El Manuscrito
El texto fue descubierto en el Archivo del Concejo de Vivar en el siglo XVI. De ahí fue trasladado al convento de Santa Clara de donde don Tomás Antonio Sánchez lo sacaría en 1770 para editarlo por primera vez. Ya en el siglo pasado, en 1960, el texto llegaría a ocupar un puesto destacado entre los tesoros de nuestra Biblioteca Nacional.
Al códice le falta una página al principio y dos interiores. El estudio de la letra permite fechar al manuscrito como del siglo XIV.
Fecha
Una de las cuestiones que mayor polémica ha propiciado guarda relación con la datación del texto. Pidal propuso que el manuscrito era una copia realizada en 1307 (7) de un cantar hoy perdido, el cual debió ser compuesto hacia 1140. Varias son las pruebas que aporta en favor de esta datación.
En primer lugar, propone una lectura del verso 3724, donde puede leerse “Oy los reyes d´España sos parientes son”, favorable a sus tesis. A su juicio este verso haría referencia a la boda entre Blanca de Navarra y Sancho III de Aragón, la cual tuvo lugar en 1151. No obstante, señala Menéndez Pidal que los desposorios de esta boda tuvieron lugar en 1140 y se convirtieron en un acontecimiento de gran repercusión, tanta, que el autor la creería muy presente en la mente de sus oyentes. Aún siendo posible la interpretación aducida por Pidal, esto no demostraría más que la obra es posterior a la fecha señalada y no necesariamente que fuera compuesta en este año.
Otra prueba a favor de una datación temprana sería la utilización del epíteto “Buen emperador” (verso 3003) para referirse a Alfonso VII (1127-1157). Considera Pidal que la utilización de este calificativo, en lugar del nombre del monarca, demostraría que para el público de la época la asimilación del apelativo con la figura del monarca resultaba inmediata, y esta solo sería posible si poema y rey fuesen contemporáneos. Sin embargo, Ubieto demostró que el epíteto seguía siendo utilizado para referirse al citado rey incluso tras su muerte, con lo cual la prueba aducida por Pidal pierde toda su consistencia.
La tercera prueba que aporta Menéndez Pidal guarda relación con el estudio del llamado Poema de Almería. En esta composición, datada sin duda en 1147 y escrita en latín, se relaciona a Alvar Fañez con el Cid en la misma medida en que se relacionan en la Chansón de Roland a Oliveros con Roldán. Si consideramos que en la realidad histórica Alvar Fáñez no acompañó al Cid en su destierro, sólo podemos explicar esta referencia suponiendo al autor del Poema al tanto de un cantar, hoy perdido, en el cual se establecía esa ficticia relación.
La aparición en el Cantar de muchos personajes que no figuran en la historiografía de la época, pero que se han demostrado reales, demuestra, según Pidal, la fidelidad a la realidad histórica del poema. Esto, aduce el estudioso, solo sería posible si la obra se hubiese creado en fecha temprana, cuando la memoria de estas personalidades continuaba viva.
Por último, Pidal detecta varios casos de arcaísmos lingüísticos en el texto. El estudio de los mismos se convierte en una nueva prueba que viene a reforzar la propuesta pidaliana.
Por su parte, Ubieto considera que el poema que ha llegado hasta nosotros es el resultado de numerosas refundiciones que se darían entre 1120 y 1207, fecha, esta última, que puede ser considerada como la del texto original que solo más tarde sería copiado en el siglo XIV. Esta datación explicaría la mención que en el texto se hace de Valencia como la mayor. Calificación que sería utilizada después de 1189 para diferenciarla de Valencia de don Juan. Igualmente, la datación propuesta se vería justificada por la utilización en la descripción de las batallas de tácticas militares que no serían conocidas hasta después de la batalla de Alarcos en 1195. Por último, aduce Ubieto que el Cantar incluye términos que resulta imposible testimoniar en castellano en fecha tan temprana como la propuesta por Pidal. Así, “fijodalgo”, no será incorporado al idioma hasta 1177.
