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jueves, 17 de enero de 2013

Generación del 27


Concepto y nómina de la Generación del 27


Con el término Generación del 27 hacemos referencia a un grupo de escritores de extraordinaria calidad que crean sus obras más significativas entre 1920 y 1939. Estos autores supieron dar una solución felicísima a las ansias de renovación estética que se dejarían sentir en toda Europa durante la década de los años veinte del pasado siglo.
Pasada la guerra europea un renovado optimismo, fruto en parte de la bonanza económica, inundará Europa. En lo literario, el Modernismo se encontraba definitivamente superado y su lugar será ocupado por una literatura de "evasión" que se caracterizará por una poética despreocupada y alegre. 
Este periodo durará, aproximadamente, hasta 1930, cuando la crisis económica provocada por el "crack" de la bolsa neoyorkina en 1929 finiquita el mencionado optimismo. La literatura se volverá entonces más humana, perdiendo extremosidad y explorando nuevos caminos.
No obstante, el término de Generación del 27 no deja de ser polémico. Diferentes autores han propuesto diferentes etiquetas para designar a este grupo de escritores. Membretes que van desde el poco afortunado de Generación de la dictadura hasta el bucólico Generación de la amistad.
Un sector de la crítica, en el cual podemos incluir a Vicente Gaos (estudio preliminar a Antología del grupo poético de 1927), niega la existencia, al menos desde una perspectiva puramente historiográfica, de esta Generación. Desde su punto de vista este grupo no cumple estrictamente el primero de los presupuestos establecidos por Julius Petersen (Generaciones literarias) para las generaciones literarias: coincidencia cronológica.
Efectivamente, tal y como apunta Gaos, una nómina amplia y exhaustiva del grupo excede los diez años propuestos por Petersen como límites cronológicos entre el nacimiento del miembro más veterano y el del más joven de una generación. Pedro Salinas nace en 1891 y catorce años después nacerá Manuel Altolaguirre. A esto añade Gaos la ausencia de una personalidad poderosa dentro del grupo que ejerza el papel de jefe espiritual, aunque no puede negar la labor directriz ejercida por autores como Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna o José Ortega y Gasset. Tampoco dice nada Gaos de los otros seis puntos establecidos por Petersen en el mencionado estudio (al cual prudentemente no hace mención) y que sí parecen ajustarse al caso que nos ocupa. 
Revista Verso y Prosa
El segundo punto propuesto por Petersen nos habla de la necesidad de que todos los miembros cuenten con una formación semejante. En el caso de los miembros de la Generación del 27, la mayoría de ellos cuentan con formación universitaria y algunos se dedicaron de manera profesional a la enseñanza de la literatura. También parece cumplirse el tercero de los puntos, ya que efectivamente existió una relación personal entre los miembros del grupo, la cual en algunos casos fue estrecha y provocó una profunda y duradera amistad. De igual modo, los poetas del 27 participaron en actos colectivos de manera conjunta. Ya resulta tradicional citar los actos celebrados en Madrid y Sevilla en 1927 para conmemorar el tercer centenario de la muerte de Góngora, pero en modo alguno este será el único. Además de compartir las páginas de las revistas literarias de la época, los poetas de esta generación compartieron recitales y conferencias a lo largo de estos años.
En lo que se refiere a la existencia de un acontecimiento generacional compartido, la crítica suele centrarse en los actos celebrados en conmemoración del tricentenario de la muerte de Góngora que acabamos de citar. Calibrar la importancia de los mismos, los cuales por otro lado dan apellido a la Generación, resulta complejo. La celebración de estos actos, entre lo académico y lo bufo, sirvieron para evidenciar la comunión entre los poetas del grupo nuclear de la Generación y el poeta barroco, comunión esta sustentada sobre la común búsqueda de un lenguaje estrictamente poético. Por lo tanto, estos actos son más el reflejo de una actitud estética, en parte compartida, que un acontecimiento generacional tal y como lo entiende Petersen y, si es cierto que el membrete triunfó y los actos en cuestión cobraron la importancia que se les atribuye, esto se debe a la madurez poética que por estas fechas había alcanzado el grupo y no por los actos en sí. 
