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jueves, 25 de septiembre de 2014

Elementos de uso para persuadir. Funciones argumentativas y argumentos.

Una argumentación consiste en una relación entre uno o varios argumentos y una conclusión. Es una construcción lingüística expresa (a diferencia de la persuasión, que puede prescindir de los argumentos). La forma más sencilla consiste en el enunciado de la tesis y, a continuación, la enumeración de argumentos que la corroboran. Después existe la variante en la que no se explicita la tesis, o en la que sólo se muestra al final, como conclusión. Pero hay otras estructuras posibles.

Estructuras argumentativas:

  1. De lo general a lo particular. Partir de una tesis que se plantea como conclusión y luego se demuestra con un argumento o una prueba (o más de uno). 
  2. Argumento - conclusión. La conclusión aparece al final, como cierre de la argumentación. Se acompaña al oyente en el razonamiento, así se da una apariencia de que la conclusión deriva naturalmente de unos hechos objetivos, de que no es el emisor quien impone la conclusión.
  3. Contraposición o contraargumentación. Se apoya en rechazar la postura contraria. Se anticipa a posibles objeciones y muestra que tiene en cuenta todas las posibilidades. Se basa en tres pasos: presentación del contraargumento, desarrollo de su refutación y refuerzo de la tesis.
  4. Presencia de un elemento de fuerza acompañando a los componentes básicos. Suele enfatizar un argumento o la propia conclusión, para reafirmarla. (Es una demostración clara de cómo en la argumentación no funcionan razonamientos lógicos, sino enunciados lingüísticos.)
  5. Presencia expresa de la base argumentativa. El encadenamiento de argumentos se presenta como lógico e indiscutible. Sólo se podría discutir negando esa base argumentativa, y con ella todo el texto.

En estas estructuras puede funcionar también la recursividad, es decir, que una estructura de "argumento - conclusión" funcione como argumento, como ejemplo o como base argumentativa de otra estructura argumentativa mayor. Pero, en todo caso, los límites de longitud son más restrictivos que en la narración por la dificultad de seguir el razonamiento.

Los enunciados, simples o complejos, que dan forma a la argumentación se van encadenando, van creando una progresión temática, de forma que se relacionan entre sí favoreciendo o negando el sentido de la tesis. Así pueden catalogarse según su función como coorientados o antiorientados, según argumenten a favor o contraargumenten.

Funciones coorientadas.
  • Justificación o prueba. Explica la razón del enunciado que le precede, justificando su presencia en la argumentación. Demuestra (según la lógica o el interés del emisor) que la conclusión expuesta es la correcta.
  • Asentimiento o confirmación. Acepta una tesis o una conclusión del receptor, o de un corpus común o una autoridad, que se utilizará como argumento o se añadirá a la base argumentativa.
  • Refuerzo de conclusión o argumento. Enunciados explicativos (introducidos por "es decir", "o sea"...), o también textos narrativos o descriptivos (tras un "por ejemplo", "como"...). 

Además de su función reformulativa, estos enunciados, al aclarar un contenido, tienen una función de refuerzo.
En este grupo también están los elementos valorativos de los argumentos (introducidos por "claro", "por supuesto", "desde luego"...). Ayudan a presentar como evidentes los argumentos y, de ahí, por lógica, la conclusión.

Funciones antiorientadas.
  • Objeción (o concesión - oposición). Enlaza, contraponiéndolos, argumentos o un argumento y una conclusión que no le corresponde. La objeción puede referirse a lo expresado, a lo sugerido (lo que se infiere) o a lo comunicado de forma implícita.
  • Concesión. El emisor se muestra momentaneamente de acuerdo con una tesis defendida por su interlocutor, pero abandona ese acuerdo contraargumentando. O parte de una posición común para negar la conclusión del interlocutor. Los argumentos de la otra parte se aceptan como válidos, pero no como los más importantes.
  • Rectificación. Es un mecanismo de reformulación que cambia la orientación argumentativa de un enunciado. Siempre hace referencia a lo dicho por otro.
  • Contestación o desacuerdo. Rechazo explícito de una conclusión o de un argumento.
  • Crítica, acusación y reproche. Suele consistir en la afirmación de que lo dicho es falso. Se acusa al interlocutor para despreciar su conclusión y sus argumentos. También puede aparecer como interrogación retórica sobre alguna circunstancia que desacredite su conclusión.

Vayan en la dirección que vayan, los argumentos, para su utilización a la hora de convencer al oyente o lector, se clasifican por su contenido o por su aplicación directa. Es decir, en la clasificación tradicional de los argumentos también se tiene en cuenta la pragmática. Su veracidad o falsedad no importan tampoco en este caso, por eso no se diferencian en su forma ni en su intención sean argumentos o falacias, y se clasifican juntos. Además de los argumentos lógicos, los que serían defendibles en un texto científico, basado en la razón y bajo condiciones de verdad, existen varios tipos de argumentos en los que apoyarse.

Tipos de argumentos y falacias:
  • ad personam: argumentación que trata de invalidar otra desacreditando a la persona que la sostiene. No se discute el contenido, sino al argumentador.
  • ad hominem: se basa en el universo del hablante, que usa ejemplos de su experiencia o su visión particular y los extiende a categoría general.
  • ad verecundiam: es el argumento de autoridad. Se basa en la autoridad de una fuente o de alguien prestigioso que haya usado el mismo argumento. Entre expertos (o en un texto científico) no tiene cabida. La autoridad puede ser una persona, un medio o una comunidad.
  • ad logicam: se crea una posición fácil de refutar basada en una caricatura del oponente y en la simplificación de sus argumentos.
  • ad baculum: convencer con amenazas. Cada amenaza sería un argumento. Una variante de este tipo puede ser la que propone Lausberg, que consiste en proponer dos alternativas desagradables aunque una de ellas un poco menos.
  • ad misericordiam: no demuestra ni lo intenta, sino que pide que se le crea por compromiso.
  • ad populum: también llamado "sofisma populista". Consiste en dar ventaja de un argumento frente a otro por estar defendido por más gente.
  • ad consequentiam: confía su valor a las posibles consecuencias, positivas o negativas, de la tesis.
  • ad ignorantiam: defiende la veracidad o falsedad de lo dicho porque no se puede demostrar lo contrario.
  • Petitio principii: se presenta como ya demostrado lo que se quiere demostrar. Se sitúa como información conocida en una estructura en la que sirve de apoyo a información nueva (para que sea sobre ésta sobre la única que pueda caber discusión).
  • Ignoratio elenchi: hablar de otras cosas del oponente para defender lo dicho, descuidando los razonamientos del propio oponente. 
  • Post hoc ergo propter hoc: aplicación de la lógica del tiempo. Se identifica causa y efecto en dos hechos independientes sólo por su relación temporal.
  • Non sequitur: argumento sin relación con la conclusión que defiende. Falta de topos.
  • Secundum quid: generalización de datos parciales. Los argumentos ad hominem son un caso de este tipo.
  • Falacia del entimema: se suprime alguna premisa del razonamiento por ser obvia o por ser contraria a los intereses de la conclusión que se defiende.

Aunque el texto argumentativo no adquiere significado, no se aprecia como tal, hasta que no se enmarca en un hecho comunicativo, también es cierto que presenta ciertas características gramaticales. Aun no siendo elementos privativos de este tipo de texto, sí pueden ayudar a su definición.