Alan Deyermond parece estar de acuerdo con el profesor Ubieto. Bajo su punto de vista el texto que serviría como modelo a la copia hoy conservada debió ser compuesto en 1207 o sus proximidades. Deyermond considera del todo insostenibles los argumentos que pretenden una datación temprana. El arcaísmo es en sí mismo una convención propia de toda la épica. La pretendida historicidad se resolvería fácilmente con documentos al servicio de un poeta culto. Por otro lado, las instituciones que aparecen en el poema pertenecen en su inmensa mayoría a la segunda mitad del siglo XII. El incómodo Poema de Almería demuestra, en último caso, la existencia de una tradición en la que el embrión de la menciona identificación de los personajes existía ya, pero esto no tiene porque llevarnos a concluir la existencia de un cantar épico. El hallazgo de Francisco Rico de un poema lírico de contenido heroico que carece de base épica (“Cantan de Oiveros, cantan de Roldan/no de Zurraquin, que fue buen barragán”) en la Crónica de la población de Ávila (8) parece ratificar la idea propuesta por Deyermond.
Actualmente la crítica parece considerar suficientemente refutadas las pruebas aducidas a favor de una datación temprana, aceptándose, en consecuencia, de manera casi unánime, la que sitúa la obra a finales del siglo XII o principios del XIII. Esto no impide que se admita la existencia de una base tradicional para el Cantar hoy conservado. En esto parece coincidir actualmente la crítica con las propuestas tradicionalistas de Pidal.
Autoría
No exenta de polémica se encuentra la cuestión de la autoría del Cantar. Menéndez Pidal defiende la existencia de dos autores, uno de ellos, el más antiguo, habría vivido cerca del año 1110, y a él se le debería la primera versión escrita de la obra. Este primer autor y su primera versión del texto serían los responsables de los datos con mayor rigor histórico. Un segundo autor refundiría la obra hacia 1140. Per Abbat, por su parte, (nombre que figura en el colofón del manuscrito conservado) sería un simple copista. Se fundamente Pidal en que en el explicit de la obra puede leerse “escrivió”, verbo utilizado en la época con el valor de copiar. Si realmente fuera su autor hubiera utilizado el verbo “fazer”. La teoría de la doble autoría propuesta por Menéndez Pidal se ve reforzada por el hecho de que en el texto es posible encontrar notables diferencias estilísticas.
Alan Deyermond defiende, sin embargo, la existencia de un único autor que, como los sugeridos por Menéndez Pidal, debía de pertenecer a las cuencas del Jalón y del Jiroca, dado el gran conocimiento que demuestra de esta zona. Se trataría de un autor culto, probablemente un jurista, si hacemos caso al gran número de tecnicismos jurídicos empleados. Las diferencias de estilo responden, en opinión de Deyermond, a las diferentes fuentes utilizadas por el autor para configurar su obra.
Fuentes
Por lo que se refiere a las fuentes cabe la posibilidad de que existiese una tradición oral que tras la muerte del héroe tratara su figura. Esta tradición oral popular, de talante historicista, tendría especial relación con el monasterio de Cardeña donde fue enterrado el héroe. Existirían, igualmente, una serie de composiciones cuyo tema principal sería el Cid y se encontrarían muy cercanas a lo expuesto en el Poema de Almería.
Montaner, en su edición de la obra, considera probables, aunque nos sean desconocidas, una serie de biografías latinas del Cid a partir de mediados del siglo XII. Además tendríamos la Histori Roderici, de 1144 y el Carmen Campidoctoris, obra esta con la que el Cantar no parece guardar ningún tipo de deuda.
Estructura y argumento
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El Cid señor de Valencia |
Es ya tradicional la división del Cantar realizada por Ramón Menéndez Pidal. En ella el filólogo coruñés distingue tres cantares diferentes: Cantar del destierro, Cantar de las Bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
El Cantar narra la historia de Rodrigo Díaz de Vivar, conocido por el sobrenombre de el Cid Campeador. Se trata de un personaje histórico que vivió entre 1043 y 1099. Sirvió primero a las órdenes de Sancho II y luego a las del monarca Alfonso VI, rey de una Castilla y León reunificadas como lo habían estado en el tiempo de su padre, el rey Fernando I. No obstante, no nos encontramos ante una narración fiel de la vida de este infanzón.