Pedro Garfias
En cuanto a la existencia de un lenguaje generacional, debemos admitir que los miembros de la Generación participaron de diferentes tendencias poéticas. No obstante, en todos ellos latía un ansia de innovación y originalidad que, contra lo que cabria esperar, no resultaba incompatible con el respeto a los poetas más cercanos en el tiempo (Unamuno, Antonio y Manuel Machado) y hacia aquellos otros que conforman la tradición literaria clásica y popular (Béquer, Lope de Vega, Góngora, Manrique, el Romancero...).
Esta simbiosis entre innovación y tradición, imposibilita que se cumpla el último de los puntos establecidos por Petersen. En modo alguno los miembros del 27 rechazan a la generación anterior y si, en algún momento, se produjeron puntuales confrontaciones, estas no excedieron los límites de la impostura vanguardista tan en boga por estas fechas.
José María Hinojosa
Como podemos apreciar, cinco de los puntos propuestos por Petersen se cumplen en este caso con absoluto rigor. Uno de los restantes, el referido al acontecimiento generacional común, se cumple en parte y otro, el que se ocupa de la edad de sus miembros, se cumple si la nómina de la Generación se reduce al que podemos denominar su "sector duro" (Salinas, Aleixandre, Diego, Guillén, Lorca, Cernuda y Alberti). No obstante, opinamos, con Pedraza y Rodríguez Cáceres (Las épocas de la literatura española) que reduciendo de este modo la nómina de los escritores que forman la Generación solo contribuimos a perpetuar una injusticia en la que desde hace tiempo viene incurriendo la crítica. No es posible silenciar sin sonrojo la poderosa voz poética de autores como Altolaguirre o José María Hinojosa, y mucho menos la de aquellos autores que como Pedro Garfias o Emilio Prados formarían parte de esta generación tanto por derecho de nacimiento como por calidad poética. Considerar que los poetas del 27 forman un mero grupo y no una generación implica obviar, como apunta Juan Manuel Rozas (El 27 como generación), a toda una serie de corrientes poéticas regionales (24) que contribuyeron a enriquecer de manera portentosa el panorama cultural hispano de estos años. De esto no debemos deducir que no existiese realmente un grupo central formado, en opinión de Rozas, por Salinas, Diego, Alonso, Guillén, Lorca y Alberti. Este grupo nuclear, al que más tarde cabría añadir a Aleixandre y a Cernuda, establecería relaciones con los grupos regionales anteriormente mencionados y, todos ellos, conformarían la Generación del 27.
Consecuentemente, establecer de manera exhaustiva la nómina de esta Generación resultar una tarea ímproba puesto que hacerlo implicaría recoger más de un centenar de nombres y estar al tanto de su obra y milagros. La prudencia y la operatividad pedagógica aconsejan reducir un tanto esta tarea, procurando seleccionar de entre el grupo de autores que por rigor cabría incluir aquí, aquellos que por sus alta calidad poética merecen descollar del conjunto. De este modo, y siguiendo a Pedraza y Rodríguez (op.cit.), los  autores más destacados de esta generación, al menos en su vertiente poética, serían: Pedro Salinas (1891-1951), Jorge Guillén (1893-1984), Adriano del Valle (1895-1957), Rafael Laffón (1895-1978), Juan Larrea (1895-1980), Gerardo Diego (1896-1987), Federico García Lorca (1898-1936), Juan José Domenchina (1898-1959), Vicente Aleixandre (1898-1984), Emilio Prados (1899-1962), Guillermo de Torre (1900-1971), Pedro Garfias (1901-1967), Luis Cernuda (1902-1963), Rafael Alberti (1902-1999), Juan Rejano (1903-1976), José María Hinojosa (1904-1936) y Manuel Altolaguirre (1905-1959).
Un caso especial es el representado por Dámaso Alonso (1898-1990), activo colaborar del grupo nuclear de la Generación e inventor crítico del término "Generación del 27". Alonso no publicará su primera obra, Hijos de la ira, hasta 1944, cuando la Generación, si no había desaparecido, estaba en proceso de desaparición.

