El primer capítulo de esta obra, "La tarea de educar y la profesión docente", firmado por Miquel Martínez, editor de todo el volumen, desempeña una labor introductoria al conjunto del texto.
El capítulo resulta de gran profundidad y tras plantear la situación de la educación en la actualidad expone el papel que al juicio del autor está llamado a desenvolver en la misma el profesor, la familia y el tutor.
Me gustaría destacar en primer lugar que Miquel plantea las dificultades que hoy en día supone la labor educativa. Las contradicciones que se establecen entre la realidad social y las demandas que esa misma sociedad exige a la educación como estamento son evidentes (preparación para un futuro laboral cada día más inseguro, educación en unos valores en abierta contradicción con los promovidos desde los medios de comunicación, ...), no obstante, el profesor Martínez ve en esta disonancia una oportunidad para educar a las próximas generaciones para un cambio que, a todas luces y dadas las contradicciones señaladas, se hace cada día más necesario.
Esto supone que el docente debe ser cada día más consciente de la necesidad de llevar a cabo cambios en su labor profesional (si hacemos las mismas cosas obtendremos los mismos resultados). En este sentido, no resulta ya suficiente con solamente instruir, es necesario educar, y este cambio, añado yo, no debe quedarse en un mero cambio de palabras, vacío de contenido.
Apunta Miquel Martínez que ya no basta con dominar la materia, la pedagogía y tener buena voluntad y predisposición. Desde luego, estos elementos son imprescindibles en todo docente, pero los cambios cada día más vertiginosos a los que se enfrenta la sociedad hace imprescindible otros. A estas cualidades se deben unir otras como el trabajo colaborativo dentro del centro (recordemos en este sentido las propuestas de Steve Jhonson recordadas en otro post), la acción tutorial y el trabajo con las familias.
No debemos olvidar que el trabajo de ciertas competencias, especialmente las relacionadas con la autorregulación, el autocontrol o el cultivo del esfuerzo y la superación, deben ser desarrolladas principalmente en el ámbito familiar. Ciertamente la escuela puede y debe trabajarlas, pero desde la escuela no es posible trabajarlas de manera individual. Sin embargo tampoco debemos obviar que las actuales circunstancias complican la labor educativa de la familia. El tutor debe estar atento a este hecho y procurar solventar las posibles deficiencias con las que el alumno pueda encontrarse en este punto. No se trata, entiendo yo, tanto de sustituir la labor de la familia como de establecer mecanismos adecuados que le permita a la familia solventar aquellas dificultades que le impidan proporcionar a sus miembros en edad escolar la educación que necesitan. Lo que personalmente me parece más interesante de lo expuesto por Martínez es que esta ayuda se debe llevar a cabo desde el respeto, la comprensión y el diálogo, haciendo a las familias conscientes de la importancia de su trabajo y de las potencialidades que, precisamente como familia, poseen.
De este modo, la labor del tutor se muestra más importante que nunca y supone nuevos retos. El tutor debe acompañar los procesos de aprendizaje de sus tutorandos, tanto en su desarrollo como en la construcción de cada uno de ellos en su singularidad y también como miembro del grupo. Igualmente debe conformar espacios de aprendizaje y convivencia óptimos al tiempo que, como hemos señalado, debe conocer y considerar las posibilidades y límites de cada familia con la finalizar de ayudarla y completarla.
Por otra parte el tutor requiere altas dosis de atención, dotes comunicativas y un alto grado de disposición. Debemos recordar que ser tutor es una tarea altamente compleja y polifacética, incluyendo entre sus funciones la de desarrollar en los alumnos valores positivos que desemboquen en un comportamiento ético.
Pero no se quedan aquí las ideas interesantes de Miquel Martínez. Apelando como no podría ser de otro modo a la realidad proteica y cambiante, el profesor llama la atención sobre la necesidad de una modificación en las actitudes y modo de trabajo de los docentes. El profesor debe fijarse tanto en lo que enseña como en el modo en que lo hace, estableciendo estrategias que le permitan garantizar que ese aprendizaje se ha llevado a cabo y cómo ha de evaluarlo. De igual modo el docente debe acostumbrarse a trabajar en equipo y a integrar la evaluación como un instrumento válido para la reflexión sobre la práctica profesional y como instrumento de mejora.
Para finalizar con este capítulo resulta interesante como Martínez concreta aquello de que el profesor debe convertirse en un guía y no en un mero instructor. Para Miquel el docente debe convertirse en un promotor de condiciones de aprendizaje y entornos de convivencia adecuados. Además, debería ser competente en la labor de educar en valores, competente en habilidades sociales y contar con conocimientos sobre la construcción de su disciplina, la lógica interna de la misma, la lógica de su aprendizaje, su lenguaje y ser capaz de seleccionar aquellos contenidos más importantes con rigor y perspectiva estratégica. Todo ello sin olvidarse de incorporar a su trabajo la cultura de la evaluación.