El Cantar comienza con el destierro de Rodrigo Díaz, se le acusa injustamente de haberse quedado con los tributos que Alfonso VI le había mandado recaudar en tierras musulmanas. Apenas con un puñado de fieles hombres el Cid se ve obligado a ganarse la vida batallando contra musulmanes y en ocasiones cristianos. Su pericia militar le valdrá sucesivas victorias que le permitirán acrecentar la riqueza de su ejército y enviar generosos regalos a su monarca. Tras múltiples esfuerzos el Cid logra tomar la ciudad de Valencia, la cual se verá obligado a defender en varias ocasiones. Esta última victoria le permitirá congraciarse con su rey y ganar su perdón. Alfonso VI, puede que arrepentido, puede que agradecido por los favores que le otorga el Cid, casa a sus hijas con los Infantes de Carrión, representantes de la alta nobleza castellana.
Lo que parecía ser un bien terminará, sin embargo, en un mal, que repercutirá en el honor del héroe. Los Infantes, que son dibujados en el Cantar como cobardes y malvados, afrentan a sus esposas en el Robledo de Corpes. El Cid, ante esta nueva situación, acudirá a su señor natural, el rey Alfonso VI, en busca de una reparación. Prescindiendo de violentas venganzas el Cantar soluciona este momento de tensión ciñéndose a las normas y modos jurídicos imperantes. En justa pública los representantes del Cid vencen a los Infantes viéndose de este modo reparado el honor del Campeador. Terminadas las justas, representantes de las monarquías de Aragón y Navarra acuden a solicitar la mano de las hijas del Cid, alcanzando de este modo el Cantar el punto de mayor altura en lo que a la fortuna de su héroe se refiere.
El desarrollo de este argumento nos proporcionará una estructura en “W” que refleja claramente los procesos de caída y ascenso que experimenta el héroe. Así, de la posición original como infançón en la que en un principio se encuentra el Cid, caerá en el destierro al despertar la ira regia. Pierde con ello el favor de su señor natural y se ve obligado a engañar a los judíos Raquel y Vidas. El Cid ha descendido todo lo que podía descender, desde este punto el héroe emprenderá un progresivo ascenso que culminará con la toma de Valencia. Al conquistar la ciudad levantina el Campeador no sólo ha recuperado su anterior estatus, sino que lo ha superado con creces. Sus victorias militares lo han hecho rico y le han posibilitado enviar a su monarca generosos presentes. Ha hecho ricos a los que le acompañaban y la toma de la ciudad le autoriza a nombrar obispo, lo que lo iguala al propio Alfonso VI, su señor natural.
Al perdonarle, el rey le restituye su posición, pero esta ya no volverá a ser la misma. Rodrigo ha medrado gracias a su pericia militar, a su valor y a su astucia y ya no es el infançon que salió de Burgos. Ahora, a estas alturas del Cantar, el Cid es señor de Valencia y miembro de la alta nobleza con la cual le ha emparentado el rey.
Pero la buena fortuna del Cid despierta la codicia y la envidia de los representantes de la nobleza leonesa, Los Infantes, incapaces de enfrentarse directamente a el Cid, decidirán vengar las burlas de las que han sido objeto en Valencia en la carne de sus mujeres. El honor del héroe queda de este modo seriamente afectado, descendiendo de nuevo. Nos encontramos ante la segunda caída del Cantar y esta será, si cabe, más profunda y dolorosa pues ya no afecta al honor político del héroe, sino a su honor personal. La solución judicial que proporciona el poema restituye al Cid, pero la boda de sus hijas con los representantes de las monarquías de Navarra y Aragón provoca que la altura alcanzada en este punto supere todo lo anterior.
Temas
De lo ante dicho es posible extraer la conclusión de que el Cantar tiene como tema principal el honor. No obstante, es posible distinguir, como apunta Alberto Montaner, dos variantes de este mismo tema. En la primera parte de la obra el honor que preocupa y ocupa al Campeador es el honor político. En la segunda parte el honor se trasladará hacia la esfera privada y familiar.
Historicidad y ficción en el Cantar
Pidal había querido ver en la identidad entre realidad histórica y ficción su mejor aliado para la datación temprana del poema. Sin embargo, los desajustes entre ambos planos se han ido mostrando cada día más evidentes. La teoría que suponía la existencia de dos autores intentaba solucionar esos desajustes. El mayor rigor histórico se le debería al autor primitivo y los errores serían achacables al segundo autor, más lejano en el tiempo de los acontecimientos narrados.