Ya es sabido que la argumentación y la exposición, por su cercanía con la lógica y sus procesos, necesitan más relacionantes entre oraciones que otros tipos de texto. Aparecen con frecuencia tanto conectores (aun así, por eso, no obstante...) como expresiones conectivas (a pesar de, si bien...). También cobran mayor relieve sus valores por el interés del hablante en marcar argumentos fuertes frente a argumentos débiles, haciendo que los textos argumentativos sean una buena fuente en la que explicar los distintos valores de los marcadores.

Los nexos, además, marcan la evolución del texto, la progresión temática y los límites entre argumentos. Facilitan la comprensión y colaboran en la persuasión.

Dentro de la gramática oracional cobra importancia la repetición, tanto de estructuras sintácticas como de sintagmas. Sirven para favorecer la cohesión y para tematizar conceptos clave. La reiteración semántica funciona en el mismo sentido. Todo para transmitir ideas y valores de la forma más clara posible.

Ésta quizás pueda ser la principal característica gramatical del texto argumentativo, la que lo diferencie de otras secuencias textuales: que la estructura de sus secuencias es más compleja.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Elementos de la argumentación.

Como ya sabemos, el texto argumentativo es un texto con una clara función pragmática. Su finalidad no es la corrección lingüística ni la rigidez formal de un soneto, pero para conseguir su finalidad, para que funcione, es necesario que cumpla unas condiciones, que incluya (en unos casos explícitamente en otros casos sólo como una corriente de fondo) ciertos elementos. De ellos vamos a ocuparnos hoy aquí.
  1. Tesis. Es uno de los puntos de vista posibles sobre la polémica sobre la que se desarrollará la argumentación. Puede ser tanto un punto de partida que se reformulará a lo largo de la argumentación como la misma conclusión a la que se llega (o se quiere llegar desde el principio). La conclusión puede estar o no explícita en el texto, pero la tesis, si va a ser reformulada o negada, no puede dejar de expresarse para que opere con los argumentos.
  2. Marco argumentativo. La argumentación, como acto pragmático, necesita un contexto en el que interactúen emisor y receptor, sea éste conocido o supuesto. Este contexto es el que causa que un enunciado o un conjunto de enunciados se interprete como un argumento o como conclusión, aunque el mismo enunciado en otro contexto se interpretase como un comentario, una anécdota, una amenaza... 
  3. Topos (o garante argumentativo). Según definición de Catalina Fuentes y Esperanza R. Alcaide "es la conexión entre hechos y conceptos que la comunidad ha socializado y que permite la relación entre los argumentos para llegar a una conclusión." Es un estado anterior a la argumentación, que permite que ésta exista al crear entre los argumentos relaciones lógicas o suposiciones compartidas por el emisor y el receptor. No es de naturaleza lingüística. Para un lector que no comparta ese conocimiento habrá un salto lógico y la argumentación deja de funcionar. Este conocimiento compartido estaría formado por "reglas generales", que es como llaman Carolina Figueras y Marisa Santiago a cada una de esas relaciones lógicas que permiten el avance de la argumentación.
  4. Base argumentativa. Es una formulación explícita de una parte o de todo el garante argumentativo. Es una parte del discurso que expone, o incluso crea, el contexto de la argumentación y los topoi que el receptor habrá de tener en cuenta. Ante la falta de conocimiento compartido, el emisor incluye un nuevo conjunto de hechos y saberes que dan coherencia a su argumentación.
  5. Fuente. Es el fundamento y origen de una información. Se corresponde al "quién" de un argumento de autoridad y se nombra esperando de esa autoridad la validez y la responsabilidad de la argumentación. En el caso de los topoi compartidos la fuente es la comunidad a la que pertenecen el emisor y el receptor.
  6. Conclusión. El resultado de operar los argumentos con la lógica y el saber comunes llevan a una conclusión. Puede ser idéntica a la tesis inicial o una reformulación o negación de ella.
  7. Reserva. A veces un argumento puede llevar a más de una conclusión. La reserva es la conclusión no planteada, a la que no se quiere llevar al receptor. También puede utilizarse en la argumentación, para reforzar la conclusión deseada contraargumentando contra la reserva.
  8. Argumentos. Sean de la naturaleza que sean. Sean falsos o inocentes, objetivos o subjetivos, indiscutibles o inútiles, antiorientados o coorientados con la tesis, todos los enunciados que pretenden justificar una conclusión son los argumentos.

Estos elementos no son la guía de cómo argumentar. Ni siquiera tienen que intervenir todos en una argumentación. A veces una tesis adecuada para un receptor adecuado puede conseguir persuadirlo de lo que no sabrían cien argumentos admirables respaldados por autoridades admiradas.

La argumentación es una dimensión textual que puede ser expresada por cualquier mecanismo de la lengua.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Bases de la argumentación. Teoría del texto argumentativo.

Los tipos de texto son herencias culturales que facilitan las necesidades expresivas y comunicativas. Para su funcionamiento, le imponen restricciones al hablante en la codificación y sirven de guía al oyente para su interpretación. Todo texto tiene una finalidad, es decir, es un hecho pragmático.

El estudio de la tipología textual sirve para lograr una expresión escrita correcta en situaciones diferentes. Es una parte de las técnicas de uso del lenguaje como herramienta.

El texto argumentativo

Así como el texto narrativo se puede identificar por sus características morfológicas (flexión verbal) o el descriptivo por las sintácticas (modificación de sustantivos, es decir, adjetivación), el texto argumentativo se define por su función pragmática. La argumentación es un acto perlocutivo, es decir que busca intervenir sobre la actuación del oyente o receptor. Por esto se puede definir la argumentación (Christian Plantin, La argumentación) como "la operación por la cual un enunciador busca transformar por medios lingüísticos el sistema de creencias y representaciones de su interlocutor".

Sea real o figurado, el receptor toma la mayor importancia en este tipo de textos. Tanto es así que la secuencia argumentativa siempre incluye, implícita o explícitamente, referencia a posiciones contrarias. A diferencia del texto expositivo, que debe ceñirse a las verdades y formas de la ciencia a la que se refiere, la argumentación es posible en cualquier registro o nivel de la lengua. Usará el que mejor se adapte al receptor, se expresará en el que ofrezca mayor posibilidad de persuadirlo.

Ese otro al que hay que convencer puede ser el lector, pero también puede ser un receptor que figure en el texto, o incluso intervenir creando un diálogo. Puede estar de acuerdo o en desacuerdo con la tesis, o también puede iniciarse en la cuestión con ese mismo texto.

Hasta aquí hemos visto que para que se dé la argumentación son necesarios:

- una cuestión que admita varias posibilidades,
- un emisor que defiende una de ellas,
- un antagonista (real o figurado, activo o pasivo) al que persuadir
- y el proceso de convencer que forma el texto argumentativo.

