Toda obra literaria guarda deudas con las que le precedieron. Esto podría hacernos plantearnos el concepto de originalidad pero, al menos como lo entendemos, eso de la originalidad es un invento de los yeyes románticos que inundaron el mundo con sus buenas dosis de egocentrismo infantil.
Pero dejemos a un lado nuestras opiniones, las cuales al menos en mi caso se basan en tan peregrinos conocimientos como los que proporciona una universidad de provincias. Si nos centramos en lo que nos importa, es decir, las fuentes en las que beben los autores de la Tragicomedia de Calisto y Melibea, debemos concluir que estas son importantes al menos por dos motivos. En primer lugar porque en buena medida configuran lo que ante nuestros ojos se nos presenta negro sobre blanco y, en segundo lugar, porque reflejan la realidad cultural en la cual la obra se inscribe y colaboran de manera eficiente a su correcta comprensión.
En primer lugar destacará la influencia de Terencio, autor latino al que la obra debe bastantes recursos técnicos, la categoría de los personajes e incluso frases concretas del texto.
Por lo que respecta al primer acto las deudas con Séneca son innumerables. Este hecho no solamente evidencia que el autor de este primer acto es distinto de Fernando de Rojas, sino que también pone de manifiesto como la llegada del humanismo abandona progresivamente la mal entendida tradición griega (Aristóteles) centrándose en los autores de la llamada edad de plata latina. Además Séneca ya se sabe, un tanto pesimista en sus planteamientos...
El resto de la obra, es decir, aquella parte que no se debe al autor desconocido y escrita por Fernando de Rojas, toma no pocas ideas del Petrarca latino. El poeta de Arezzo no solo será capital para el desarrollo de la lírica renacentista sino que además influirá decididamente en el desarrollo y triunfo del humanismo. Recordemos que el siglo XIV conforma un prerrenacimiento desde el punto de vista cultural y artístico y en este sentido el influjo de las obras más decididamente humanistas del poeta italiano serán cruciales.
Sin duda es posible rastrear otras muchas influencias en la obra que nos ocupa. De radical importancia sería el De amore, de Andrea Capellanus, o incluso nuestra Cárcel de amor. No obstante, no pretendo agotar la paciencia del bien amado lector que bien por la obligación o por la devoción (cuestión esta altísimamente improbable) ha caído en estas páginas.
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