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martes, 27 de noviembre de 2012

Contexto artístico y cultural del fin de siglo

Ofelia. 1852. Obra de John Everett Millais

Apuntes extraídos del libro de Pedraza y Rodríguez Cáceres Las épocas de la literatura española.


Entenderemos por crisis de fin de siglo (1885-1914) aquel proceso que supuso un decaimiento generalizado en el ámbito de la creación estética. Esta crisis se hará sentir igualmente en el campo de las ideas y terminará afectando a todos los aspectos de la vida. Desde el arte a la política, pasando por la religión.
El avance de la ciencia a lo largo del siglo XIX había hecho surgir la idea de que el progreso constituía un proceso continuo e irreversible de mejora. No obstante, los frutos no deseados de la Revolución Industrial, como el surgimiento de grandes bolsas de pobreza en torno a las grandes ciudades, hizo que la fe en la ciencia y el progreso decayese. Los avances técnicos y la ciencia positivista no habían logrado reproducir la idílica Arcadia en este mundo de pobres mortales. Las manifestaciones de desengaño y crítica no se hicieron esperar. Estas se elevaron desde los sectores más desfavorecidos de la sociedad y, lo que resulta más paradójico, desde el seno mismo de la pequeña burguesía.
En lo estético se vuelve la vista hacia lo natural, revalorizando los viejos ideales románticos. Esta revisión de la concepción y del papel del arte influirá también en el último Realismo. Las composiciones de esta época de autores como Tolstói, Dostoievski o Galdós estarán pobladas por personajes extraños y anómalos que expondrán ante el público los aspectos más profundos de su personalidad.
Como resultado de esta crisis, surgirán una serie de movimientos que ya no se contentarán con presentar ante los ojos del lector una serie de personajes anómalos. Los nuevos creadores, en confrontación abierta con la sociedad de su época, harán de todo aquello que se considere socialmente reprobable su bandera, incorporándolo al arte y a sus propias vidas. La figura del bohemio, con su concepción ideal del arte, su oposición a las normas imperantes y su marginalidad, se convertirá, pese a lo que tiene de estereotipo, en el paradigma del artista finisecular.

La crisis de fin de siglo en lo intelectual: el irracionalismo.

En los últimos años del siglo XIX dará comienzo una reacción antipositivista. Los presupuestos racionalistas en los que se basaba el positivismo se tambalearon, la ciencia dejó de ofrecer verdades absolutas y la técnica hizo aflorar graves problemas. Como consecuencia, triunfarán una serie de corrientes intelectuales de carácter irracionalista y vitalista. Algunas de ellas se basarán en las propuestas ideológicas del Romanticismo, actualizando nuevamente las angustias románticas que el positivismo había intentado silenciar sin éxito. 
Capital en el desarrollo del irracionalismo finisecular será la filosofía de Arthur Schopenhauer. En el pensamiento del alemán destaca el concepto de voluntad, la cual, contemplada desde un punto de vista eminentemente  subjetivo, se constituye en la esencia del mundo. La voluntad para Schopenhauer no participa de las leyes racionales y frente a ella solamente caben dos posibilidades: o bien se reafirma, o bien es aniquilada por completo.
Junto a Schopenhauer otro influyente filósofo será el danés Soren Kierkegaard. Para Kierkegaard en todo hombre se encuentran tanto el concepto de angustia como la idea de pecado. Bajo su punto de vista, resulta primordial que el hombre acepte la angustia para poder llegar a la fe y ,mediante esta, a la salvación.
Ya a finales de siglo surgirá la figura de Federico Nietzsche. Poderosamente influenciado por Schopenhauer Nietzsche pretende superar el pesimismo de su compatriota impulsando una vitalidad que hasta ese momento era negada sistemáticamente por el pensamiento. El concepto de lo dionisíaco, como representación de la creación irracional, tendrá especial relevancia en su filosofía. Frente a él, completándolo de algún modo, encontramos lo apolíneo, que representa el equilibrio y la medida en el hombre. Igualmente, a Nietzsche se le debe el concepto de superhombre. Por tal debemos entender un constructo teórico en el que se vería plenamente satisfecha la voluntad humana, anulando y superando toda cortapisa de orden moral ("¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral dirá Rimbaud en su poema Adios).
Puede que entre los pensadores más influyentes del momento, al menos en el campo de la creación literaria, figure el filósofo francés Henri Bergson. Para Bergson la intuición se convierte en una herramienta perfectamente válida para alcanzar el conocimiento de lo real. De este modo, el intuicionismo, al que este autor dará carta de naturaleza filosófica, sobrevolará casi todas las corrientes artísticas del periodo.
Otro golpe mortal asestado al positivismo decimonónico llegará de la mano de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud. El estudio del mundo íntimo del sujeto, el cual le llevaría a proponer el concepto de inconsciente y el conjunto de teorías en él basado, vino a demostrarle al hombre que no era totalmente dueño de sus actos, sino que muchos de ellos se derivaban, en última instancia, de una serie pulsiones internas imposibles de controlar.
Finalmente, surgiría en este periodo un idealismo individualista y subjetivo que influiría poderosamente en la concepción de lo religioso. Surge así un modernismo religioso que propondrá la renovación total de la Iglesia católica. Junta a él triunfarán toda una serie de corrientes místicas como la teosofía, el espiritismo, el esoterismo o el estudio de la cábala.