Sus características comunicativas, según Salvador Gutiérrez Ordóñez, son las siguientes:

  - El papel de la argumentación es ofrecer las razones que conducen a una conclusión determinada. (Aunque hay argumentos ilógicos, porque la argumentación no relaciona estados de cosas sino enunciados.)
  - La argumentación es relacional: relaciona argumentos con una conclusión.
  - Es indisociable de la polémica: la argumentación se hace necesaria por causa de un desacuerdo real, supuesta o posible.
  - Posee una finalidad perlocutiva: pretende conseguir que el receptor cambie.
  - No es forzosamente dialogal (el emisor puede refutarse a sí mismo, no hay un "otro").
  - Los límites de un argumento no coinciden necesariamente con los de un enunciado. (Un argumento puede estar formado por varios enunciados, incluso una narración o una exposición pueden ser argumento, y en un solo enunciado pueden aparecer justificación y refutación, argumento y contraargumento.)

Lo que diferencia una argumentación de una demostración (además de la finalidad: hacer actuar frente a hacer saber) es que la demostración trata de ser lógica, objetiva y definitiva, mientras que la conclusión de un texto argumentativo no pretende ser definitiva. La demostración trata de ser irrefutable, y para eso se somete a la verdad. Frente a esto, la finalidad de la argumentación de actuar sobre las personas le permite contar entre sus métodos con la manipulación o el uso de argumentos o conclusiones falsas. Su relación con la ética es un tema transversal, no lingüístico, y siempre estará sometida a los valores de la sociedad y la época.

Para convencer, la argumentación utiliza los principios de la dialéctica y de la lógica. Esto es: probabilidades (nunca certezas, pues sobre ellas sería innecesario argumentar) y silogismos en cuanto a la dialéctica, y noción de causalidad y encadenamiento de razones como hace la lógica.

Las características lingüísticas del texto argumentativo varían mucho según el registro, por eso es más fácil identificarlo por su función textual. De todas formas, en general, ya que se busca intervenir sobre el receptor, se intenta evitar cualquier ambigüedad (y para eso se proponen reformulaciones e incisos). También son comunes las oraciones subordinadas, como forma de destacar la relación entre ideas o hechos. Para el mismo fin, la presencia de conectores entre enunciados es más común que en otros tipos de textos, sobre todo los nexos consecutivos y finales, para dirigir al receptor hacia las conclusiones deseadas.

Para reforzar o aparentar objetividad predomina la modalidad enunciativa, y las interrogaciones retóricas como apelación al receptor. Esto remarca la importancia capital de su figura en el texto argumentativo.


Para identificarlos mejor es bueno saber en qué casos se utilizan, dónde podemos encontrar textos argumentativos. Así se identifican dos espacios principales: el personal y los medios de comunicación.

Los medios de comunicación no se limitan a informar. Siempre hablan desde un punto de vista, y en muchos casos, en acontecimientos de los que pueden surgir polémicas, toman partido e intentan convencer a sus lectores, o darles argumentos con los que defender una tesis. Además de informar, pretenden crear opinión. Para conseguirlo disponen de dos instrumentos principales: el artículo de opinión o de fondo y el editorial. En el primer caso el autor defiende una opinión personal y en el segundo se exponen las tesis que defiende la línea editorial del medio.

Otro caso de argumentación en los medios es la publicidad. En algunos casos intenta persuadir sin utilizar el lenguaje, pero en otros, en los que nos interesa, su contenido es una argumentación.

En cuanto a los textos argumentativos de carácter personal, hay que distinguir en primer lugar entre los orales y los escritos. Orales son el discurso y el debate, escritos la instancia y la reclamación (podrían incluírse ente estos las cartas al director en prensa, pero siguen el mismo esquema y finalidad que los artículos de opinión).

El discurso es la presentación de una argumentación ante un auditorio. El orador debe tener en cuenta la clase de público, la duración de la que dispone y la finalidad que pretende (manifestación del acto perlocutivo).

El debate consiste en el enfrentamiento de tesis diversas. En este caso se vuelve patente la contraargumentación y, aunque la finalidad es llegar a una conclusión común, no es extraño que haya debate sin ella.

La instancia es un documento que sirve para solicitar algo a un organismo (público o privado). Es un documento formal, lo que condiciona su registro y lleva a un mayor rigor en la selección y en la presentación de los argumentos.

La reclamación presenta una queja por un daño recibido. La argumentación aquí es doble, porque el reclamante necesita justificar el daño y a continuación demostrar la justicia de la reparación que solicita.


viernes, 18 de julio de 2014

Poesía española posterior a la guerra civil. Grupo poético de los años 50.


Mediada la década de los cincuenta empezarán a publicar una serie de autores que alcanzarán su plenitud poética a lo largo de la década siguiente. Estos autores compartirán ciertas circunstancias. Por un lado, todos ellos vivieron la guerra civil como niños. Por otro, llevaron a cabo su labor creativa bajo una misma realidad. 
La España en la que estos autores comenzaron a publicar, es la España que ha logrado el reconocimiento internacional y, de la mano del desarrollismo, camina con buen paso hacia el capitalismo liberal. Como hemos visto, la aceptación de la España franquista en el mapa geopolítico mundial daría lugar a una serie de cambios en las posturas mantenidas por la oposición y, en última instancia, en su manifestación cultural. Poco a poco se renunciaría a la lucha armada y se plantearían nuevas estrategias que serían llevadas a cabo por una oposición civil. Todas estas estrategias seguirían la línea del posibilismo político, consciente la oposición de que Franco moriría en su cama.
Paradójicamente, será el nuevo papel internacional jugado por el Régimen, el que posibilitaría el auge de esta oposición civil y el desarrollo de una literatura social. El nuevo posicionamiento del gobierno franquista le obligaba a emprender una serie de medidas de carácter aperturista que, en definitiva, le llevarían a renunciar a sus presupuestos máximos, relajando los mecanismos de represión y de censura.
En este nuevo contexto el papel de la literatura se volverá más complejo. Empieza a perder sentido la antigua angustia existencial que era, en muchos casos, trasunto de otras angustias más terrenales. Por otro lado, las retóricas de adhesión o enfrentamiento se truncan, especialmente porque cada día se hace más patente un sentimiento de desprecio o impotencia. Así las cosas, crece el recelo ante la palabra poética. Una nueva generación, la que aquí vamos a estudiar, considera que la poesía ha dejado de ser un arma cargada de futuro.

