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miércoles, 8 de marzo de 2023

 Jerusalem. La biografía, de Simon Serag Montefiore


Antes de nada querría aclarar que escribo esto por diferentes motivos. En primer lugar, porque mi memoria es frágil y estúpida. En segundo lugar, porque me apetece. En tercer lugar, porque este blog no deja de ser una botella de náufrago (esa aspiración ingenua de ser un querido y remoto muchacho) en la que de algún modo se encapsula una amistad. 

Dicho esto, el libro. Si dijera que disfruté leyendo este considerable mamotreto cargado de erudición y partidismo sionista por igual, sin duda mentiría. El repaso que se da a la historia de esta ciudad es considerable y diría, desde la más profunda ignorancia, que parece ser exhaustivo. Lógicamente mi conocimiento sobre la complejidad histórica de esta ciudad es de tal insoportable aridez que cualquier mínima gota puede hacer brotar un inesperado verdor en ese desierto. No obstante, es posible seguir con cierta coherencia el relato que Simon va construyendo sobre esta ciudad con relativa fluidez y no poca amenidad. Algo se vislumbrar entre las nubes de esa intrincada biografía que nos permita entender en parte la situación en la que se encuentra el Oriente Medio. En mi caso he de confesar que la información aportada en este libro ha colaborado a aclarar conceptos y a ponderar con justicia ciertos acontecimientos de la historia más reciente. 

En mi caso, debo confesarlo, los nombres de los protagonistas del pasado más reciente de esta geografía, formaban parte de un imaginario mal construido en los telediarios y los documentales sobre la cuestión palestina. Ahora, leída la obra, este imaginario ha ido adquiriendo cierta dimensión y profundidad. 

Debes acordarte (al que escribe le hablo) de la relación existente entre las diferentes religiones asentadas en Jerusalem. De como las fuerzas coloniales (especialmente Inglaterra y Francia -además de obviamente Estados Unidos-) jugaron en la construcción/destrucción de esa región. Acuérdate además de cómo se te explica en este libro de cómo se fue construyendo el Estado de Israel y de cómo tuvo que enfrentarse con su entorno por asegurarse su propia supervivencia. Recuerda, especialmente, el poco sentido que tiene toda esta confrontación y de cómo todos los protagonistas que contribuyeron a esta orgía de confusión tenían particulares intereses personales. 

 TIERRA, de Eloy Moreno

El primer problema que tengo con esta novela no está en la trama, o en la utilización de modo repetitivo de la técnica folletinesca para mantener el suspense, tan siquiera con el uso y abuso de una moralina seudoecológica y postmoderna que nos advierte de los males de las nuevas (o no tan nuevas) tecnologías de la información y, diría, del entretenimiento. Mi problema tiene que ver con el estilo. 

Considero que últimamente, y el problema no es absoluto imputable únicamente a este autor, asistimos en la literatura de consumo a una simplificación y estandarización del estilo. Los autores renuncian conscientemente a enfrentarse de manera abierta a cualquier juego retórico o audacia estilística; sospecho que buscando agradar al mayor número de posibles consumidores. Esto les lleva a emplear de manera pertinaz un estilo sencillo, claro, diáfano, que escapa de cualquier complejidad. No es que considere que la utilización de un estilo complejo sea por definición garantía de calidad. Ejemplos existen de autores que de manera muy simple han expresado ideas muy profundas. Lo problemático está en emplear un estilo plano, estandarizado, tan apegado a la literatura comercial de estos tiempos que carece de toda personalidad. Un estilo que, diría, están infantilizando a la población lectora -o apto para la población lectora infantilizada-.

Será sin duda problema mío, o tal vez del pobre Antonio Machado que nos enseño a pararnos para distinguir las voces de los ecos. El asunto es que en este caso no escucho la voz personal del autor, la historia ni me convence ni me conmueve y los efectos narrativos me resultan molestos. 

Cuando era  joven y consecuente con mi naturaleza, he aquí la estupidez nostálgica, me fui acercando de manera por momentos obsesiva a diferentes autores de la narrativa internacional. Ahora me leía las obras que encontraba de Hemingway, mañana las de Dostoievsky, pasado las de Vargas Llosa... 

El caso es que por entonces yo tenía mis pretensiones (ya saben... era joven y consecuente) y algunas noches, cuando el alcohol u otras sustancias despertaban mi ego, jugaba a garabatear cuartillas con la íntima esperanza de ser el próximo premio Nobel de Literatura. Obviamente, nunca llegué a terminar un mal cuento y lo que realmente me agradaba era la impostura tardoadolescente que alimentaba mi inconmensurable juventud. No obstante, y esto puede que sea lo relevante, cuando leía aquellos abortos de cualquier cosa era Hemingway, o el traductor de Hemingway, o la sombra del eco del traductor de Hemingway lo que escuchaba. 

Bien puede ser que aquel eco mío fuera la mayor afrenta que pudiera hacérsele a las letras -además de a la imaginación-, pero tenía al menos un mal retrogusto a algo. 

Realmente, puede que hoy estemos incluso peor que nunca (por contribuir modestamente a la cons-paranoia milienarista -grande Arrabal-). Ya no existen tan siquiera los ecos. Todo semeja un discurso mecánico, vacuo, estandarizado y simplista (Deberán disculparme. Estoy releyendo 1984).