Guías y maestros

Como hemos señalado, la crítica parece coincidir al señalar los guías o maestros de esta Generación. Los tres nombres que presentamos a continuación, no obstante, no serán las únicas influencias que recibirán estos poetas. Se ha visto ya que estos autores no rompen con la literatura anterior, ni la cercana ni la lejana, y sería posible incluir en este epígrafe a otros escritores que de un modo u otro determinaron el quehacer poético de los miembros de la Generación del 27. Sin embargo, como en otros muchos casos, la necesidad de síntesis nos obliga a seleccionar a aquellas voces que de forma más poderosa  llegaron a influir en la trayectoria literaria del conjunto. Sirva esta breve aclaración para mostrar la complejidad del bosque, aunque nos demoremos un tanto en la contemplación de los árboles más vigorosos del mismo.

Ramón Gómez de la Serna

De la Serna ejercerá como guía de la Generación de tres maneras complementarias. Por un lado, su labor como difusor de las nuevas literaturas de Vanguardia acercará a los jóvenes autores a las corrientes literarias que por entonces triunfaban en Europa. Esta tarea la llevará a cabo básicamente desde las páginas de la revista Prometeo, publicación que también serviría para dar difusión a algunos de los escritos más tempranos de la Generación. Finalmente, Ramón Gómez de la Serna les proporcionaría a los autores de esta Generación su propio modelo creativo.

Juan Ramón Jiménez

El poeta de Moguer ejercería activamente la función de promotor de la nueva literatura. Además se trataba de una figura literaria de primer orden muy respetada. Su concepción de la poesía, especialmente de la poesía pura, influirá decididamente en algunos de los miembros de esta generación. De igual modo, se encargaría de difundir las obras de los jóvenes poetas en las revistas literarias en las cuales participa y en aquellas otras que dirige.

José Ortega y Gasset

Existirá una coincidencia ideológica entra la nueva estética y la concepción del arte de Ortega y Gasset. Esta comunión se evidenciará en La deshumanización del arte (25), obra de filosofía de la cultura que si bien solo pretendía analizar las características del nuevo arte, deja entrever la simpatía que el filosofo sentía por el mismo. De igual modo, este texto ejercería una poderosa influencia en la literatura de los poetas de la Generación del 27.
También resultará decisiva la labor de difusión de la nueva literatura llevada a cabo por Ortega y Gasset desde la dirección de la Revista de occidente.

Evolución estética

Entre 1918 y 1936 son múltiples las tendencias estéticas que se suceden, y en ocasiones se solapan, en el panorama literario hispano. Como resultado de esta situación, los autores que estudiamos no se anclarán a una única corriente y en varios de los representantes más destacados de la Generación aflorarán con intensidad varias de ellas.
Otra característica común a toda la Generación es que esta procurará sintetizar los movimientos de Vanguardia con  la tradición literaria. Entre los modelos del pasado más inmediato estarán, como hemos visto, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna, Ruben Darío o los hermanos Machado. Admirarán también a Bécquer y, por supuesto, a Góngora, Quevedo, Lope y Manrique. También sabrán ahondar en la poderosísima vena de la lírica popular, siguiendo la senda abierta por Antonio Machado Álvarez, padre de los Machado.
De fuera de nuestras fronteras también será evidente la influencia de autores como Mallarmé, Rimbaud, Walt Whitman, Valéry, Barrès, Proust, Marinetti, Apollinaire, Tzara, Breton o Aragon.

Vanguardias hispanas

A partir de de los años veinte se dejará sentir en España el influjo del Ultraismo. Aunque este movimiento  vivió básicamente en revistas, dará también origen a todo una serie de libros de gran calidad, entre los cuales es necesario citar Imagen (1922) y Manual de espumas (1924) de Gerardo Diego y El ala del Sur (1926) de Pedro Garfias.
El Ultraismo se volverá más denso al entrar en contacto con el Creacionismo de Vicente Huidobro. Entre las creaciones más destacadas de esta corriente podemos referir Biografía incompleta (ed. tardía 1952), Gerardo Diego, o la revista creada por Cesar Vallejo y Juan Larrea Favorables París Poema.
En ciertas ocasiones, esta literatura de Vanguardia se contagiará de la poesía tradicional y neobarroca, tal y como ocurre en Signo + de Rafael Laffón. En otros casos el lenguaje vanguardista se convierte en la plataforma sobre la cual los poetas irán construyendo su genuina voz poética: Segura azar (1929) y Fábula y signo (1931) de Pedro Salinas.