La existencia del grupo.
La clasificación de este conjunto de poetas ha sido polémica y no exenta de retractaciones. Para ellos se han propuesto diversas etiquetas, desde la de Grupo de los cincuenta 50 o Generación de los cincuenta, hasta la de Segunda generación de la posguerra o la de Promoción de los años sesenta. No obstante, creemos, con Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríguez Cáceres, Manual de literatura española XII. Posguerra: introducción y líricos, que existen suficientes elementos comunes que nos permiten agrupar a estos poetas bajo un único membrete. Somos conscientes de que esta forma de actuar responde a criterios de carácter taxonómico y pedagógico, y que la realidad es sin duda mucho más proteica de lo que le gustaría a la mente del estudioso de la historia de la literatura. Sin embargo, no es posible obviar la larga serie de elementos comunes que comparten todos estos poetas.
    Propiedad de elmundo.es
  • Los premios literarios, especialmente el Adonais y el Boscán, han sido un elemento común en el desarrollo y publicidad de estos escritores. Se ha llegado a apuntar que el mismo concepto de grupo era un espejismo artificialmente creado con el objeto de acrecentar el peso específico de sus integrantes en el panorama literario de su época. Fuera este el caso o no, lo cierto es que la mayoría de los autores que se incluyen en él pariciparon en estos premios llegando muchos a ganarlos.
  • Las diferentes antologías que se vinieron publicando en estos años sirvieron para conformar la nómina de los autores que constituirían el grupo. La primera de ellas sería la inconclusa serie "Once poetas" que José Ángel Valente iniciará en abril de 1955 en Índice. En 1959 Luis Jiménez Martos publicará Nuevos poetas españoles y solo cuatro años después Francisco Ribes presentará Poesía última. Ya en 1978 Juan García Hortelano publicará El grupo poético de los años 50, obra que hace evidente referencia al concepto de grupo. No obstante, serán otras antologías de mayor alcance las que terminarán por completar y jerarquizar el grupo. Los autores presentes en estas obras pasarán a constituir lo que podemos considerar como el núcleo central del grupo. Nos referimos a los Veinte años de poesía española. 1939-1959 (1960) o a Un cuarto de siglo de la poesía española (1966), ambas de José María Castellet.
  • Por otra parte, serán estos autores nucleares -Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Alfonso Costafreda, José Manuel Caballero Bonald, Ángel González, José Agustín Goytisolo, José Ángel Valente-  los que participarán, junto con autores de la generación anterior, en el homenaje que en 1959 se realizará a Antonio Machado en Colliure a propósito del vigésimo aniversario de su muerte. 
  • Con el nombre de este pueblo francés José María Castellet, con la colaboración de Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Jaime Salinas, echaría a andar una colección de poesía en la cual verían publicados sus textos buena parte de los miembros de este grupo. 
Una posible nómina
Se ha venido destacando el carácter policéntrico del grupo. Cada uno de sus centros se vinculan a una editorial, a un escritor o crítico reconocido como autoridad poética o alguna revista literaria. En Barcelona se constituiría la llamada "escuela de Barcelona", reunida en torno a la figura del respetado crítico José María Castellet. Entre sus miembros cabría recordar a Carlos Barral, Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Alfonso Costafreda, Jaime Ferrán y Enrique Badosa. Este grupo, de un marcado carácter elitista, se valdrán en un primer momento de los mecanismos culturales propios del Régimen, como por ejemplo la revista Laye. Poco a poco se irían distanciando de estos sectores para incrustarse en las filas de la oposición franquista, llegando algunos de sus miembros a militar en el partido comunista. Ellos organizarán el acto de homenaje a Machado en Colliure. Entre los rasgos propios de este grupo estarían el paisaje compartido, el de la costa mediterránea; la doble tradición castellana y catalana; la voluntad de superación formal; la apertura a Europa; la superación de la literatura social adoptando una perspectiva civil y el uso de la ironía. Por su parte, en Madríd, se formará otro segundo grupo bajo la influencia directa de Aleixandre. La figura principal de este grupo será Claudio Rodríguez y en su seno podemos incluir aquellos autores de la periferia que encontraron en el en torno de la revista Ínsula un espacio propicio para la expresión poética. Junto a Rodríguez podemos incluir en este grupo a José Ángel ValenteÁngel González, José Caballero Bonald o Francisco Brines.
Junto a estos dos importantísimos epicentros poéticos es necesario recordar la existencia de un importante grupo andaluz, que si bien no contó con el poder decisorio o la fuerza editorial de los anteriores, sí que gozó de enorme vigor poético. Entre los miembros más destacados de este cenáculo andaluz podemos citar a María Victoria Atencia, Miguel Fernández o Rafael Guillén.

Principales características.
Poesía como conocimiento. Durante la década de los cincuenta, y de la mano de la poesía social, se instauró la idea básica de que la poesía era, ante todo, comunicación. En la base de esta postura podemos encontrar los presupuestos teóricos de Vicente Aleixandre desarrollados ampliamente por Carlos Bousoño en Teoría de la expresión poética (1952) donde, partiendo de la funcionalidad primordial de la lengua, se concluye que toda poesía es comunicación. Solo un año después Carlos Barral respondería a la propuesta de Bousoño en un artículo de Laye, "Poesía no es comunicación". Barral reivindicará la autonomía del momento creativo, concluyendo que el conocimiento poético es simultáneo y no anterior al proceso creador. Como apunta el propio Carlos Barral:
"El texto poético es el resultado de la confluencia de la vida interior del poeta con la posibilidad infinita del idioma, obrada por la voluntad de crear"
Más claras incluso serán las palabras de José Ángel Valente en la antología Poesía Nueva (1963):
"cuando se afirma que la poesía es comunicación no se hace más que mencionar un efecto que acompaña al acto de la creación poética, pero en ningún caso se alude a la naturaleza del proceso creador. La poesía es para mí, antes que cualquier otra cosa, un medio de conocimiento de la realidad"
Esta concepción de la poesía le permitirá a estos autores distanciarse de la generación poética anterior y llevará a muchos por la senda del simbolismo y a otros por la vía de la poesía intelectual. En todo caso, se hacía necesario contar con un lector dispuesto a desarrollar una actitud hermenéutica a la hora de enfrentarse con este nuevo tipo de poesía.

Rechazo del realismo social pero compromiso con el realismo y la política. La preocupación social persiste pero las circunstancias sociopolíticas desaconsejan la abierta confrontación de la poesía anterior, en la cual se ha desvirtuado la esencia poética en aras de una pretendida actuación política que, por lo demás, se va quedando sin público, cansado como se encontraba este de su carácter monotemático y de su progresiva complicación retórica (necesario retoricismo que buscaba superar la censura). Claudio Rodríguez escribirá a propósito de la poesía social en la antología de Ribes, Poesía Nueva (1963):
"A ese lenguaje fósil, lejano del vigor imaginativo, radicalmente intercambiable, se une lo que pudiéramos llamar obsesión del tema. Se cree que un tema justo o positivo es una especie de pasaporte de autenticidad poética, sin más. Cuántos temas justos y cuántos poemas injustos"
Pero esto no significará que estos poetas se desentenderán de los problemas sociales. Su acercamiento a la realidad se abordará desde una perspectiva más subjetiva. Se trata de indagar en el alma del individuo que se encuentra incardinado en una colectividad. Desde este punto de vista no se renunciará al compromiso moral y político que no obviará la crítica.

Temas.
Se produce un ensanchamiento de los temas y de los puntos de vista desde los cuales estos se abordan. Los temas más habituales en la poesía de este periodo serán consecuencia de la actitud poética adoptada. Entre aquellos que podemos considerar más destacados estarían:

  • Análisis de la memoria personal y la experiencia individual e histórica, consecuencia evidente del proceso de individualización que experimentará la poesía en estos años.
  • Relacionado con el anterior existe una clara preocupación por el paso del tiempo y la concepción de la vida como teatro.
  • La amistad se convertirá en un tema importante, tema que permitirá a sus autores reflexionar sobre la esencial social del "yo". En esta misma línea se movería toda una poesía de tipo civil -mejor que social- que se ocuparía de las situaciones opresivas o injustas. 
  • Reaparece el amor como tema poético, tratado de manera poco convencional y cargado, en muchas ocasiones, de erotismo.
  • Metapoesía. Muchas composiciones reflexionarán sobre el proceso de creación poética. Así mismo, serán frecuentes las referencias intertextuales.
Estilo.
Debemos tener claro que por encima de las etiquetas que pretenden agavillar a este conjunto de poetas, nos enfrentamos a poderosas individualidades que en un ambiente de progresivo aperturismo podrán y optarán por buscar su personal voz poética. No obstante, es posible establecer unas pautas generales de las que, en diverso grado, participan buena parte de estos autores.
En general, y como hemos comprobado, existe un evidente desdén hacia el estilo propio de la generación anterior. De igual modo, se renunciará a la brillantez buscando la contundencia general de la composición. El lenguaje se vuelve coloquial, lo que no equivale a simplicidad. En muchos casos se hace uso de la ironía como medio de distanciamiento al tiempo que se renuncia al patetismo tan propio de la etapa anterior.

