Desde
mediados del siglo XVI se convertirán en espacios fijos destinados a
la representación teatral. Su explotación correría a cargo de
instituciones piadosos o los llamados hospitales benéficos,
resultando muy difícil que esa explotación recayera en manos de un
particular.
Se
ha insistido a menudo de como la distribución del corral de comedias
reflejaba la estratificación social de la época. Este reflejo, que
efectivamente se producía tanto sobre las tablas como en el propio
espacio físico del corral, suponía que cada clase social debía
ocupar un lugar concreto dentro del corral.
Lo
primero que se encontraba un espectador del siglo XVI y XVII nada más
entrar en un corral de comedias era el escenario. Al fondo, en la
pared que quedaba frente por frente de la entrada, sobre un escenario
levantado con tablas, se realizaba la representación. La pared que
quedaba tras este escenario era aprovechada para colgar en un
principio elementales decorados. De igual modo, las ventanas o
balcones del edificio eran aprovechados como útiles elementos
esceneográficos. El escenario solía contar con un par de cortinas, una
en cada lateral, que facilitaban la entrada o la salida de los
personajes a la escena.
Inmediato
al escenario, de cara a él, se situaban una serie de bancos
reservados para la burguesía. Por su parte, los miembros más
influyentes de la sociedad ocupaban los balcones o ventanas
laterales.
Tras
los bancos de la burguesía quedaba un espacio libre donde, de pie,
se instalaban los mosqueteros, los representantes masculinos del
pueblo llano. Sobre ellos, encima de la puerta, en un espacio acotado
denominado cazuela, se instalaban las mujeres de su misma estración
social.
Finalmente,
las buhardillas de las casas de vecinos eran reservadas a los poetas
y autores teatrales que, en amigable tertulia, solían comentar la
obra que se representaba.
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