Digámoslo
en voz alta. Ha llegado el tiempo en que la libertad, como la luz,
penetrando por todas partes, penetre también en las regiones del
pensamiento. Es preciso inutilizar por inservibles las teorías, las
poéticas y los sistemas. Hagamos caer la antigua capa de yeso que
ensucia la fachada del arte. No debe haber ya ni reglas ni modelos.
Víctor
Hugo, Prefacio a Cromwell
Ciertamente,
el Romanticismo, en lo que se refiere a su relación con las artes,
puede entenderse como una corriente estética que recorre
buena parte de Europa entre los últimos años del siglo XVIII
y 1850. Se trata, por ello, del reflejo artístico de las
convulsiones que sufrió la sociedad occidental al pasar del
régimen estamental al estado burgués, si bien, no podemos
concluir que el resultado de esta situación fuera único. La crítica
acostumbra a distinguir dos tipos esenciales de Romanticismo.
Johann Gottfried von Herder |
Descubrimos
en la Alemania de finales del siglo XVIII el núcleo
embrionario del primero de ellos. El grupo “Sturm und Drang”
(“tempestad y pasión”, título de un drama de Blinger estrenado
en 1777) emprenderá una denodada cruzada contra lo que consideraba
un exceso racionalista en el llamado siglo de las luces.
Debemos a uno de los mayores representantes de este grupo, Johann
Gottfried von Herder, buena parte de las
ideas básicas que determinarán el posterior desarrollo del
romanticismo literario. El particular modo de contemplar la evolución
de la Historia por parte de este filósofo alemán, para quien el
historicismo consistía en una actitud individualizadora que daba
especial importancia a las condiciones temporales y locales de la
existencia humana, determinará, en buena medida, el concepto de volkgeist, espíritu del pueblo. Interesará, en
literatura, investigar como este volkgeist se concreta en las
fuerzas creativas de cada nación, las cuales, le serán privativas.
Para Herder, en el caso particular de Alemania, se hacía necesario
retornar a las fuentes originales para poder reencontrar y
reactivar esas fuerzas creativas autóctonas.
Las
ideas herderianas, convenientemente azuzadas por los ejércitos
napoleónicos y sus pretensiones imperialistas, encontrarán eco, a
principios del siglo XIX, en los estudios de los hermanos Schlegel.
Para
Friedrich Schlegel el patrimonio literario de un pueblo sería
de la mayor importancia para establecer su identidad nacional,
pues precisamente esta encontraría su base en esas manifestaciones
literarias primigenias y autóctonas.
August Wilhelm von Schlegel |
Por
su parte, August Wilhelm Schlegel establecerá, tal y como
recuerda Derek Flitter en su ya clásico libro Teoría y crítica
del romanticismo español, que cada pueblo dispone de su propio
espíritu artístico, lo cual le conducirá a plasmar de un modo
particular su visión nacional-individual de la existencia.
Consecuentemente, el clasicismo, esencialmente universal y
racional, no resulta adecuado, dados sus efectos
uniformadores, para la plasmación de ese espíritu artístico. Las
particularidades de cada pueblo justifica el rechazo de las
medidas igualadoras derivadas de la ilustración
francesa, formalmente subliminadas en las reglas
seudoarístotélicas. Igualmente, debemos a August Schlegel la
distinción entre Clasicismo y Romanticismo. Para este filólogo
alemán, el Clasicismo era esencialmente pagano, sensual y
cívico. Frente a él, el Romanticismo era cristiano,
espiritual e individual. Se consolidará, de este modo, lo que la
crítica ha dado en llamar, en contraposición al denominado
Romanticismo liberal, Romanticismo conservador o histórico. Podemos
situar en esta vertiente de la colina romántica, tomando la imagen
de Dámaso Alonso, a autores como Madame Stäel, Chateubriand o José
Zorrilla.
Victor Hugo |
En
la colina opuesta, tal y como señala Jaime Vicens Vives en el
artículo “El Romanticismo en la Historia”, el movimiento
romántico, en lo que tiene de negación de la filosofía
racionalista del siglo XVIII, será “superpuesto al reformismo
liberal (de finales de siglo), prestando alas al individualismo
político y estimulando la idea de libertad que aquél hacía
consustancial con su doctrina”. De este modo, Víctor Hugo, en
el Prefacio a su obra Cromwell, no dudará a la hora de
proclamar el advenimiento de una nueva era de libertad. Junto al
mencionado dramaturgo francés, ocuparán un lugar privilegiado en
este Romanticismo liberal Byron y Espronceda.
Tal y
como apuntan Felipe B. Pedraza y Milagros Fernández Cáceres, Las
épocas de la literatura española, no debe sorprendernos esta
polaridad propia del Romanticismo. Recordemos que este
movimiento literario surge en una época de inestabilidad política y
económica. La burguesía, que a lo largo del siglo XVIII ha ido
alcanzando progresivamente cotas de poder, estará, al finalizar la
centuria, en disposición de llevar a cabo el asalto definitivo a los
bastiones del antiguo régimen.
Dejando
a un lado el hecho paradójico de que, hasta cierto punto, el
Romanticismo es a un tiempo réplica y culminación de los ideales
ilustrados, resulta comprensible que esta inestabilidad
social y también emotiva, alcanzara por igual a los dos grupos
enfrentados. Ambos coincidirán en la común negación de la
razón, exaltando, si bien en direcciones opuestas, lo sentimental.
Pese
al carácter proteico que hemos descubierto en el
Romanticismo, Wellek, Conceptos de crítica literaria, propone
tres criterios que discriminan a los escritores románticos de los de
otras épocas: “la imaginación para la idea de poesía, la
naturaleza para la idea del mundo y el símbolo y el mito para el
estilo poético”. Por su parte Bousoño, Épocas literarias y
evolución. Edad Media, Romanticismo, época contemporánea, señala
como “foco irradiante del romanticismo […] el sentimiento
individualista” que se manifiesta con especial agudeza; de él
derivan los rasgos esenciales de esta tendencia: color local,
irracionalismo, historicismo, subjetivismo, inspiración, impulsos de
libertad y conciencia social entre otros. No obstante, lo
afirmado por el profesor asturiano no parece alejarse demasiado de lo
que ya en fecha tan temprana como 1854 estableciera Jerónimo Borao
en Romanticismo. Para este autor el Romanticismo podía
definirse como un movimiento artístico en el cual sus seguidores
expresan “lo que se presenta con aire extraño, lo que afecta de un
modo enérgico a la imaginación, lo que se aparta por su naturaleza
de las impresiones vulgares a costa a veces de la verosimilitud, lo
que ofrece sentimientos excéntricos, rasgos puntillosos, personajes
demasiado audaces o comprometidos.”
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