Principales autores.

Ángel González. Nace en Oviedo en 1925 y muere en Madrid en 2008. Ejerció como maestro durante un tiempo y como profesor universitario en Estados Unidos. En el año 1985 recibiría el Premio Príncipe de Asturias y el Reina Sofía en 1996, mismo año en que ingresó en la RAE.
En la producción poética de Ángel González es posible distinguir tres etapas.
  • Primera etapa. Abarcaría la producción de González entre la publicación de Áspero mundo (1956) y la de Tratado de urbanismo (1967). En estas obras la decepción y el pesimismo existencial sirven de cimientos para elevar una feroz crítica al mundo que lo rodea. La poesía funciona como una herramienta para la interpretación de su propia circunstancia vital como la de aquella que le envuelve. El principal tema de este periodo es el paso del tiempo, con tangenciales y referencias a la infancia como paraíso perdido. Otros subtemas serán el amor, el desengaño o el absurdo de la vida.
  • Segunda etapa. Desde Breves canciones para una biografía (1971) hasta Prosemas o menos (1985). Se acrecienta el componente lúdico haciendo que de la ironía pase directamente al humor. Para ello no dudará de establecer juegos semánticos, la ruptura de frases hechas y el uso de neologismos.
  • Tercera etapa. Se abre con Deixis de fantasma (1992) y continúa con Otoños y otras luces (2000). Continuará la reflexión sobre el paso del tiempo y el testimonio del tiempo histórico aderezado por una meditación de carácter elegiaco.
Jaime Gil de Biedma. La obra de este poeta barcelonés es en última instancia la búsqueda de su propia identidad. Para ello escudriñará en sus propios recuerdos y en sus vivencias personales, repasando su vida desde la infancia hasta la madurez. A esta preocupación por el paso del tiempo se unirá el amor como tema fundamental. Todo ello ambientado, con mucha frecuencia, en espacios urbanos.
El conjunto de la obra de Jaime Gil de Biedma se reunirá en Las personas del verbo (1975 y 1982). Allí, encontramos, con algunos añadidos y supresiones, los poemas de los siguientes libros.
  • Compañeros de viaje (1959). En este libro nos encontramos con el mundo de la infancia, la adolescencia y la amistad, todo ello aderezado por el trasfondo urbano. Los últimos poemas de este libro los dedica Jaime Gil al dolor y el sufrimiento en la historia de España.
  • Moralidades (1966). Al recuerdo del pasado, que con frecuencia se vuelve añoranza, se une ahora la reflexión sobre el tiempo histórico, los valores de la burguesía, la guerra civil y la situación de España.
  • Poemas póstumos (1968). En sus últimos poemas se intensificará la pesadumbre por el paso del tiempo y la desilusión por las metas no alcanzadas.


martes, 1 de julio de 2014

Poesía española posterior a la guerra civil. Los años cincuenta.



Contexto cultural.
Al final de los años cuarenta la intelectualidad hispana del interior, incluso aquella afín a la ideología del gobierno, empieza a alejarse de los presupuestos establecidos por el Régimen. Por un lado comienza a sentirse como hueco el retoricismo oficial. Se instaura, incluso entre las filas de los vencedores, un sentimiento de traición al ideario que estaba en la base del movimiento. El origen de este sentimiento se encuentra en el giro estratégico que en la década de los cincuenta lleva a cabo el Régimen al desvincularse de las posiciones fascistas. La supervivencia del gobierno de Franco pasaba por disociarse de los perdedores de la segunda guerra mundial y situar en su lugar a la Iglesia Católica. En lo cultural esto suponía un doctrinismo endogámico que condenaba a los intelectuales del interior a un desolador páramo. La cultura franquista se convirtió en un oxímoron.
Por otro lado, la censura impide el contacto del interior con las nuevas ideas que por entonces inundan Europa -en concreto el pujante existencialismo- pero que pese a todo no podían dejar de sentirse, tal vez como un lejano eco pero eco al cabo, entre aquellos que ya en la universidad estaban llamados a construir el futuro cultural de España.
Esta disociación entre la cultura oficial y aquella que emergía en las aulas universitarias se evidenciaría particularmente en las revistas de la SEU -Sindicato Español Universitario-, organización que por su vinculación al gobierno y su carácter minoritario sufría en menor medida la presión de la censura. En la páginas de publicaciones como Alcalá o Revista foguearían sus armas tanto los jóvenes disconformes con el Régimen como los falangistas desengañados. Pronto estos jóvenes y no tan jóvenes poetas pasarán directamente a publicaciones y editoriales de carácter privado como, por ejemplo, Índice
Al mismo tiempo la intelectualidad en el exilio comenzó a comprender que una cosa era la política cultural oficial, resentida e inmovilista, y otra muy distinta la realidad cultural que se estaba produciendo en España. Poco a poco se empezó a reconocer lo mucho de bueno que había en la literatura interior y la posibilidad real de establecer puentes entre la creación que se estaba produciendo dentro y fuera de nuestras fronteras. Muchos intelectuales emprenderían por entonces el camino de regreso, algunos simplemente de paso, otros para quedarse definitivamente. Las circunstancias estaban cambiando y muchas cosas, para bien y para mal, comenzaban a quedar claras. No era cuestión, como diría José Bergamín, de seguir "con el reloj parado" en la primavera de 1939.

Poesía social.
En 1952 Francisco Ribes publica su Antología consultada de la joven poesía española. Los autores incluidos en esta obra pertenecen a la nueva corriente rehumanizada o han evolucionado a ella desde el garcilasismo. Los autores antologados serán Victoriano Cremer, José María Valverde, Blas de Otero, Gabriel Celaya, Rafael Morales, Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora y José Hierro. Precisamente este último sintetizará en la presentación de la Antología el ideal común que une a todos estos autores:
"Acaso una poesía épica deba ser la presente. El poeta es obra y artífice de su tiempo. El signo del nuestro es colectivo, social. Nunca como hoy necesitó el poeta ser tan narrativo; porque los males que nos acechan, los que nos modelan, proceden de hechos. Quien no vibre con su tiempo, renuncie a crear."
Se tratará, por lo tanto, de una poesía de carácter social, comprometida y entendida como un elemento de transformación social. Con este fin se mostrará la realidad en toda su vergonzante circunstancia. El lenguaje se vuelve claro, sencillo, regresando al "sermo humilis" que tan distante se encuentra de la grandilocuencia retórica oficial. El propósito era que el mensaje, un mensaje colectivo, llegase al número más amplio de lectores posibles -a la inmensa mayoría diría Blas de Otero-. Para ello se prescindió, de manera consciente, de los preciosismos formalistas y se desterró, dadas las urgencias, el componente sentimental de los poemas.
Mejor que nosotros lo dirán Jordi Gracia y Domingo Ródenas en Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010. Historia de la literatura española:
"Era una poesía de mensaje y necesitaba por tanto de un lector dispuesto a descifrar un código propio. Más allá de la censura y la vigilancia política o eclesiástica, el poema debía desmentir la falsa placidez del presente o desvelar abruptamente su angustia, de origen religioso metafísico o de origen ético social. Quiso ser una poesía solidaria y portavoz de la muchedumbre incapaz de expresar los sentimientos de desamparo y de injusticia, de soledad, de abandono y de rabia. Y debía señalar también a los responsables materiales, que no venían del cielo sino de la tierra: eran denuncias contra un Estado opresor. Era poesía política precisamente porque no era poesía de Estado."
Estos poemas y poemarios tendrían un amplio eco en las aulas universitarias donde, como hemos visto, se estaba despertando un creciente sentimiento de desafección que culminaría en las revueltas estudiantiles de 1956.

