miércoles, 31 de enero de 2018

Los corrales de comedia

Desde mediados del siglo XVI se convertirán en espacios fijos destinados a la representación teatral. Su explotación correría a cargo de instituciones piadosos o los llamados hospitales benéficos, resultando muy difícil que esa explotación recayera en manos de un particular.

Se ha insistido a menudo de como la distribución del corral de comedias reflejaba la estratificación social de la época. Este reflejo, que efectivamente se producía tanto sobre las tablas como en el propio espacio físico del corral, suponía que cada clase social debía ocupar un lugar concreto dentro del corral.

Lo primero que se encontraba un espectador del siglo XVI y XVII nada más entrar en un corral de comedias era el escenario. Al fondo, en la pared que quedaba frente por frente de la entrada, sobre un escenario levantado con tablas, se realizaba la representación. La pared que quedaba tras este escenario era aprovechada para colgar en un principio elementales decorados. De igual modo, las ventanas o balcones del edificio eran aprovechados como útiles elementos esceneográficos. El escenario solía contar con un par de cortinas, una en cada lateral, que facilitaban la entrada o la salida de los personajes a la escena.

Inmediato al escenario, de cara a él, se situaban una serie de bancos reservados para la burguesía. Por su parte, los miembros más influyentes de la sociedad ocupaban los balcones o ventanas laterales.

Tras los bancos de la burguesía quedaba un espacio libre donde, de pie, se instalaban los mosqueteros, los representantes masculinos del pueblo llano. Sobre ellos, encima de la puerta, en un espacio acotado denominado cazuela, se instalaban las mujeres de su misma estración social.


Finalmente, las buhardillas de las casas de vecinos eran reservadas a los poetas y autores teatrales que, en amigable tertulia, solían comentar la obra que se representaba.

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