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lunes, 24 de junio de 2013

El Balneario



Hacía años que no iba por una librería de viejo. Renuncié a ellas porque lo que podía encontrar entre sus estanterías me había dejado de interesar y, tal vez, porque mi madurez, hasta cierto punto económica, me llevó a preferir la asepsia perfumada de la Fnac o de El Corte Inglés. Sé que en esta actitud mía hay mucho de traición contumaz, y puede que también un algo de estulticia postmoderna. Sin embargo, no me flagelo demasiado por ello. Convivo pacíficamente con mis traumas consumistas sin perder el sueño, al menos, no por completo.
Siempre había tenido a Manuel Vázquez Montalbán por un escritor menor. No es que ahora mi opinión haya cambiado sustancialmente. No poseo datos concluyentes y desdecirme así, de improviso, de una convicción que me ha acompañado desde mis años de estudiante, sería una nueva traición que no podría sumar sin sonrojo a la ya mencionada. Hasta fechas muy próximas solo conocía de este escritor la versión televisiva  que de Las aventuras de Pepe Carbalho había llevado a la pequeña pantalla Adolfo Aristarain para TVE, con guión del propio Vázquez Montalbán y Domenec Font. En mi memoria, memoria de primera adolescencia, Eusebio Poncela actúa como agente catalizador de una erotismo interruptus que, por otro lado, resultaba tan propio de la época. Para mí, desde ese despertar a las señoritas, el nombre de Pepe Carbalho quedaría irremediablemente unido a cierto onanismo frustrado, lo cual, me temo, determinó fatalmente mi opinión para con el pobre Montalbán.
El caso es que en los últimos tiempos me he hecho con un ejemplar del séptimo volumen de la Historia de la Literatura Española que para Ariel dirige José-Carlos Mainer. En este tomo, Derrota y restitución de la modernidad. 1939-2010, Jordi Gracia Domingo Ródenas repasa la literatura española de más reciente cuño. Lo cierto es que, por razones pedagógicas e ideológicas que no vienen al caso, yo siempre he sido un profundo desconocedor de esta literatura, por lo cual me puse a leer el citado manual con relativa curiosidad. Allí aprendí muchos nombres que he olvidado y de entre todos ellos me llamó la atención el de Vázquez Montalbán. Jordi Gracia le asigna un papel capital en la elaboración de la nueva narrativa que logra superar la novela testimonial del segundo cuarto del siglo XX y, al mismo tiempo, lo convierte en un actor principal del clima literario que se respirará en la España de la segunda mitad de ese siglo.
De este modo es como mi natural ignorancia se alió con mi falta de convicciones y no pude resistirme al ejemplar de El Balneario que, encuadernado en tapas duras por Planeta, me llamaba desde los anaqueles de El Indio -local especializado en la venta de artículos de muchas manos-.
Lo que viene a continuación es lo esperado. Lo pagué, lo acaricié y lo leía con relativa rapidez. Ciertamente la novelita se lee en dos patadas. Era la primera obra que leía del género -de nuevo mis prejuicios literarios- y debo confesar que no recibí más de lo que esperaba.
La trama tiene lugar en un balneario de la costa española. Se trata de un establecimiento especializado en la cura de la obesidad mediante la aplicación de una severa dieta vegetariana. De este modo Montalbán construye un espacio cerrado, aislado del entorno y sin posible escapatoria, en el cual se llevan a cabo una serie de asesinatos. Consecuentemente, todos y cada uno de los huéspedes del balneario se convertirán en posibles víctimas y en potenciales asesinos. Esta circunstancia les obligará a permanecer encerrados, lo cual aprovechará Montalbán para proponer un divertido juguete sociológico en el cual, sin más pretensiones, pasará revista a los estereotipos regionales, clasistas y nacionales que, por entonces, regían la percepción que los españoles tenían tanto de sí mismos como de buena parte de Europa o América. Reconozco que en este punto la novela se desliza por la vertiente del chiste clásico, (aquello de "había un catalán, un vasco, una señora de Toledo y un belga....") no obstante, esto, que podría ser un defecto según se considere, a mi me resultó lo más ameno del texto, ya que la trama policíaca por momentos resulta endeble, previsible y, si me apuran, con un interés menor.
Resumiendo, leí esta novela por un puro casual y no creo que su memoria se prolongue mucho más allá de esta entrada. Novela de carácter ligero, creada por aquello del pane lucrando y sin mayor pretensión. Como pasatiempo está bien, como muestra del verdadero potencial de este autor no creo que resulte significativa.

1 comentario:

Emiliano dijo...

Me siento en la obligación de decirle que, en una de esas tiendas de El Indio, habiéndome llamado la atención sobre el mismo autor un volumen sobre literatura e ideología (de la autoría de Blanco Aguinaga), y centrada en la novela El Pianista, allí la compré, si bien en tapa blanda y, tras un periodo de cierta reticencia similar a la suya, la leí. No es éste un caso de género negro, sino de un recuerdo de un pasado que nos trajo a estos lodos.