Principales autores: 

Gabriel Celaya (1911-1991). El poeta nacido en Hernani dará a luz una obra poética presidida por un constante afán de comunicación. En el conjunto de su trayectoria es posible distinguir cuatro etapas:
  • Primera etapa. Sus primeros textos se encuentran cercanos a la poesía de vanguardia, especialmente al surrealismo. Entre las obras más destacadas de este periodo estarían Marea del silencio (1935) o La soledad cerrada (1934-35).
  • Segunda etapa. Durante la posguerra practicará, bajo el seudónimo de Juan de Leceta, una poesía existencial en la cual se acercará a la vida cotidiana y al análisis de sus sentimientos utilizando un lenguaje coloquial. De esta época serán Avisos de Juan de Leceta (1944-46) o Tranquilamente hablando (1947), poemario que anuncia los temas y la voz que será ya una constante en su próxima etapa.
  • Tercera etapa. En esta etapa predominará la poesía de carácter social. En los textos de esta época el poeta se sentirá integrado en la colectividad, acuciado a criticar la situación política y social de España con el propósito de promover su transformación. Entre los poemarios de este periodo destacan Las cartas boca arriba (1951), Paz y concierto (1953) o Cantos íberos (1955).
  • Cuarta etapa. Durante su última etapa Celaya indagará nuevos temas y nuevas formas de expresión. El poeta intentará descifrar el enigma de la existencia humana y su integración con la naturaleza y con el prójimo. De este periodo serán Campos semánticos (1971), Función de Uno, Equis, Ene (1973) y Poemas órficos (1978).
(Breve reportaje sobre los últimos días de Celaya)

Blas de Otero (1916-1979). La obra de este poeta bilbaíno estará dominada por la rebelión ante aquello que sentía como injusto y una irreductible ansia de paz. En el conjunto de su producción es posible distinguir tres etapas.
  • Primera etapa. Como en el caso de Celaya, Blas de Otero participará en sus primeros años de la poesía existencial. En obras como Angel fieramente humano (1950) o Redoble de conciencia (1951) el poeta se mostrará atormentado ante las ideas de la muerte, la desolación del mundo y el silencio insoportable de un Dios que no responde al clamor trágico de su criatura.
  • Segunda etapa. En 1955 con Pido la paz y la palabra Otero se incorpora de manera decidida a la poesía social. Su interés se centra ahora en la colectividad, a la cual se dirige de manera expresa, denunciando las injusticias que esa misma colectividad sufre. La identidad de España y su porvenir será uno de los temas centrales de este periodo, así como la posibilidad de utilizar las palabras como medio para alcanzar la paz. Esta misma temática, aunque en un tono más coloquial y menos grandilocuente, continuará en textos como En castellano (1959) o Que trata de España (1964).
  • Tercera etapa. En sus últimas creaciones Otero practicará una poesía experimental de claro influjo surrealista. Historias fingidas y verdaderas (1970).
José Hierro (1922-2002). La poesía de este santanderino de adopción ha presentado a lo largo de toda su producción una serie de constantes temáticas (el desarrollo de experiencias personales o ajenas) y estilísticas (lenguaje sobrio y especial gusto por determinadas formas estróficas).
El propio Hierro consideraría su poesía demasiado intimista como para ser considerada como poesía social. No obstante, buena parte de sus "reportajes" -composiciones de carácter narrativo que parten de un acontecimiento real y uso de un lenguaje conversacional- se acercan a este tipo de poesía. Otra cosa serán las por el mismo denominados "alucinaciones". En este tipo de poemas predominará la subjetividad y serán mucho más frecuentes los elementos irracionales.
Podemos establecer tres etapas en el conjunto de su obra.
  • Primera etapa. El componente autobiográfico, con especial atención a la infancia y a la juventud sentidas como un paraíso perdido, es una constante durante los primeros años de creación poética. Junto a estos aparecerán otros temas como la muerte, el sufrimiento amoroso o lo inaccesible alegría. Poemarios de estos años serán Tierra sin nosotros (1947), Alegría (1947) y Con las piedras con el viento (1950).
  • Segunda etapa. Con Quinta del 42 (1952) Hierro entra en el ámbito de la poesía social. En este libro la realidad histórica aparecerá marcada por el dolor y la necesaria solidaridad entre pares. Cinco años después, en Cuanto sé de mí (1957), Hierro ahondará en la senda social profundizando en la perspectiva realista. No obstante, el enfoque será más subjetivo, adoptando una visión decepcionada y, por momentos, trágica. 
  • Tercera etapa. Los últimos libros del poeta conforman un conjunto mucho más heterogéneo y de difícil clasificación. Sin embargo, en todos ellos es posible rastrear los grandes temas de Hierro; su afán por registrar las experiencias personales, la conciencia de la muerte y del olvido. Incluimos en esta etapa Libro de las alucinaciones (1964), Agenda (1991) y Cuaderno de Nueva York (1998).


viernes, 27 de junio de 2014

Poesía española posterior a la guerra civil. El interior. Años cuarenta.


Una historia conocida.
Una vez terminada la guerra los vencedores se afanaron en imponer un modelo ideológico y cultural acorde con su concepción de lo que debía ser el Estado. Con este fin se puso en marcha un programa de represión que buscaba silenciar la oposición que no eligió el exilio. Para ello recurrió a la desaparición física de sus integrantes o al control de sus opiniones mediante la implantación de una arbitraria censura previa. A esto habría que añadir una poderosa industria propagandística que buscaba implantar el modelo mencionado, donde la unidad indisoluble de la patria, la fe católica como baluarte espiritual de su integridad y el papel histórico que a España le correspondía en la historia occidental -porvenir consecuencia de su pasado heroico- constituían las ideas fuerza.
Desde el punto de vista social, España era un país con mucha hambre. Destrozado por la guerra fratricida, carente de industria, situado en el bando equivocado durante la guerra mundial, con miles de brazos campesinos desaparecidos o en barbecho, tardó trece años en renunciar a unas cartillas de racionamiento que, a lo sumo, garantizaban el hambre a una mayoría y el negocio a unos pocos. 
Es evidente que en este contexto la literatura, la poesía, no podía ser más que un lujo exótico para la mayoría de los españoles. Para los otros, para los menos que podían participar de su creación o de su lectura, habría de ser servicio, grito humanísimo o, como en el caso de Miguel Hernández, al menos esperanza.