Poesía de inspiración clásica

La poesía de los Siglos de Oro se convertirá en el germen de una nueva corriente estética que encontrará en la misma su fuente principal de inspiración. Al surgimiento de esta poesía contribuirá tanto la celebración del tricentenario de la muerte de Luis de Góngora, como los presupuestos estéticos recogidos por Ortega y Gasset en La deshumanización del arte, los cuales establecían evidentes puntos de conexión entre el nuevo arte y el poeta cordobés (26), como, por ejemplo, la preocupación por el dominio formal del lenguaje y el uso intenso de metáforas.
Surge de este modo una poesía en la que dominan los metros tradicionales (sonetos, décimas, romances) pero que no duda en tomar los motivos y las técnicas de la Vanguardia. En ciertas obras predomina un buscado virtuosismo como en Cal y canto (1929) de Rafael Alberti o una intención humorística como en Fábula de Equis y Zeda (1935) de Gerardo Diego. En otros autores, como Federico García Lorca, Sonetos del amor oscuro (1927-1928), el influjo gongorino les servirá para dar expresión a una soterrada pasión.
Pero Góngora no será el único autor que influirá en la poesía de los autores del 27. Garcilaso de la Vega influirá decisivamente en Égloga, elegía, oda (1927-1928) de Luis Cernuda y crucial será para Gerardo Diego la voz poética de Lope de Vega en Versos humanos (1925), Alondra de verdad (1941) y Ángeles de Compostela (1941).

Poesía pura

Domenchina
La poesía pura pretendía eliminar del discurso poético las anécdotas, las exposiciones programáticas, los juegos conceptuales, la intención moralizante..., es decir, todo aquello que no fuera poesía. Se trata de crear un poesía esencial, autónoma y absoluta que se diferencia de el "arte por el arte", según Antonio Blanch (La poesía pura española) en que otorga menos importancia a la belleza sensible y se interesa más por el lenguaje y sus virtualidades, sometiendo a la palabra a sucesivas purificaciones hasta expresar la esencia de la realidad. Experimenta, por lo tanto, una tendencia a la sobriedad, resaltando la importancia de la palabra en cuanto medio de expresión de esa esencialidad objetiva, otorgándole un lugar destacado, muchas veces aislada en el propio verso.
Dentro de los precursores hispanos de este tipo de poesía podemos incluir a Bécquer y a los hermanos Machado. En estos autores es posible reconocer intentos de depuración lírica, aunque será la poesía pura la que se encargará de eliminar del poema cualquier resabio sentimental sustituyéndolo por un componente netamente intelectual.
En España, Juan Ramón Jiménez inaugurará esta corriente en 1917 con Diario de un poeta recién casado, camino que continuará en Eternidades, Piedra y cielo (1918) y Poesía y Belleza (1923).
Entre los miembros de la Generación del 27 encontraremos epígonos de Juan Ramón como Feliciano Rolán, De mar a mar (1934), o autores de gran calidad como Juan José Domenchina, Dédalo (1932) o Jorge Guillén, Cántico (1928). Respecto a este último, su concepción de la poesía pura será mucho menos rigurosa. Para Guillén su obra será "una poesía compuesta, compleja, por el poema con poesía y otras cosas humanas. En suma, una poesía bastante pura ma non troppo" (Poesía española contemporánea).

Neopopularismo

Desde el último tercio del siglo XIX se venía constatando un progresivo interés por la literatura popular española. Importantísima en este sentido sería la labor del folclorista Antonio Machado Álvarez, padre de Manuel y Antonio Machado, pero sin duda el impulso definitivo a este tipo de estudios vendría de la mano de los filólogos Ramón Menéndez Pidal, Dámaso Alonso y del rinconcillista José Fernández Montesinos.
Esta novedosa fascinación crítica vino a coincidir felicísimamente con la aparición de dos poetas dotados con una extraordinaria facilidad para el empleo de los ritmos y recursos populares, estamos hablando de Federico García Lorca y de Rafael Alberti.
En Alberti lo popular se mostrará de manera pura, exento de toda anécdota y cargado de imágenes sorprendentes cercanas a lo onírico. Las obras más destacadas de este periodo serán Marinero en tierra (1924), La amante (1925) y El alba del alhelí (1927).
Lorca, por su parte, cargará lo popular con un halo trágico de pasiones y premoniciones en Canciones (1927), Poemas del cante jondo (1921) y Romancero gitano (1928); libro este último en el cual lo narrativo cede terreno ante las imágenes de tendencia surrealista que buscan encarnar las pasiones y las preocupaciones más íntimas del poeta (una sexualidad agónica y reprimida así como la muerte).

