Apuntes extraídos de María Vicoria Escandell Vidal, La comunicación.
Tal y
como hemos visto hasta aquí, el concepto de comunicación que
venimos manejando hasta el momento resulta demasiado simplista y
rígido como para explicar convenientemente un proceso tan complejo
como el que nos ocupa. Resulta imprescindible dar cabida en el
sistema de la comunicación a una serie de realidades que, hasta la
fecha, o se abordaban de manera tangencial o simplemente quedaban
marginadas. Hemos visto que la comunicación humana consiste en un
proceso complejo que excede los límites de la codificación y
descodificación de mensajes y que, pese a poder servirse de un
código, la presencia del mismo no resulta imprescindible. También
hemos comprobado que la comunicación es el resultado de integrar
contenidos codificados y conocimientos extralingüísticos, así como
que comunicarse supone generar un conjunto de representaciones en
otro individuo. Por último, debemos recordar que la comunicación es
un proceso intencional, tanto desde la perspectiva del emisor como
del destinatario, quien en su interpretación debe reconocer la
intención del emisor. Un modelo comunicativo completo debería dar
cabida a estas premisas, al tiempo que delimita el papel que juega en
el mismo cada uno de los elementos que las conforman.
En un
modelo así debemos dar cabida a tres tipos de componentes. En primer
lugar tendríamos los elementos. En esta categoría
incluiríamos a los fenómenos perceptibles y directamente
observables que intervienen en el proceso comunicativo. Así,
entenderíamos la comunicación como una actividad en la cual dos o
más individuos intercambian señales de diversa naturaleza de manera
intencional. Junto a estos contaríamos con las representaciones
y los procesos. Estas dos categorías tienen en común que
ambas engloban realidades a las cuales solo tenemos un acceso
indirecto a partir de las manifestaciones que se hacen visibles a
través del comportamiento comunicativo. Las representaciones, por su
parte, hacen referencia a la imagen mental que los participantes del
proceso comunicativo hacen de su entorno, las cuales conforman un
todo en parte individual y en parte compartido con los otros
individuos de su entorno cultural. Pero sobre las representaciones
los seres humanas realizan unas serie de operaciones, las cuales
denominaremos procesos. Uno de estos procesos es la
codificación/descodificación, operación que permite emparejar
representaciones lingüísticas con representaciones semánticas.
Junto a este se produce la ostensión/inferencia, proceso por el cual
se establecen vínculos causales entre representaciones, y liga las
representaciones formadas durante el curso de la descodificación con
otras representaciones del individuo.
Pasemos
a estudiar ahora en detalle cada una de estas categorías.
Elementos.
Como
hemos apuntado, esta categoría está formada por las entidades
físicas directamente observables que participan en la
comunicación. Dentro de esta categoría, la más baja del proceso
comunicativo, podemos distinguir tres elementos básicos: emisor,
destinatario y señal.
El
emisor es la entidad que produce una señal con intención de
comunicarse. Tal y como hemos ya demostrado, esta señal puede
pertenecer o no a un código e incluso cuando la señal es
lingüística, el conocimiento del código no es suficiente para
asegurar la plena comunicación. Por otro lado, el emisor se comunica
como resultado de un comportamiento voluntario inducido por un
objetivo concreto, que puede concebirse en términos generales como
un deseo de originar en la mente del destinatario un conjunto de
representaciones, a partir de las cuales se intenta producir ciertos
cambios en el entorno. Como no resulta difícil de imaginar, tanto el
objetivo como la situación o el destinatario imponen una serie de
restricciones sobre el contenido y la forma de la actividad
lingüística.
El
destinatario es la entidad (grupo o individuo) con la cual el
emisor quiere comunicarse por medio de la señal. Preferimos
destinatario a receptor pues no consideramos a aquellos receptores
ocasionales que por casualidad captan una señal no dirigida a ellos.
Por
último la señal consiste en una modificación perceptible
del entorno producida con la intención de comunicar. Debemos
recordar que el concepto aquí utilizado de señal sobrepasa el
establecido de manera tradicional. Con él nos referimos a la
vertiente física y objetiva del instrumento empleado para comunicar
y, consecuentemente, formarán parte de la misma tanto las señales
convencionales como no convencionales.
Representaciones.
Junto
a los elementos materiales que acabamos de mencionar existen otros
muchos que también tienen un papel muy destacado en el proceso
comunicativo. Se trata de factores de naturaleza muy diversa (la
realidad extralingüística, la situación, el conocimiento del mundo
y del interlocutor, las metas comunicativas...) de difícil
integración entre sí y con los enunciados lingüísticos. Para que
esta integración sea posible recurrimos al concepto de
“representación interna”, definido más arriba como una
imagen mental, personal y privada, de una entidad o un estado de
cosas, ya sea este de naturaleza externa o interna. Este concepto nos
permite operar con seguridad en el nuevo sistema de comunicación que
aquí proponemos. Tengamos en cuenta que lo que varía en todo caso
es el contenido de estas representaciones pero nunca la naturaleza de
las mismas.