Poesía neoclásica y poesía arraigada.
Entre aquellos poetas claramente afectos al régimen franquista surgiría un tipo de poesía de marcado carácter neoclásico. Sus principios e intenciones, tanto estéticos como ideológicos, respondían al ideario del nuevo gobierno. Era necesario sentar las bases de una nueva cultura poética, la cual, por razones obvias, habría de distanciarse sustancialmente del rumbo marcado por la poesía de los años treinta. Los ideales de patria e imperio, junto con los principios religiosos de la heterodoxia católica, conectaban de manera inequívoca con los valores que representaba la poesía de los Siglos de Oro hispanos. No es  coincidencia que una de las revistas más representativas de este periodo adoptara el significativo nombre de Garcilaso. Se trata de una poesía de marcado rigor estrófico -destacará el uso del soneto-, con gusto por la perfección formal y un delicado sentimentalismo. Es una poesía fría y evasiva, que se aleja de la problemática social de su tiempo para centrarse en temas como Dios, el paisaje castellano, la familia, el paso del tiempo o la muerte.
En las páginas de Garcilaso publicarán sus versos poetas como José García Nieto, Rafael Romero o Juan Garcés, quienes constituían el núcleo duro de la revista. Junto a ellos aparecerán las firmas de autores que alcanzan por estos años su madurez poética, como Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo o Luis Felipe Vivanco.
Estos últimos, junto con Luis Rosales y una amplia nómina de prosistas y pensadores, constituirían lo que se dio a conocer como "El grupo de Burgos". Su primera intención era la de dotar al movimiento nacional de una retórica propia, conectando, en la medida de lo posible, con lo que de aprovechable existiera en la España anterior a la guerra. Su medio de expresión fue la revista Escorial, la otra gran publicación de la época. Pero el significado de Escorial excederá en parte el mero interés textual. Si no en sus páginas, sí en la evolución interna de sus fundadores, se perciben las primeras disensiones intelectuales dentro del propio régimen. Aquellos autores que habían participado de manera activa en su fundación, el núcleo duro de "El grupo de Burgos", sintieron que se traicionaba el fascismo ideológico que se encontraba en la base de su ideario político. En consecuencia, y bajo la dirección de Pedro Laín Entralgo, en 1948 dejarían Escorial para fundar Cuadernos hispanoamericanos. Este hecho visualizaría una creciente desafección que en algunos casos, el más significativo el de Dionisio Ridruejo, terminaría en abierta oposición.
Muy pronto la mayoría de estos autores evolucionarán hacia una poesía de un tono mucho más íntimo en la cual redoblará su importancia el componente religioso unido a la interpretación trascendente de la realidad. La presencia constante de Dios explica y dota de armonía tanto a la cotidianidad como a la propia expresión poética. Es lo que Dámaso Alonso, por estos mismos años, denominaría poesía "arraigada".


Autores y obras. 
Luis Rosales (1910-1993). En su producción destacará la temática religiosa. Al final de la década su poesía sufrirá un proceso de interiorización que dará como resultado su obra de mayor plenitud La casa encendida (1949). Un libro de tono coloquial que establece como referente la cotidianidad.
Leopoldo Panero (1909-1962). Autor de marcado carácter intimista creará una poética que orbitará entorno a las ideas de familia, tierra, Dios y el paso del tiempo. Escrito a cada instante (1949).
Luis Felipe Vivanco (1907-1975). La naturaleza servirá a Luis Felipe Vivanco como elemento catalizador de la experiencia religiosa. Esto lo sitúa en una larga tradición hispana que lo conecta, entre otros, con San Juan de la Cruz. Continuación a la vida (1944).
Dionisio Ridruejo (1914-1975). Su evolución fue la más radical de todos sus compañeros de generación. De Director general de propaganda franquista, de  combatiente en la División Azul, Ridruejo pasó a convertirse en un demócrata convencido y en un opositor decidido al régimen del General Franco. No obstante, en estos primeros años practicaría una poesía formal y neoclásica y junto con Laín Entralgo fundaría en 1940 la revista Escorial. Sin embargo, como ya se ha indicado más arriba, al final de esta década comenzarán a evidenciarse sus discrepancias con la dirección que estaba tomando el gobierno nacional. Su poesía se torna más intimista, reconcentrándose en el paisaje y lo cotidiano como símbolos de su creciente duda. Elegías (1948).

Poesía desarraigada o existencial.
En la revista Escorial también verán publicados sus versos autores cuyos presupuestos ideológicos no coincidían exactamente con los postulados políticos que animaban esta publicación. Junto a los ya consagrados Gerardo Diego o Dámaso Alonso, en sus páginas verían publicados sus primeros poemas autores como Blas de Otero, Carlos Bousoño o José Luis Hidalgo. Estos jóvenes se oponían abiertamente a la retórica neoclásica que se propugnaba, especialmente, desde las páginas de Garcilaso. La suya era una poesía que pretendía reflejar el sufrimiento vital experimentado ante una circunstancia histórica angustiosa. Para ellos el mundo había perdido su sentido y la incertidumbre lo gobernaba todo. Se sentirán solos, perdidos en un entorno que les es extraño. Desarraigados de la realidad que les envuelve como expresaría magníficamente Dámaso Alonso:
"El mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y toda serenidad. Hemos vuelto los ojos en torno, y nos hemos sentido como una monstruosa, indescifrable apariencia, rodeada, sitiada por otras apariencias, tan feroces, quizá tan desgraciadas como nosotros mismos"
1944 será un año crucial para la visualización de la poesía existencial. En León un grupo de jóvenes poetas, entre los que es necesario destacar a Victoriano Cremer, Eugenio de Nora y Antonio González de Lama, fundan la revista Espadaña. Conscientes de su circunstancia histórica, propugnarán una rehumanización de la poesía, en abierta oposición al sentimentalismo vacuo y formalista que se proponía desde las filas neoclásicas. En ese mismo año, y con presupuestos parecidos a los de Espadaña, nacerá en Santander la revista Proel, que contará con la participación de prometedores autores como José Hierro o José Luis Hidalgo.
El año 1944 también será el año de aparición de dos poemarios cruciales. Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre.
Según el propio Alonso, su libro es un proceso de indagación y protesta. Se busca dotar de sentido a un mundo caótico y, al mismo tiempo, se poetiza una protesta cósmica, una protesta que se dirige tanto a la injusticia del mundo como a la esterilidad de toda pulsión humana. Con un lenguaje coloquial y recurriendo al verso libre, Dámaso se contaminará de todo lo humano renunciando así a la poesía pura.
Desde una concepción panteísta, Aleixandre se enfrentará en Sombra del paraíso al dramático conflicto entre una visión idílica del mundo y la cruel realidad que le toca vivir. La presencia del pasado anterior a la guerra es sentido como ese paraíso perdido que se evoca desde el mismo titulo del poemario.
Poco a poco se iniciaba la senda que habría de culminar Blas de Otero en Ángel fieramente humano (1950) y conduciría, en última instancia, a la poesía social de los años cincuenta.