La crisis de fin de siglo en lo estético

El panorama artístico resultante de la crisis finisecular será particularmente heterogéneo. Son muchas las corrientes que surgen en este momento y un buen número de ellas retomarán las obsesiones de la época romántica. Regresarán, de este modo, a la palestra literaria los mundos exóticos, las figuras satánicas y lo misterioso. Edgar Allan Poe será adoptado como maestro inigualable y el irracionalismo que acabamos de ver se convertirá en la bandera ideológica de los artistas finiseculares.
Las que a continuación se presentan son algunas de las corrientes artísticas que colaboraron al desencadenamiento de la crisis de fin de siglo. Otras, sin embargo, serán el resultado de esa misma crisis.

Prerrafaelismo

Se denomina de este modo a una escuela pictórica de muy breve duración (1848-1851) que surge en la Inglaterra victoriana. Utilizan este nombre porque rechazan el canon artístico impuesto por la Real Academia de las artes inglesa, el cual perpetuaba, a su juicio insoportablemente, el modelo pictórico renacentista y el de su máxima figura, Rafael. Estos artistas, fuertemente vinculados a lo literario, dieron lugar a un movimiento estético muy complejo, constituido, en su mayoría, por pintores que pretendían reflejar la naturaleza y al hombre como parte integrante de la misma, sin rechazar o escoger nada. Este naturalismo se aplicó a temas religiosos, legendarios, históricos y, a su vez, contemporáneos. Sus pintores no tenían límites en cuanto a los temas o la interpretación y rechazaban el formulismo con el que la pintura había plasmado algunos asuntos. Estos artistas encontraron una importante fuente de inspiración en la Edad Media. En ella encontraron todo un mundo cargado de sutilidad, delicadeza y marcadamente etéreo. Su pretensión era alcanzar el ideal de pureza en la obra artística y para ello utilizaron con fruición el trazo natural.
La actitud abiertamente rupturista de estos artistas habría de influir sin duda en los creadores de finales de siglo, no obstante, también triunfaría su estética, pues basta recorrer la obra de Dario, especialmente Azul.

