Al finalizar el siglo XVII los caminos de la prosa narrativa estaban prácticamente agotados. La llegada del neoclasicismo, con su obsesión preceptista y didáctica, vendría a finiquitar definitivamente la evolución de la ficción narrativa pura.
En contraposición, los mismos presupuestos apuntados hicieron del ensayo el género predilecto de la literatura neoclásica. Las características propias del género lo convertían en un instrumento ideal para la instrucción de las masas al tiempo que se amoldaba de manera satisfactoria a las exigencias de los nuevos mecanismos de difusión de información: la prensa periódica.
En consonancia con la misma finalidad de estos textos la preceptiva neoclásica propondrá la utilización de una prosa clara, directa y precisa, que provoque la reflexión sin convertirse en motivo de reflexión ella misma. Como en otros muchos aspectos de la época, se trata de alcanzar el punto medio. En este caso entre la disertación científica y la conversación cotidiana.
Como hemos apuntado la aparición de la prensa creará el habitat idóneo para el desarrollo del ensayo literario. Esta se convertirá en un vehículo privilegiado para la difusión de las nuevas ideas que traerá consigo el siglo XVIII y en sus páginas la prosa ágil y ligera del ensayo neoclásico encontrará su espacio natural.
Entre las publicaciones periódicas de este periodo en las que el ensayo tendrá mayor protagonismo podemos citar a El Censor, el Diario de los eruditos de España o El pensador.
Apuntan Felipe B. Pedraza y Milagros Rodríquez Cáceres, Las épocas de la literatura española, que el denominado cuadro de costumbres, obra breve de impronta costumbrista, se encuentra en sus planteamientos teóricos muy próximo al ensayo. Estas obras, de frecuente aparición en prensa, presentaban un tono crítico que los acerca al carácter didáctico de los ensayos literarios. Así, tanto la producción de Ignacio Erbada, Los fantasmas de la corte y estafernos de Madrid, como la de Juan Cristobal Romea y Tapia, El escritor sin título, se convertirían, en opinión de los dos estudiosos citados, en acabados ejemplos del ensayo neoclásico.
Benito Jerónimo Feijoo
Recaerá en el benedictino la responsabilidad de convertirse en uno de los ensayistas más destacados de este periodo. Con una prosa clara y sencilla, siempre al servicio de la erudición y la sagacidad, pretenderá desterrar mediante sus ensayos la superstición de la sociedad hispana fomentando una visión crítica de la realidad cimentada en la razón y el empirismo.
Entre sus producciones más celebradas podemos citar Cartas eruditas y curiosas o Teatro crítico universal.
José Caldalso
La figura de José Cadalso resultará crucial a la hora de comprender la maduración y evolución del género ensayístico en la literatura hispana. En sus obras, Cartas marruecas o Eruditos a la violeta, partirá del ideario ilustrado para desarrollar un discurso coherente de carácter reformista. Así, se ocupará tanto del atraso que sufre la sociedad hispana aplicando, desde un punto de vista externo, una leve carga crítica o, tal y como hiciera Leandro Fernández de Moratín en La derrota de los pedantes, se encargará de vilipendiar aspectos concretos de la República literaria de la época.
Gaspar Melchor de Jovellanos
Será el asturiano el campeón del ensayo utilitario y reformador. En sus obras se propondrán respuestas concretas y prácticas encaminadas a la reforma técnica y política de España. En esta dirección se encaminan tanto su Informe en el expediente de la Ley agraria o la Memoria sobre la policía de los espectáculos y diversiones públicas.
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