Hace ya más de tres
décadas que Beaugrande y Dressler establecieran en su
obra Introducción a la lingüística del texto, las
denominadas normas de textualidad. Con ellas estos autores pretendían
sistematizar aquellas normas o principios que había de satisfacer
una unidad lingüística supraoracional para que pudiera ser
considerado como texto.
Intencionalidad
Todo texto, entendido
como un acto comunicativo en contexto, tiene una indudable intención
comunicativa. Esto supone que como acto pretende producir un cambio
en el estado de cosas.
Recordemos al respecto
que ya Austin en Cómo hacemos cosas con palabras, introduciría
el concepto de acto de habla. Así, por acto de habla debemos
entender la emisión de un enunciado lingüístico coherente en una
situación comunicativa dada que persigue provocar un cambio en el
estado de cosas. Para Austin, más tarde matizado por Searle, un acto
comunicativo canónico está conformado por tres diferentes actos. El
acto elocutivo, la mera enunciación; el acto ilocutivo, la intención
con la que se produce el acto elocutivo; y el acto perlocutivo, los
efectos causados por el acto ilocutivo.
Como vemos, cuando
Beugrande y Dressler consideran la intencionalidad como una de las
normas que debe satisfacer un texto se sitúan en el ámbito de los
actos ilocutivos.
Situacionalidad
Para estos autores es
evidente que todo texto se realiza en una situación comunicativa
dada, la cual, de manera también innegable, determina las elecciones
lingüísticas del emisor. Así, el contexto, entendido en una
concepción amplia como la defendida por María Victoria Escandell en
La comunicación, determinará la configuración del propio
texto.
La falta de tiempo nos
impide desarrollar un concepto tan amplio como el de contexto además
de precisar las riquísimas y cruciales interdependencias que se
establecen entre el mismo y el discurso. No obstante, precisemos que
por contexto se debe entender tanto las coordenadas temporales como
espaciales en la que se produce el acto comunicativo, así como los
actantes, el conocimiento mútuo que se da entre ellos o el
conocimiento que comparten sobre el funcionamiento del mundo.
Aceptabilidad
El
concepto de aceptabilidad constituye una idea compleja que ha dado
lugar a diferentes interpretaciones.
Por
un lado diremos que un texto resulta aceptable cuando el emisor
selecciona las estructuras lingüísticas pertinentes en una
situación comunicativa dada, es decir, el emisor se muestra capaz de
construir un texto apropiado o adecuado considerando las reglas de
tipo social, cultural y psicológico que rigen al acto comunicativo
en el cual participa. Esto supone tanto como afirmar, siguiendo a
Hymes, “Ethnography of speaking”, que el emisor se muestra
comunicativamente competente.
Desde
otro punto de vista, diremos que un texto resulta aceptable cuando
este resulta coherente a todos sus niveles. Es decir, el texto
mantiene la coherencia local, la coherencia lineal y la coherencia
global.
Esto
implica que el texto debe contar con un significado, resultado de la
aplicación de los principios que rigen las relaciones de carácter
léxico-semántico, es decir, el principio de composicionalidad y el
principio de proyección, pero, igualmente, el texto debe estar
dotado de sentido, es decir, debe ser integrable en una marco global
de comprensión determinado por aquellos elementos extralingüísticos
que colaboran a la construcción del contexto.
Si
nos fijamos en lo hasta aquí afirmado, es en la construcción del
sentido donde las dos concepciones de aceptabilidad manejadas parecen
confluir. Veremos más adelante, al hablar del discurso, la razón
subyacente a esta confluencia.
Informatividad
Todo texto, en la medida
en que conforma una acto comunicativo, participará de este principio
al transmitir algún tipo de información.
Intertextualidad
Evidentemente todo texto
entra en contacto con otros muchos textos. Son estas relaciones las
que permiten establecer un principio clasificador de los textos que
al compartir determinadas estructuras generan diferentes tipologías
textuales.
Cohesión
La cohesión se entiende
como la relación entre los elementos del texto a nivel superficial.
Se ocupa de regular las relaciones que se establecen entre los
elementos del texto que se dan en la superficie, esto es, el plano de
la expresión. Consideramos que para estudiar la cohesión debemos
centrarnos en las unidades endofóricas, que son aquellas con
significado gramatical y referente cotextual en el propio texto.
Coherencia
Alude
la coherencia a la continuidad de sentido a nivel profundo, es la
conectividad del contenido subyacente, es decir, conceptos de
diferentes partes del texto que se relacionan significativamente
entre sí. Estas relaciones dependerán del conocimiento del mundo.
Igualmente podemos decir
que la coherencia regula las relaciones de los elementos textuales
del plano del contenido. Se centra en el estudio de unidades
exofóricas, con referente extralingüístico.
Cada una de estas normas
se ocupa de cuestiones que, en diferente medida, guardan relación
con el proceso comunicativo en el cual se ve inmerso un texto. No
obstante, es posible distinguir:
- Aquellas normas que se ocupan de estudiar el modo en el que los hablantes producen o interpretan los textos, o mejor aún, qué elementos de carácter extralingüístico intervienen en la producción y procesamientos de textos. Son las cinco primeras de las analizadas anteriormente: intencionalidad, aceptabilidad, situacionalidad, informatividad e intertextualidad. Formarán parte de lo que conocemos como pragmática o, según otras perspectivas, de lo que se viene denominando lengua en uso.
- El otro grupo de normas se ocupará de la dimensión meramente lingüística del texto. Hablaremos aquí de la cohesión y la coherencia.
Llegados
a este punto es cuando es posible establecer de manera clara la
diferencia entre texto y discurso. Veamos esto de manera más
detallada.
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