El grupo Cántico.
En Córdoba surgirá un grupo poético plenamente constituido, al menos en sus elementos esenciales, allá por 1942. Entre los autores más destacados del mismo figurarán Ricardo Molina, Pablo García Baena y Juan Bernier. Este grupo dará lugar a una revista homónima en 1947, cuya primera andadura -la revista verá nuevamente la luz con un carácter mucho más ecléctico entre 1954 y 1957- llegará hasta 1949.
Cántico nace con un claro afán de ruptura, oponiéndose tanto al clasicismo de Garcilaso como al existencialismo de Espadaña. Se trata de dar luz a una concepción poética de marcado carácter intraliterario, preocupada por el lenguaje y, si bien centrada en la experiencia, al margen del servilismo realista o el mero afán descriptivo. Es una poesía de factura neobarroca, con antecedentes claros en la Generación del 27; cargada de sentimentalismo -preponderancia del tema amoroso- y con cierto tono elegiaco.


Herederos de los ismos.
Especialmente influido por el surrealismo francés en 1945 surgirá un movimiento esencialmente vanguardista que se denominará Postismo.
Este movimiento pretendía retomar el camino abierto por las vanguardias literarias del primer cuarto del siglo veinte. Sus principios estéticos orbitaban entorno a dos grandes ideas fuerza: la libertad e la imaginación creadora. Estos principios les llevarán a promulgar una ruptura radical del lenguaje poético, una actitud irreverente hacia la oficialidad y la subversión de todos los valores imperantes en la época. Como era esperable, este ideario les aseguró la incomprensión de sus coetáneos y les condenó a la marginalidad.
Entre los autores que cabría incluir en este movimiento estarían Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chamorro, Ángel Crespo y el dramaturgo Fernando Arrabal.
El fragor iconoclasta de los seguidores del Postismo no alcanzaría 1951 y deberían esperar hasta la década de los setenta para que Felix Grande rescatara sus nombres del anonimato literario.
Junto al Postismo es posible rastrear la continuidad de formas surrealistas en algunos de los poetas de posguerra. Tal es el caso, por ejemplo, del Camilo José Cela de Pisando la dudosa claridad del día, o, en este caso con mayor continuidad, la poesía del aragonés Miguel Labordeta.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Literatura de posguerra. Consecuencias de la guerra.



La victoria de las fuerzas sublevadas en abril de 1939 modificó de manera radical la vida de los españoles, incluidas también aquellas circunstancias que guardaban relación con la creación literaria. La guerra, y sus inmediatas consecuencias, dieron lugar a múltiples derrotas y a múltiples victorias, y lo que puede resultar más sorprendente, no siempre estas se correspondieron inequívocamente con el bando de los vencidos o de los vencedores.
En esta y en próximas entradas, procuraremos explicar cuáles fueron las circunstancias que determinaron la creación literaria en los primeros momentos del régimen franquista, periodo histórico que podemos denominar posguerra. Al mismo tiempo, intentaremos establecer aquellas líneas que determinarán la evolución de la literatura española en este periodo.

Consecuencias de la guerra.
 
La primera consecuencia de la guerra fue la radical fractura del panorama cultural hispano, la misma que sufriría, por otro lado, el conjunto de la sociedad nacional. Los motivos que llevaron a unos u otros a decantarse por cada uno de los dos bandos fueron tan variados como personalidades entraban en juego. Es cierto que muchos -la mayoría de ellos en el bando de los perdedores- se decantaron por una u otra opción en función de sus propias convicciones ideológicas. No obstante, para muchos otros, las decisiones tomadas entonces vendrían determinadas por el miedo o el mero instinto de supervivencia. En todo caso, lo único cierto es que la guerra supuso la quiebra traumática de toda una generación de intelectuales, literatos, científicos y artistas. Quiebra que tardaría muchos años en curarse de manera definitiva y la cual determinaría la evolución que habría de tener la vida cultural española en general y la literaria de manera particular.
La victoria franquista nos dejaría también una iglesia ultraconservadora dotada de un extraordinario poder de decisión en lo social y en lo político. La iglesia católica, con el tiempo, habría de convertirse en uno de los pilares fundamentales sobre los que se sustentaría el régimen franquista. De igual modo, su carácter ultraconservador no solo impediría el avance cultural de España, sino que determinaría su evolución ideológica y espiritual. 
Si bien es cierto que la labor de la iglesia resultó determinante tanto en la sublevación de 1936 como en el desarrollo posterior de la guerra civil, su papel en la dictadura implantada tras 1939 iría ganando en importante según las circunstancias internacionales iban cambiando. La inclusión de miembros del Opus Dei en los órganos de control y gobierno del Estado fue una constante desde el final de la guerra pero su peso específico en los mismos iría ganando en importancia a medida que avanzaba la década de los cuarenta, lo cual se sintió como una traición por parte de aquellos sectores del falangismo sincero y revolucionario que habían conformado la base ideológica del levantamiento de 1936. De este modo, y especialmente después de la derrota del fascismo en la segunda guerra mundial, el alzamiento fascista fue mudando en nacionalcatolicismo, intentando de este modo adaptarse a la nuevo mapa geopolítico mundial.
Una serie de acuerdos firmados en la primera mitad de la década de los cincuenta hacia evidente el cambio de rumbo planteado por el Régimen y, al mismo tiempo, aseguraban su continuidad. El primero de ellos sería la firma del Concordato con la Santa Sede en 1952. A este le seguiría el Pacto de Madrid un año después y el ingreso en la ONU en 1955.
Por otro lado, la universidad sería ocupada por elementos pertenecientes al catolicismo más ramplón. Un revanchismo anquilosante expulsará de las cátedras a aquellos profesores sospechosos de simpatizar con el bando de los derrotados, quienes debieron exiliarse u optar por el silencio. La consecuencia será la parada en seco de la evolución intelectual hispana. La modernización de la universidad española que había comenzado en la segunda década del siglo XX, con la fuerte impronta pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, no tendría continuidad. Muy al contrario, el intelectualismo español sufriría un claro retroceso consecuencia de llevar a las aulas una visión endogámica y retrógrada de la cultura. 
De igual modo, la prensa y la propaganda caerá en manos de los representantes de Falange, quienes intentaron perpetuar, en la medida de lo posible, la propaganda de combate, adaptada eso sí a las nuevas necesidades derivadas de la victoria -un triunfalismo construido sobre el páramo de una España famélica en todos los sentidos-, al tiempo que pretendían edificar sobre los cimientos de un tradicionalismo trasnochado una cultura “verdaderamente” hispana depurada de todo aquello que pudiera resultar sospechoso por antiespañol.
Junto a esto, o por encima de esto, funcionaría una censura arbitraria justo desde el día antes de la victoria. En esa arbitrariedad, ante la cual no estaba protegido nada ni nadie, residía el poder de un método de control que obligaba a los autores a adoptar la autocensura como estilo de creación. Ante el censor de turno, que actuará hasta 1966 amparado por una legislación que databa de la misma guerra, los escritores debían obviar determinados temas o jugar un peligroso juego de dobles sentidos. Y de nada servía en estos primeros años, tal y como le sucederá a Camilo José Cela, el hecho de pertenecer a la misma censura para estar a salvo de su afán doctrinario.