Poco
a poco el teatro se irá convirtiendo en un espectáculo de carácter
popular que aportará considerables beneficios económicos a aquellos
profesionales que participaban del mismo.
No
obstante, ya hemos visto que la mayor parte de estos beneficios
recaían en las instituciones de carácter benéfico que se
encargaban de la explotación del corral de comedias. Otro porcentaje
le correspondería al autor de comedias, el director de la compañía
teatral que se encargaba de la representación. Tipos de compañías
había muchas y todas ellas con sus particularidades. Así,
contaríamos desde el modesto bululú, formado por un único miembro;
o la gangarilla, con dos o tres actores y un muchacho que solía
representar los papeles femeninos, hasta las compañías reales, las
únicas que con un amplio elenco y un considerable repertorio
contaban con la autorización para representar en las ciudades.
Por
su parte, el creador de la obra teatral no recibía generalmente
parte de los beneficios resultantes de la explotación de la obra. Lo
más habitual era que el poeta vendiera su obra a un autor de
comedias por un precio dado. Una vez en posesión de la compañía el
autor podía disponer del texto teatral a su mejor parecer, cambiando
o eliminando partes del mismo según sus propias necesidades. Solo
con la llegada de Lope de Vega se modificaría en parte este sistema
de producción. El autor madrileño sería el primero en publicar sus
obras eliminando de este modo intermediarios en la difusión de sus
textos.
Otros
y curiosos oficios surgirían a la sombra de este espectáculo. Así,
además del alguacil de comedias, encargado de mantener el orden en
el corral, contaríamos con un apretador, cuya función era empujar a
los espectadores que se agolpaban a las puertas del corral, o el
interesantísimo memorión, un personaje capaz de memorizar por
completo el texto de una obra acudiendo a su representación
únicamente en un par de ocasiones.
En
cuanto a la organización de la propia representación, esta
responderá a un esquema fijo tras las aportaciones realizadas por
Lope de Vega. La obra solía dar comienzo a las dos de la tarde en
invierno y a las tres en verano para poder aprovechar al máximo las
horas de luz. La representación comenzaba con una Loa, donde un
personaje de la obra realizaba un pequeño discurso que pretendía
captar la atención del público al tiempo que buscaba ganarse su
favor ensalzando algún aspecto concreto de la localidad. A
continuación daba comienzo el primer acto de la comedia que, al
finalizar, daba paso a un entremés o cualquier otra obrilla de
carácter breve como una danza. Este tipo de representación breve se
repetía tras el segundo acto y una vez concluido el tercero daba
comienzo el llamado fin de fiesta, acto en el cual todos los miembros
del elenco realizaban un baile en el escenario.
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