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domingo, 17 de noviembre de 2013

Hacia un nuevo modelo de comunicación


Apuntes extraídos de María Vicoria Escandell Vidal, La comunicación.



Tal y como hemos visto hasta aquí, el concepto de comunicación que venimos manejando hasta el momento resulta demasiado simplista y rígido como para explicar convenientemente un proceso tan complejo como el que nos ocupa. Resulta imprescindible dar cabida en el sistema de la comunicación a una serie de realidades que, hasta la fecha, o se abordaban de manera tangencial o simplemente quedaban marginadas. Hemos visto que la comunicación humana consiste en un proceso complejo que excede los límites de la codificación y descodificación de mensajes y que, pese a poder servirse de un código, la presencia del mismo no resulta imprescindible. También hemos comprobado que la comunicación es el resultado de integrar contenidos codificados y conocimientos extralingüísticos, así como que comunicarse supone generar un conjunto de representaciones en otro individuo. Por último, debemos recordar que la comunicación es un proceso intencional, tanto desde la perspectiva del emisor como del destinatario, quien en su interpretación debe reconocer la intención del emisor. Un modelo comunicativo completo debería dar cabida a estas premisas, al tiempo que delimita el papel que juega en el mismo cada uno de los elementos que las conforman.
En un modelo así debemos dar cabida a tres tipos de componentes. En primer lugar tendríamos los elementos. En esta categoría incluiríamos a los fenómenos perceptibles y directamente observables que intervienen en el proceso comunicativo. Así, entenderíamos la comunicación como una actividad en la cual dos o más individuos intercambian señales de diversa naturaleza de manera intencional. Junto a estos contaríamos con las representaciones y los procesos. Estas dos categorías tienen en común que ambas engloban realidades a las cuales solo tenemos un acceso indirecto a partir de las manifestaciones que se hacen visibles a través del comportamiento comunicativo. Las representaciones, por su parte, hacen referencia a la imagen mental que los participantes del proceso comunicativo hacen de su entorno, las cuales conforman un todo en parte individual y en parte compartido con los otros individuos de su entorno cultural. Pero sobre las representaciones los seres humanas realizan unas serie de operaciones, las cuales denominaremos procesos. Uno de estos procesos es la codificación/descodificación, operación que permite emparejar representaciones lingüísticas con representaciones semánticas. Junto a este se produce la ostensión/inferencia, proceso por el cual se establecen vínculos causales entre representaciones, y liga las representaciones formadas durante el curso de la descodificación con otras representaciones del individuo.
Pasemos a estudiar ahora en detalle cada una de estas categorías.