El segundo capítulo de este libro, "Pasado y presente de la adolescencia. Cómo son" es en realidad un artículo de Carles Feixa Pámpols publicado originalmente en Neurosciencie & Biobehavioral Rewiews, 35. En él se repasa desde una perspectiva antropológica la evolución del concepto de adolescencia en diferentes culturas y a lo largo de la historia. Esta perspectiva supone, de entrada, que la adolescencia es más una construcción cultural, con evidente base biológica, que una etapa evolutiva natural, común y fija a todas las sociedades y épocas. De hecho, el concepto de adolescencia, tal y como hoy lo conocemos, no surgirá hasta 1904 de la mano de Stanley G. Hall. Es en la magna obra de este autor titulada Adolescense, donde se establecen por primera vez como características de este periodo de la evolución personal la crisis y la generalización de los conflictos.
Parece claro que es la sociedad la que determina una serie de valores para esta etapa de evolución humana. Feixa distingue cinco grupos de culturas que establecen valores más o menos homogéneos para la adolescencia.
En las sociedades primitivas resultaría más correcto hablar de puber. En este tipo de culturas esta etapa de la evolución humana pretende establecer las bases que aseguren la perpetuación de la especie. Los hombres se encargarán de proporcionar la seguridad y los recursos necesarios mientras las mujeres la reproducción. Por ello esta etapa se convertirá en una preparación para la vida adulta y tendrá lugar cuando la maduración de los miembros jóvenes de esta sociedad sea suficiente como para garantizar el correcto desenvolvimiento de aquellas funciones que se le suponen.
En los estados antiguos el progreso cultural posibilita que parte de los esfuerzos de la sociedad puedan dedicarse a la formación de los más jóvenes. Estos se convierten entonces en efebos.
Durante la Edad Media la situación socio-cultural determinará, de hecho, la desaparición de la juventud. Los mozos caminan y comparten su vida con adultos, integrándose desde una edad muy temprana en la vida de estos.
Con las sociedades industriales modernas surgirán los teenager. La mejora de las condiciones económicas permitirá de nuevo la formación de los jóvenes surgiendo la educación obligatoria, antecedente inmediato de la actual educación secundaria. También como resultado de la liberación del trabajo, las familias ejercerán mayor control sobre los jóvenes. Por otro lado, la implantación del servicio militar obligatorio habilitó un espacio y un tiempo de convivencia que reforzaría por primera vez el concepto de generación y de pertenencia.
Con el postindustrialismo llegaremos al concepto de joven. De hecho, tal y como hemos apuntado, es en los primeros años del siglo XX cuando se reconocerá y democratizará el concepto de adolescencia a varios niveles: educativo, psicológico e incluso judicial. Durante la segunda mitad de este siglo esta etapa de la evolución humana ganará protagonismo participando activamente en la sociedad consumo.
Parece claro que es la sociedad la que determina una serie de valores para esta etapa de evolución humana. Feixa distingue cinco grupos de culturas que establecen valores más o menos homogéneos para la adolescencia.
En las sociedades primitivas resultaría más correcto hablar de puber. En este tipo de culturas esta etapa de la evolución humana pretende establecer las bases que aseguren la perpetuación de la especie. Los hombres se encargarán de proporcionar la seguridad y los recursos necesarios mientras las mujeres la reproducción. Por ello esta etapa se convertirá en una preparación para la vida adulta y tendrá lugar cuando la maduración de los miembros jóvenes de esta sociedad sea suficiente como para garantizar el correcto desenvolvimiento de aquellas funciones que se le suponen.
En los estados antiguos el progreso cultural posibilita que parte de los esfuerzos de la sociedad puedan dedicarse a la formación de los más jóvenes. Estos se convierten entonces en efebos.
Durante la Edad Media la situación socio-cultural determinará, de hecho, la desaparición de la juventud. Los mozos caminan y comparten su vida con adultos, integrándose desde una edad muy temprana en la vida de estos.
Con las sociedades industriales modernas surgirán los teenager. La mejora de las condiciones económicas permitirá de nuevo la formación de los jóvenes surgiendo la educación obligatoria, antecedente inmediato de la actual educación secundaria. También como resultado de la liberación del trabajo, las familias ejercerán mayor control sobre los jóvenes. Por otro lado, la implantación del servicio militar obligatorio habilitó un espacio y un tiempo de convivencia que reforzaría por primera vez el concepto de generación y de pertenencia.
Con el postindustrialismo llegaremos al concepto de joven. De hecho, tal y como hemos apuntado, es en los primeros años del siglo XX cuando se reconocerá y democratizará el concepto de adolescencia a varios niveles: educativo, psicológico e incluso judicial. Durante la segunda mitad de este siglo esta etapa de la evolución humana ganará protagonismo participando activamente en la sociedad consumo.
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