Siendo esto así, lo que determina nuestra actitud comunicativa no
será la situación real en la cual nos encontremos, ni la esencia
ontológica de nuestro interlocutor, Lo que determina ese actuar
comunicativo es la representación mental que nos hacemos del mundo
que nos rodea, la cual en esencia, es de la misma naturaleza que
aquella que nos hacemos de nuestra relación con los demás y de
nuestro lugar en el mundo.
El problema surge cuando nos disponemos a convertir esas
representaciones internas en palabras, es decir, representaciones
externas. Resulta evidente que existe una disociación entre lo
que pensamos y lo que finalmente comunicamos. Nuestras
representaciones internas, personales y privadas, cuentan con un
nivel de detalle y precisión que resulta, si no imposible, muy
difícil de trasladar a un sistema de representaciones que, por su
carácter público y común, tiende a la economía y la eficacia. De
este modo, el éxito de la comunicación dependerá, por un lado, de
lo adecuado que resulten esas representaciones internas y, por otro,
de la eficacia con la que esas representaciones internas sean
“traducidas” a representaciones externas. El emisor debe ser
capaz de seleccionar convenientemente los contenidos, de adecuar los
mismos a su interlocutor y a la situación comunicativa y de contar
con un número suficiente de señales como para expresar del modo más
adecuado sus representaciones internas. Obviamente, el receptor debe
contar con un conocimiento del mundo lo suficientemente amplio como
para poder generar en sí mismo una representación interna que, si
bien distinta a la del emisor, debe aproximarse en gran medida a la
de este. El papel del docente de lengua será, entre otras muchas, el
de guiar a sus alumnos en la adquisición de estas habilidades.
Igualmente, deberá inculcar en sus alumnos tanto una serie de
representaciones compartidas (las que configuran las grandes parcelas
del saber común y que van desde el modo de comunicarse en
determinadas situaciones a lo que se pretende comunicar con
determinados actos estereotipados). Debemos tener en cuenta que la
actividad comunicativa será adecuada en la medida en que las
representaciones que se formen de los diferentes elementos y sus
relaciones sean correctas y sean, además, las que imperan en la
cultura de la cual forman parte.
Dentro
de los diferentes tipos de representaciones debemos incluir aquellas
que conforman lo que de manera tradicional conocemos como contexto.
Tal y como hemos apuntado más arriba, este concepto resulta bastante
lábil pues, tal y como se plantea, es demasiado amplio, rígido y
heterogéneo. Creemos, siguiendo a María Victoria Escandell,
(Ibid.), que dentro de
los factores contextuales es necesario distinguir cuatro parámetros
de importancia y valor diferenciado.
Por un lado tendríamos el objetivo, que podría resumirse
como el propósito que persigue el emisor con su acto comunicativo.
El emisor, partiendo de la representación que se ha formado de las
circunstancias que lo rodean, intenta producir un cambio o evitar que
este cambio se produzca. Tengamos en cuenta que los cambios pueden
afectar al destinatario, al entorno o al propio emisor. El emisor
elegirá sus estrategias comunicativas en función de sus fines y el
destinatario creará sus representaciones internas en función de
cuáles crea que son las intenciones del emisor. Como vemos, la
consideración del propósito en el contexto nos pone en contacto con
el valor de los diferentes actos de habla al tiempo que nos permite
observar bajo una nueva óptica las tradicionales funciones del
lenguaje propuestas por Bühler y ampliadas por Jakobson.
En
segundo lugar, debemos considerar la distancia
social. Con esto nos
referimos a la relación existente entre los interlocutores tal y
como se concibe de acuerdo con los patrones sociales vigentes en cada
cultura. A la hora de determinar este parámetro entran en juego
diferentes factores como la edad, el sexo, el poder relativo o el
grado de conocimiento previo. En este caso será la naturaleza del
interlocutor la que determinará los recursos que el emisor
utilizará. De igual modo, el destinatario interpretará los mensajes
en función de la naturaleza de su interlocutor.
Otro factor determinante dentro del contexto es la situación.
Con este término nos referimos al conjunto de rasgos que definen el
grado de institucionalización que gobierna todo intercambio
comunicativo. Efectivamente, es posible distinguir entre aquellas
situaciones en las que los papeles establecidos para cada uno de los
interlocutores se encuentra altamente institucionalizados, como en
una ceremonia de matrimonio, de aquellos otros en los que estos
resultan mucho más libres, como en una conversación informal. No
obstante, estos dos puntos son los extremos de un continuum en
el cual es posible identificar diversas situaciones intermedias.
Precisamente es en estas donde se realizan la inmensa mayoría de los
intercambios comunicativos.