Elementos.
Como hemos apuntado, esta categoría está formada por las entidades físicas directamente observables que participan en la comunicación. Dentro de esta categoría, la más baja del proceso comunicativo, podemos distinguir tres elementos básicos: emisor, destinatario y señal.
El emisor es la entidad que produce una señal con intención de comunicarse. Tal y como hemos ya demostrado, esta señal puede pertenecer o no a un código e incluso cuando la señal es lingüística, el conocimiento del código no es suficiente para asegurar la plena comunicación. Por otro lado, el emisor se comunica como resultado de un comportamiento voluntario inducido por un objetivo concreto, que puede concebirse en términos generales como un deseo de originar en la mente del destinatario un conjunto de representaciones, a partir de las cuales se intenta producir ciertos cambios en el entorno. Como no resulta difícil de imaginar, tanto el objetivo como la situación o el destinatario imponen una serie de restricciones sobre el contenido y la forma de la actividad lingüística.
El destinatario es la entidad (grupo o individuo) con la cual el emisor quiere comunicarse por medio de la señal. Preferimos destinatario a receptor pues no consideramos a aquellos receptores ocasionales que por casualidad captan una señal no dirigida a ellos.
Por último la señal consiste en una modificación perceptible del entorno producida con la intención de comunicar. Debemos recordar que el concepto aquí utilizado de señal sobrepasa el establecido de manera tradicional. Con él nos referimos a la vertiente física y objetiva del instrumento empleado para comunicar y, consecuentemente, formarán parte de la misma tanto las señales convencionales como no convencionales.
Representaciones.
Junto a los elementos materiales que acabamos de mencionar existen otros muchos que también tienen un papel muy destacado en el proceso comunicativo. Se trata de factores de naturaleza muy diversa (la realidad extralingüística, la situación, el conocimiento del mundo y del interlocutor, las metas comunicativas...) de difícil integración entre sí y con los enunciados lingüísticos. Para que esta integración sea posible recurrimos al concepto de “representación interna”, definido más arriba como una imagen mental, personal y privada, de una entidad o un estado de cosas, ya sea este de naturaleza externa o interna. Este concepto nos permite operar con seguridad en el nuevo sistema de comunicación que aquí proponemos. Tengamos en cuenta que lo que varía en todo caso es el contenido de estas representaciones pero nunca la naturaleza de las mismas.
Siendo esto así, lo que determina nuestra actitud comunicativa no será la situación real en la cual nos encontremos, ni la esencia ontológica de nuestro interlocutor, Lo que determina ese actuar comunicativo es la representación mental que nos hacemos del mundo que nos rodea, la cual en esencia, es de la misma naturaleza que aquella que nos hacemos de nuestra relación con los demás y de nuestro lugar en el mundo.
El problema surge cuando nos disponemos a convertir esas representaciones internas en palabras, es decir, representaciones externas. Resulta evidente que existe una disociación entre lo que pensamos y lo que finalmente comunicamos. Nuestras representaciones internas, personales y privadas, cuentan con un nivel de detalle y precisión que resulta, si no imposible, muy difícil de trasladar a un sistema de representaciones que, por su carácter público y común, tiende a la economía y la eficacia. De este modo, el éxito de la comunicación dependerá, por un lado, de lo adecuado que resulten esas representaciones internas y, por otro, de la eficacia con la que esas representaciones internas sean “traducidas” a representaciones externas. El emisor debe ser capaz de seleccionar convenientemente los contenidos, de adecuar los mismos a su interlocutor y a la situación comunicativa y de contar con un número suficiente de señales como para expresar del modo más adecuado sus representaciones internas. Obviamente, el receptor debe contar con un conocimiento del mundo lo suficientemente amplio como para poder generar en sí mismo una representación interna que, si bien distinta a la del emisor, debe aproximarse en gran medida a la de este. El papel del docente de lengua será, entre otras muchas, el de guiar a sus alumnos en la adquisición de estas habilidades. Igualmente, deberá inculcar en sus alumnos tanto una serie de representaciones compartidas (las que configuran las grandes parcelas del saber común y que van desde el modo de comunicarse en determinadas situaciones a lo que se pretende comunicar con determinados actos estereotipados). Debemos tener en cuenta que la actividad comunicativa será adecuada en la medida en que las representaciones que se formen de los diferentes elementos y sus relaciones sean correctas y sean, además, las que imperan en la cultura de la cual forman parte.
Dentro de los diferentes tipos de representaciones debemos incluir aquellas que conforman lo que de manera tradicional conocemos como contexto. Tal y como hemos apuntado más arriba, este concepto resulta bastante lábil pues, tal y como se plantea, es demasiado amplio, rígido y heterogéneo. Creemos, siguiendo a María Victoria Escandell, (Ibid.), que dentro de los factores contextuales es necesario distinguir cuatro parámetros de importancia y valor diferenciado.
Por un lado tendríamos el objetivo, que podría resumirse como el propósito que persigue el emisor con su acto comunicativo. El emisor, partiendo de la representación que se ha formado de las circunstancias que lo rodean, intenta producir un cambio o evitar que este cambio se produzca. Tengamos en cuenta que los cambios pueden afectar al destinatario, al entorno o al propio emisor. El emisor elegirá sus estrategias comunicativas en función de sus fines y el destinatario creará sus representaciones internas en función de cuáles crea que son las intenciones del emisor. Como vemos, la consideración del propósito en el contexto nos pone en contacto con el valor de los diferentes actos de habla al tiempo que nos permite observar bajo una nueva óptica las tradicionales funciones del lenguaje propuestas por Bühler y ampliadas por Jakobson.
En segundo lugar, debemos considerar la distancia social. Con esto nos referimos a la relación existente entre los interlocutores tal y como se concibe de acuerdo con los patrones sociales vigentes en cada cultura. A la hora de determinar este parámetro entran en juego diferentes factores como la edad, el sexo, el poder relativo o el grado de conocimiento previo. En este caso será la naturaleza del interlocutor la que determinará los recursos que el emisor utilizará. De igual modo, el destinatario interpretará los mensajes en función de la naturaleza de su interlocutor.
Otro factor determinante dentro del contexto es la situación. Con este término nos referimos al conjunto de rasgos que definen el grado de institucionalización que gobierna todo intercambio comunicativo. Efectivamente, es posible distinguir entre aquellas situaciones en las que los papeles establecidos para cada uno de los interlocutores se encuentra altamente institucionalizados, como en una ceremonia de matrimonio, de aquellos otros en los que estos resultan mucho más libres, como en una conversación informal. No obstante, estos dos puntos son los extremos de un continuum en el cual es posible identificar diversas situaciones intermedias. Precisamente es en estas donde se realizan la inmensa mayoría de los intercambios comunicativos.
Por último, contamos con el medio: Con este término hacemos referencia al método empleado a la hora de establecerse la comunicación. Dentro de este es posible distinguir entre medio oral y medio escrito, estableciéndose toda una serie de representaciones sociales sobre qué es lo adecuado en cada situación en función de cuál sea el medio empleado. Obviamente, dentro de cada una de estas modalidades existirán diferentes categorías que tendrán en consideración aspectos concretos relacionados con las situaciones en las que estos medios se ponen en práctica. Es decir, no será lo mismo una conversación mantenida cara a cara que otra llevada a cabo por teléfono.