Entre la poesía pura y el neorromanticismo

Encontramos entre las producciones poéticas de esta generación un conjunto de composiciones que aspiran a expresar las vivencias más intensas de sus creadores. Para ello emplearán una expresión esencial, depurada y, en no pocas ocasiones, marcadamente intelectual. Estos poemas se acercan a las pasiones sin excesivos aspavientos, optando por la visión concreta de los mismos pero sin renunciar a la trascendencia.
Es una poesía que se muestra conceptual y formalmente heredera de la poesía pura. Sin embargo, su tratamiento de la subjetividad, tan propio del Romanticismo, hace que se distancie de sus presupuestos teóricos básicos.
Entre los textos más representativos de este tipo de poesía podemos citar Cuerpo perseguido (1927-1928), Emilio Prados; Donde habite el olvido (1932-1933), Luis Cernuda; La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), Pedro Salinas.

Surrealismo

Pocos son los autores de la Generación del 27 que pueden ser considerados como plenamente surrealistas. A caso merezca esta denominación el José María Hinojosa de La flor de California (1928) o el Juan Larrea de Versión celeste (ed. tardía 1969). El resto de autores que se acercaron al surrealismo lo hicieron con una intención instrumental.
La inmensa mayoría de los autores del 27 que utilizaron técnicas surrealistas las usaron como herramientas que les posibilitaban hacer aflorar en el poema su intimidad. En estas obras desaparecerá, al menos hasta cierto punto, el componente irracional que caracteriza al movimiento. Es posible descubrir en las creaciones de estos poetas una voluntad creativa que da orden y, lo que es más importante, intención al conjunto.
Rafael Alberti en Sobre los ángeles (1929) empleará las técnicas surrealistas para dar salida a su rebeldía y a la desorientación vital que experimenta. En Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929) empleará un tono humorístico y absurdo.
Federico García Lorca escribirá en 1929 uno de los libros de mayor altura de la poética surrealista. En Poeta en Nueva York (ed. postuma 1940) Lorca plantea una reflexión crítica sobre la realidad social de su tiempo poniendo el acento sobre el poder destructivo del mundo industrializado. En su caso, el Surrealismo le permite mostrar la amenaza colectiva y personal que presiente en la sociedad moderna.
Por último, las técnicas surrealistas y el neorromanticismo se unirán en ciertos autores para cantar al amor: Espadas como labios (1932), La destrucción o el amor (1935) ambos de Vicente Aleixandre; Los placeres prohibidos (1931) de Luis Cernuda.

Poesía comprometida

Las dificultades económicas y políticas por las que pasa Europa y España en la década de los treinta del pasado siglo hace que surja una poesía comprometida con ciertas ideologías políticas. El caso más destacado es el de Rafael Alberti que entre 1931 y 1935 dará forma al poemario El poeta en la calle.
El estallido de la guerra civil en 1936 supuso la radicalización de esta tendencia. Se crea durante la guerra una poesía de urgencia y circunstancia con más valor publicitario que poético.

Etapas de la Generación del 27

De manera general podemos considerar que la Generación del 27 pasa por tres etapas:

  • 1921-1928. Durante esta etapa se publican los primeros libros de sus miembros. Se caracterizará por la riqueza y multiplicidad de tendencias.
  • 1929-1939. Los autores de la Generación pasan por sus respectivas crisis vitales que coincidirán en el tiempo con la crisis que está viviendo Europa y España. El Surrealismo influirá decisivamente y la poesía se vuelve impura, contaminándose de todo lo humano. 
  • Después de 1939. La guerra provoca la dispersión de la Generación. Algunos de sus miembros mueren, otros se ven abocados al exilio y otros permanecen en España. Esto supondrá la extinción de la Generación en cuanto fenómeno literario. Desde este momento los supervivientes emprenderán sus propios caminos.
Algunos ejercicios sobre la Generación del 27


Algunos audios sobre la Generación del 27







Un esquema:


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