Por último, contamos con el medio: Con este término hacemos
referencia al método empleado a la hora de establecerse la
comunicación. Dentro de este es posible distinguir entre medio oral
y medio escrito, estableciéndose toda una serie de representaciones
sociales sobre qué es lo adecuado en cada situación en función de
cuál sea el medio empleado. Obviamente, dentro de cada una de estas
modalidades existirán diferentes categorías que tendrán en
consideración aspectos concretos relacionados con las situaciones en
las que estos medios se ponen en práctica. Es decir, no será lo
mismo una conversación mantenida cara a cara que otra llevada a cabo
por teléfono.
Procesos.
Los procesos son los conjuntos de operaciones que intervienen en el
tratamiento de la información. Como hemos adelantado, en el
procesamiento que acompaña a la actividad comunicativa pueden darse
dos tipos de procesos: codificación/descodificación y
ostensión/inferencia. Examinemos ahora las propiedades generales de
cada uno de ellos.
Codificación y descodificación.
Estos procesos se basan en la existencia de una asociación
convencional y, en el caso de las lenguas, de naturaleza simbólica1,
entre señales y mensajes. El proceso de codificación supone pasar
del contenido que se pretende comunicar a la señal que lo transmite
en virtud de la existencia de una convención previa que los liga. El
proceso de descodificación es inverso: permite, a partir de la
señal, recuperar el mensaje que el código le asocia. Es el carácter
convencional y arbitrario de los signos lingüísticos el que explica
que el conocimiento compartido del código sea un requisito
imprescindible para su utilización.
No obstante, hemos comprobado que el código no resulta
imprescindible para que exista comunicación. Existen otra serie de
factores extralingüísticos que permiten la comunicación o, en todo
caso, determinan la interpretación del mensaje. Esto es lo que nos
obliga a hablar de ostensión e inferencia.
Ostensión e inferencia.
Cuando no empleamos señales convencionales estamos haciendo
intervenir en la comunicación nuestra capacidad de producir e
interpretar indicios. Recordemos que un indicio es la manifestación
de una relación natural de causa-efecto entre dos fenómenos. La
interpretación de los indicios se realiza siempre a partir del
conocimiento previo que el sujeto posee, recuperando el vínculo
existente entre los dos fenómenos relacionados. El hecho es que los
humanos somos capaces de producir indicios de manera voluntaria y con
intención comunicativa, lo cual implica que debemos incluir en
nuestro sistema de la comunicación tanto a estos indicios (que no
dejan de estar dentro del grupo de las señales) como a los procesos
que permiten su producción e interpretación. Estos procesos se
producirán en paralelo a los procesos de codificación y
descodificación. Denominaremos ostensión a la producción
intencional de indicios. Para que se produzca no es necesario conocer
ninguna convención previa, ya que existe una relación natural que
permite relacionar la señal con aquello a lo que el emisor trata de
eludir.
Por su parte la inferencia es el proceso por el que se reconstruyen
los vínculos que permiten ligar la señal indicial y el contenido al
que esta se refiere.
Un nuevo modelo y sus consecuencias.
De las reflexiones que hemos planteado hasta aquí se deriva un
nuevo modelo comunicativo que resulta mucho más adecuado al modo en
el que el proceso se produce en realidad. La inclusión en el mismo
de aspectos propios de la Pragmática ilumina convenientemente
parcelas del proceso cuya explicación, hasta la fecha, quedaban en
penumbra.
Por otro lado, este modelo introduce aspectos de la comunicación
que resultan imprescindibles si deseamos establecer una relación
coherente entre los distintos aspectos que conforman el currículo de
las enseñanzas medias.
El esquema presentamos a continuación y que debemos a María
Escandell (Ibid.) pretende reflejar los aspectos más destacados de
este nuevo enfoque y podemos leerlo como sigue. El emisor tiene una
intención comunicativa, que se plasma en el conjunto de
representaciones que quiere transmitir. Teniendo en cuenta el resto
de representaciones que le resultan accesibles (en particular, las
relativas al destinatario, a la situación comunicativa, al medio, al
conocimiento lingüístico u a otros conocimientos extralingüísticos
relacionados), selecciona el tipo de señal que, dadas las
circunstancias concretas de su intercambio, le parece más adecuada
para lograr sus objetivos: una señal en la que, típicamente, sólo
una parte de las representaciones que quiere transmitir aparecen
codificadas por medios lingüísticos. El destinatario, a su vez,
somete la señal recibida a un doble procesamiento, inferencial y de
descodificación, por el que combina la información obtenida a
través de las descodificación lingüística con las
representaciones accesibles (entre ellas, las relativas al emisor, a
la situación, el medio, etc.), y forma en su mente un nuevo conjunto
de representaciones semejante (pero no necesariamente idéntico) al
que quiso transmitirle el emisor.
Mª Victoria Escandell, La comunicación, pág. 41 |
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