Procesos.
Los procesos son los conjuntos de operaciones que intervienen en el tratamiento de la información. Como hemos adelantado, en el procesamiento que acompaña a la actividad comunicativa pueden darse dos tipos de procesos: codificación/descodificación y ostensión/inferencia. Examinemos ahora las propiedades generales de cada uno de ellos.

Codificación y descodificación.
Estos procesos se basan en la existencia de una asociación convencional y, en el caso de las lenguas, de naturaleza simbólica1, entre señales y mensajes. El proceso de codificación supone pasar del contenido que se pretende comunicar a la señal que lo transmite en virtud de la existencia de una convención previa que los liga. El proceso de descodificación es inverso: permite, a partir de la señal, recuperar el mensaje que el código le asocia. Es el carácter convencional y arbitrario de los signos lingüísticos el que explica que el conocimiento compartido del código sea un requisito imprescindible para su utilización.
No obstante, hemos comprobado que el código no resulta imprescindible para que exista comunicación. Existen otra serie de factores extralingüísticos que permiten la comunicación o, en todo caso, determinan la interpretación del mensaje. Esto es lo que nos obliga a hablar de ostensión e inferencia.

Ostensión e inferencia.
Cuando no empleamos señales convencionales estamos haciendo intervenir en la comunicación nuestra capacidad de producir e interpretar indicios. Recordemos que un indicio es la manifestación de una relación natural de causa-efecto entre dos fenómenos. La interpretación de los indicios se realiza siempre a partir del conocimiento previo que el sujeto posee, recuperando el vínculo existente entre los dos fenómenos relacionados. El hecho es que los humanos somos capaces de producir indicios de manera voluntaria y con intención comunicativa, lo cual implica que debemos incluir en nuestro sistema de la comunicación tanto a estos indicios (que no dejan de estar dentro del grupo de las señales) como a los procesos que permiten su producción e interpretación. Estos procesos se producirán en paralelo a los procesos de codificación y descodificación. Denominaremos ostensión a la producción intencional de indicios. Para que se produzca no es necesario conocer ninguna convención previa, ya que existe una relación natural que permite relacionar la señal con aquello a lo que el emisor trata de eludir.
Por su parte la inferencia es el proceso por el que se reconstruyen los vínculos que permiten ligar la señal indicial y el contenido al que esta se refiere.

Un nuevo modelo y sus consecuencias.
De las reflexiones que hemos planteado hasta aquí se deriva un nuevo modelo comunicativo que resulta mucho más adecuado al modo en el que el proceso se produce en realidad. La inclusión en el mismo de aspectos propios de la Pragmática ilumina convenientemente parcelas del proceso cuya explicación, hasta la fecha, quedaban en penumbra.
Por otro lado, este modelo introduce aspectos de la comunicación que resultan imprescindibles si deseamos establecer una relación coherente entre los distintos aspectos que conforman el currículo de las enseñanzas medias.
El esquema presentamos a continuación y que debemos a María Escandell (Ibid.) pretende reflejar los aspectos más destacados de este nuevo enfoque y podemos leerlo como sigue. El emisor tiene una intención comunicativa, que se plasma en el conjunto de representaciones que quiere transmitir. Teniendo en cuenta el resto de representaciones que le resultan accesibles (en particular, las relativas al destinatario, a la situación comunicativa, al medio, al conocimiento lingüístico u a otros conocimientos extralingüísticos relacionados), selecciona el tipo de señal que, dadas las circunstancias concretas de su intercambio, le parece más adecuada para lograr sus objetivos: una señal en la que, típicamente, sólo una parte de las representaciones que quiere transmitir aparecen codificadas por medios lingüísticos. El destinatario, a su vez, somete la señal recibida a un doble procesamiento, inferencial y de descodificación, por el que combina la información obtenida a través de las descodificación lingüística con las representaciones accesibles (entre ellas, las relativas al emisor, a la situación, el medio, etc.), y forma en su mente un nuevo conjunto de representaciones semejante (pero no necesariamente idéntico) al que quiso transmitirle el emisor. 

Mª Victoria Escandell, La comunicación, pág. 41