázquez Montalbán y Domenec Font. En mi memoria, memoria de primera adolescencia, Eusebio Poncela actúa como agente catalizador de una erotismo interruptus que, por otro lado, resultaba tan propio de la época. Para mí, desde ese despertar a las señoritas, el nombre de Pepe Carbalho quedaría irremediablemente unido a cierto onanismo frustrado, lo cual, me temo, determinó fatalmente mi opinión para con el pobre Montalbán.
El caso es que en los últimos tiempos me he hecho con un ejemplar del séptimo volumen de la Historia de la Literatura Española que para Ariel dirige José-Carlos Mainer. En este tomo, Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010, Jordi Gracia Domingo Ródenas repasa la literatura española de más reciente cuño. Lo cierto es que, por razones pedagógicas e ideológicas que no vienen al caso, yo siempre he sido un profundo desconocedor de esta literatura, por lo cual me puse a leer el citado manual con relativa curiosidad. Allí aprendí muchos nombres que he olvidado y de entre todos ellos me llamó la atención el de Vázquez Montalbán. Jordi Gracia le asigna un papel capital en la elaboración de la nueva narrativa que logra superar la novela testimonial del segundo cuarto del siglo XX y, al mismo tiempo, lo convierte en un actor principal del clima literario que se respirará en la España de la segunda mitad de ese siglo.
De este modo es como mi natural ignorancia se alió con mi falta de convicciones y no pude resistirme al ejemplar de El Balneario que, encuadernado en tapas duras por Planeta, me llamaba desde los anaqueles de El Indio -local especializado en la venta de artículos de muchas manos-.
Lo que viene a continuación es lo esperado. Lo pagué, lo acaricié y lo leía con relativa rapidez. Ciertamente la novelita se lee en dos patadas. Era la primera obra que leía del género -de nuevo mis prejuicios literarios- y debo confesar que no recibí más de lo que esperaba.
La trama tiene lugar en un balneario de la costa española. Se trata de un establecimiento especializado en la cura de la obesidad mediante la aplicación de una severa dieta vegetariana. De este modo Montalbán construye un espacio cerrado, aislado del entorno y sin posible escapatoria, en el cual se llevan a cabo una serie de asesinatos. Consecuentemente, todos y cada uno de los huéspedes del balneario se convertirán en posibles víctimas y en potenciales asesinos. Esta circunstancia les obligará a permanecer encerrados, lo cual aprovechará Montalbán para proponer un divertido juguete sociológico en el cual, sin más pretensiones, pasará revista a los estereotipos regionales, clasistas y nacionales que, por entonces, regían la percepción que los españoles tenían tanto de sí mismos como de buena parte de Europa o América. Reconozco que en este punto la novela se desliza por la vertiente del chiste clásico, (aquello de "había un catalán, un vasco, una señora de Toledo y un belga....") no obstante, esto, que podría ser un defecto según se considere, a mi me resultó lo más ameno del texto, ya que la trama policíaca por momentos resulta endeble, previsible y, si me apuran, con un interés menor.
Resumiendo, leí esta novela por un puro casual y no creo que su memoria se prolongue mucho más allá de esta entrada. Novela de carácter ligero, creada por aquello del pane lucrando y sin mayor pretensión. Como pasatiempo está bien, como muestra del verdadero potencial de este autor no creo que resulte significativa.