La opinión de Alan Deyermond concluye que la mezcla de realidad histórica y ficción, como el hecho de unir los dos destierros históricos en uno solo, o el cambio en el orden de las batallas del Cid en su camino hacia Valencia (en la realidad histórica se toma primero Valencia y después Murviedro), responden, como las ficticias primeras bodas, a una necesidad literaria de organizar el material disponible del modo más efectivo posible en el ámbito de la ficción.
El verso del Cantar es asimétrico, mantiene la rima asonante y se agrupa en tiradas. Cada verso se compone de dos hemistiquios separados por una cesura y con dos tiempos perfectamente marcados en cada hemistiquio. La duración de los periodos rítmicos de cada verso suele ser análoga pese a que sea diferente el número de sílabas. De igual forma los períodos de enlace entre hemistiquios y entre versos tienen una extensión semejante a la de los períodos rítmicos.
Estilo
En el estilo abundan los contrastes y son frecuentes las llamadas frases físicas que colaboran a la hora de dotar al pasaje de mayor énfasis y de dar al juglar la posibilidad de interpretar. Se utilizarán igualmente frases bipartitas que forman una pareja sinónima (“Yal ´crece la barba e vale allogando”). No será extraño el empleo del Oppositum, creándose de este modo un aparente contraste donde en la realidad se da el mismo significado (“Si a vós plugiere, Minaya e non vós caya en pesar”). General a lo largo de todo el poema será la sobriedad, lo cual influirá en la escasa utilización de símiles o imágenes. No sucederá lo mismo en el caso del estilo directo. Cuya abundante utilización, en ocasiones sin verbo dicendi, obligaría al juglar a la realización de frecuentes imposturas tonales.
Resulta sumamente característico del estilo del Cantar el uso del humor, especialmente en el Cid, rasgo que junto con la mesura colabora a la pintura del héroe.
La utilización a lo largo del poema de fórmulas épicas, definidas por M. Darry como un grupo de palabras empleado con regularidad bajo las mismas condiciones métricas para expresar una idea esencial, así como de expresiones formularias, variantes de las anteriores, facilitarían al juglar la memorización y posterior recitación del poema. El número de este tipo de estructuras en el Cantar hace evidente el origen oral del texto.
Por último, resulta abundante la utilización del llamado epíteto épico. Generalmente asociado al héroe, suele destacar una característica de este “que en buen ora nasco” ”que en buen ora cinxo espada”. Sin embargo, no son extraños los casos en los que se aplican a otros personajes como Minaya (“mio diestro braço”) o el propio Alfonso (“el buen rey”). Cabe precisar, siguiendo a Montaner, que el epíteto épico sólo se aplica a personajes favorables al Cid, nunca a sus enemigos. De este hecho es posible deducir que tiene carácter positivo y celebrativo.
Sentido
Resulta peligroso y complicado tras todo lo dicho intentar encontrarle un sentido al Cantar de Mío Cid. Para ello resulta obligado hacer un viaje de ocho siglos y situarnos en una plaza castellana. Allí, entre la gente que se arremolina entorno al juglar, escucharemos las aventuras de un hombre que sabemos existió realmente. Escucharemos de sus lágrimas, nos identificaremos con su dolor al dejar mujer e hija, lo descubriremos tan humano como nosotros o nuestro vecino en las horas bajas. El juglar, como magistralmente afirma Francisco Rico en su "Estudio preliminar" a la edición de Montaner, nos acercará a la temática del poema en la misma medida en que la temática se acerca a nosotros. ¿Acaso no se verá acrecentado nuestro odio contra la alta nobleza tras oír el Cantar? ¿No desearemos ver crecida nuestra hacienda como aquellas mesnadas que partieron con el Cid a tierras musulmanas? Que magnífico ejemplo nos enseña el Campeador, un hombre que zarandeado por las circunstancias y las envidias supo labrarse un más que esplendoroso porvenir en la dura vida de la frontera.
Otros documentos sobre el Cid
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