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Parnasianismo

Nace en el segundo tercio del siglo XIX en Francia y contará entre sus autores más destacados a Charles Baudelaire, Leconte de Lisle o el Paul Verlaine de Fêtes galantes. Su influencia será decisiva en el desarrollo de otras corrientes así como en la concepción artística y vital de las generaciones finiseculares. 
Desde el parnasianismo se intentará dar respuesta a dos excesos propios del Romanticismo. Por un lado se limitará el exhibicionismo sentimental y por otro se abandonará la predicación social y política. 
El autor parnasiano dejará fuera de su obra su intimidad, adoptando decididamente el principio de "el arte por el arte". Esto, como es obvio, le llevará a desatender los presupuestos de la sociedad contemporánea, prefiriendo en su lugar las culturas antiguas, los paisajes exóticos e idealizados. El arte superaría la existencia cotidiana que los románticos habían trasladado a sus obras, haciendo posible, incluso, que el arte pudiera superar a la vida misma. De aquí, como apunta Enrique Rull Fernández (El Modernismo y la Generación del 98), se partiría hacia la idea de una existencia conducida fuera de las leyes y tradiciones éticas. El camino hacia el Decadentismo quedaba de este modo franco.
La preocupación máxima del poeta se desplazará a la forma del poema. Se perseguirá la belleza prestando una atención escrupulosa a la construcción del verso.

Decadentismo

Surge el decadentismo del desarrollo del esteticismo parnasiano, entendido este como el gusto por convertir la propia vida en una obra de arte consagrándola a la belleza. Los valores morales propios de la vida burguesa serán postergados y se sentirá placer al transgredirlos. Se trata, más que de un movimiento, de un término aplicado a los bohemios amorales que aparecen en los cenáculos literarios de la Rive gauche (Margen izquierda) parisina en torno a la década de los ochenta.
Exaltarán sus representantes las culturas antiguas, lo perverso, lo oscuro y lo irracional, participando constantemente en la búsqueda frenética del goce a pesar del rastro de insatisfacción que este les produce. Son seres conscientes de su época, que representan en sus vidas la crisis finisecular que les ha tocado vivir. Juguetean con las drogas y el alcohol, pasaportes hacia unos paraísos artificiales en los que les es dado olvidar, al menos por un tiempo, la realidad deplorable que les envuelve.

Simbolismo

Coin de Table. Henri Fantin-Latour
Hacia la década de 1870 los autores literarios comienzan la búsqueda de un nuevo lenguaje que les permita expresar convenientemente la nueva sensibilidad que nace con la crisis de fin de siglo. El camino elegido será el de la sugerencia, procurando representar mediante elementos tangibles y pertenecientes a la realidad los misterios, las intuiciones, que no tienen expresión directa en el lenguaje. El símbolo, que ya había sido usado con cierta fortuna en el Romanticismo alemán, les posibilita aproximarse a lo inefable, nombrar lo innombrable. De este modo, y como reacción al Realismo y al Naturalismo, la subjetividad se impone nuevamente y no dudarán en expresar su intimidad, su mundo subjetivo, plenamente. No obstante, los simbolistas no olvidarán la lección parnasiana y dotarán a sus obras de un sentido perfeccionista del arte manifestando un amor a éste por encima de todo.
Stéphane Mallarmé, Charles Baudelaire, Paul Verlaine o Arthur Rimbaud se constituirán en los predecesores de esta corriente. Estos autores no tendrán conciencia de escuela y simplemente pondrán en marcha una nueva sensibilidad que correrá subterráneamente bajo el fluir en superficie de la literatura realista.
La escuela simbolista surgirá como tal en 1885, tomando su nombre del soneto de Baudelaire Correspondences de Les fleurs du mal. Forman la nómina del grupo George Rodenbach, Émile Verhaerem, Jean Moréas y Maurice Maeterlinck. Estos autores encontrarán una base filosófica para sus presupuestos literarios en la obra de Emmanuel Swedenborg, quien estudiará las correspondencias entre las percepciones sensoriales y la vida espiritual. El poeta será concebido como un vidente capaz de detectar y explicitar las citadas correspondencias. 
Esto les llevará a preferir una expresión en la que predomine el matiz y la sugerencia. Se trata de evitar que las acepciones comunes de la lengua esclavicen la percepción. Consecuentemente se alejarán del retoricismo y se empleará de manera recurrente la sinestesia.

Junto a todas las corrientes aquí expuestas resulta conveniente hacer referencia a dos técnicas narrativas que gozarán de gran fortuna en las artes de finales de siglo. 

Impresionismo

Se trata de un movimiento artístico, principalmente pictórico, que se desarrolla en Francia en el último tercio del siglo XIX. Se caracteriza por representar las figuras de forma incompleta, solamente recogiendo sus rasgos más destacados.
En literatura pretende reflejar la realidad mediante el registro de los impulsos resultantes de la percepción subjetiva e individual de los objetos. Se realizan, de este modo, descripciones imprecisas y vagas, que se reducen a la sucesión de una serie de imágenes aisladas que han provocado una honda impresión en el autor. Es tarea del lector la de recomponer el cuadro que se le muestra en el texto.
Se caracterizan en lo lingüístico este tipo de descripciones por la agilidad estilística, la cual se consigue mediante el empleo de frases breves, entre las que predominan las frases nominales, y la carencia de nexos. Resulta, así mismo, muy habitual que se encuentren representadas en estas descripciones la percepción sensorial de diferentes fenómenos; ya sean estos auditivos, olfativos, visuales, gustativos o táctiles.
Un ejemplo de descripción impresionista, si bien matizada por las características propias de la prosa valleinclanesca, es el primer capítulo de la obra Flor de santidad:
Caminaba rostro a la venta uno de esos peregrinos que van en romería a todos los santuarios y recorren los caminos salmodiando una historia sombría, forjada con reminiscencias de otras cien, y a propósito para conmover el alma de los montañeses, milagreros y trágicos. Aquel mendicante desgreñado y bizantino, con su esclavina adornada de conchas, y el bordón de los caminantes en la diestra, parecía resucitar la devoción del tiempo antiguo, cuando toda la Cristiandad creyó ver en la celeste altura el Camino de Santiago. ¡Aquella ruta poblada de riesgos y trabajos, que la sandalia del peregrino iba labrando piadosa en el polvo de la tierra!
No estaba la venta situada sobre el camino real, sino en mitad de un descampado donde sólo se erguían algunos pinos desmedrados y secos. El paraje de montaña, en toda sazón austero y silencioso, parecíalo más bajo el cielo encapotado de aquella tarde invernal. Ladraban los perros de la aldea vecina, y como eco simbólico de las borrascas del mundo se oía el tumbar ciclópeo y opaco de un mar costeño muy lejano. Era nueva la venta, y en medio de la sierra adusta y parda, aquel portalón color de sangre y aquellos frisos azules y amarillos de la fachada, ya borrosos por la perenne lluvia del invierno, producían indefinible sensación de antipatía y de terror. La carcomida venta de antaño, incendiada una noche por cierto famoso bandido, impresionaba menos tétricamente. Anochecía, y la luz del crepúsculo daba al yermo y riscoso paraje entonaciones anacoréticas que destacaban con sombría idealidad la negra figura del peregrino.Ráfagas heladas de la sierra que imitan el aullido del lobo, le sacudían implacables la negra y sucia guedeja, y arrebataban, llevándola del uno al otro hombro, la ola de la barba que al amainar el viento caía estremecida y revuelta sobre el pecho donde se zarandeaban cruces y rosarios. Empezaban a caer gruesas gotas de lluvia, y por el camino real venían ráfagas de polvo y en lo alto de los peñascales balaba una cabra negra. Las nubes iban a congregarse en el horizonte, un horizonte de agua. Volvían las ovejas al establo, y apenas turbaba el reposo del campo aterido por el invierno el son de las esquilas. En el fondo de una hondonada verde y umbría se alzaba el Santuario de San Clodio Mártir rodeado de cipreses centenarios que cabeceaban tristemente. El mendicante se detuvo y apoyado a dos manos en el bordón contempló la aldea agrupada en la falda de un monte, entre foscos y sonoros pinares. Sin ánimo para llegar al caserío cerró los ojos nublados por la fatiga, cobró aliento en un suspiro y siguió adelante.

Expresionismo

La técnica expresionista, que daría lugar al movimiento expresionista en la Alemania de principios de siglo, se caracteriza por el predominio de la hipérbole, la caricatura, lo deforme y lo violento. Se basa en la interpretación subjetiva de la realidad y rechaza los cánones de belleza establecidos. Esta técnica hundirá sus raíces en el gusto romántico por lo grotesco.

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