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domingo, 2 de diciembre de 2012

Característica del Modernismo literario


Apuntes extraídos, principalmente, del libro de Enrique Rull Fernández, El Modernismo y la Generación del 98.

Resulta complejo establecer de manera esquemática las principales características del movimiento Modernista. El carácter sincrético y profundamente individualista, además de las múltiples tendencias que cabría incluir en su seno, hace de esta labor una tarea ímproba y, dadas mis escasas fuerzas, necesariamente incompleta. No obstante, no es posible, a fuer de ser precisos, solucionar la cuestión registrando aquí cuatro o cinco de las características con las que habitualmente los manuales escolares suelen zanjar la cuestión. Por norma general, se habla en estos textos de evasión, exotismo, cosmopolitismo, renovación del lenguaje poético y poco más. Entiendo las bondades pedagógicas de este modo de actuar, e incluso yo mismo he estado tentado, en aras de la bendita claridad expositiva, a actuar de este modo. Sin embargo, hacerlo implicaría admitir tácitamente una división entre Modernismo y Generación del 98 que en textos precedentes no he admitido nominalmente. Si hemos de suponer, como hasta el momento he venido haciendo, que el llamado noventayochismo es una tendencia más dentro de la corriente literaria denominada Modernismo, no es posible identificar las características generales de esta corriente con aquellas otras que pertenecen a uno de sus movimientos y que, además, se circunscriben a un género literario concreto.
Es importante, por lo tanto, recordar, como afirma Federico Onís, que el Modernismo es la respuesta artística a la crisis finisecular que desde 1883 venía afectando a todos los órdenes de la vida. En su seno existirán múltiples tendencias y, si nos centramos en lo literario, participarán de todos los géneros. Partiendo de este presupuesto intentemos clarificar un tanto la cuestión.

Afán de renovación

La tan traída y llevada crisis de fin de siglo supondrá la caducidad de los valores sociales imperantes. Ante este estado de cosas los autores modernistas no pueden aceptar la literatura que se vanagloriaba de representar, precisamente, a esa sociedad. Se hace, pues, inevitable explorar nuevos caminos expresivos que sean capaces de dar rienda suelta a la nueva actitud vital. 
Este afán por la innovación será mucho más evidente, aunque no de manera exclusiva, en la poesía. En lo formal, se llevará a cabo una profunda renovación tanto del lenguaje poético como de la versificación. 
Se utilizarán versos que hasta la fecha habían quedado en desuso o simplemente no se habían utilizado antes. Tal es el caso del endecasílabo dactílico, con acento en la primera, cuarta y séptima sílaba; o el hexámetro compuesto por cinco dactílicos y un troqueo, que trata de remedar la versificación latina. En la rima comienzan a utilizarse moldes atípicos, como los versos monorrimos, y se introducen medidas poco habituales como los versos de diez, doce o quince sílabas. El gusto por la innovación alcanzará incluso a los moldes estróficos más consagrados, como el soneto, que autores como Unamuno, Machado o Darío intentarán renovar utilizando versos de doce, catorce o diez y seis sílabas. 
También supondrá una innovación el empleo de nuevos recursos y técnicas expresivas. El impresionismo influirá tanto en la prosa como en el verso y en autores tan dispares como Baroja y Rubén Darío. Serán de este modo habituales las sinestesias o la utilización de las descripciones impresionistas en la prosa.
Común a la prosa, a la poesía e incluso al teatro es el gusto por introducir en los textos modernistas nuevos vocablos. La literatura debía convertirse en un artefacto único y sorprendente y un medio de lograrlo era permitir la entrada a múltiples extranjerismos, un sinnúmero de cultismos y no pocos arcaísmos. Consecuentemente el texto se oscurece, y lo hace hasta tal punto que de un verso de Darío, concretamente del que dice: "que púberes canéforas te ofrenden el acanto" (Responso a Verlaine), un insigne poeta dijo no alcanzar a entender más que el "que".

Estéticismo de tendencia mística

Consiste en una concepción ideológica, propia básicamente de la poesía, que pretende expresar un sentimiento religioso trascendente. Lo encontramos en el primer Darío, caracterizado por un buscado hermetismo, y, liberado de todo afán culturalista, en las composiciones subjetivistas de Juan Ramón Jiménez. Se trata, en esencia, del mismo concepto que articula la honda preocupación por el más allá que es posible detectar en Antonio Machado o Miguel de Unamuno
Esta idea tendrá su origen en el culto artístico-místico del primer Modernismo que obligaba al poeta a trabajar artísticamente el lenguaje, lo cual, unido al rechazo que sienten por la religiosidad tradicional, conduce a los autores a un esteticismo trascendentalista que derivará, en algunos casos, en un amoralismo heredero del decadentismo y de algunas de las ideas nietzscheanas.
El resultado serán tres actitudes muy distintas dentro del Modernismo en lo que se refiere a su relación con lo religioso. La primera de ellas se muestra radicalmente amoral. En nuestras letras Valle-Inclán, quien elevará a religión la idea del arte artístico en La lámpara maravillosa, será un ejemplo acabado de esta postura. Frente a ella encontraríamos la actitud representada por Rubén Darío, quien se moverá entre el paganismo, resultado de la búsqueda de temas religioso-místicos no eclesiales en la Antigüedad Clásica, y el cristianismo. Por último, Unamuno, con su hetorodoxa religiosidad llena de dudas, se situará entre ambos extremos equilibrando el fiel de la balanza.

Huida temporal y espacial

Destaca en las composiciones modernistas cierto afán de huida. La realidad es sentida como insuficiente, incapaz de satisfacer las ansias vitalistas que experimentan los poetas. En el rutinario vivir de cada día los modernistas no pueden encontrar la respuesta adecuada a su nueva sensibilidad, haciéndose obligada la fuga hacia otros espacios y otros tiempos.
En lo temporal regresarán a la Edad Media, a la Antigüedad Clásica, al siglo XVIII, a la mítica América precolombina, a la Francia de los luises... Son tiempos perlados por un refinamiento nostálgico en los que es posible soñar, como dice Darío, con princesas, reyes y cosas imperiales.
En lo espacial la fuga de la realidad les llevará a lejanas tierras, preferiblemente Oriente, donde se reconstruirá todo un imaginario preñado de exotismo. Se incluyen en los poemas continuas referencias a los modelos estéticos de las lejanas China y Japón, tomados en muchos casos de Gautier y Loti. Guillermo Valencia, autor colombiano, escribirá Catay en plena época modernisma, un libro inspirado por entero en la poesía china.


Formas crepusculares del sentir

Sin duda, la crisis de valores que sufriría Europa y América a finales de siglo generó una tendencia neurasténica generalizada. No obstante, esta se mostró especialmente virulenta entre los autores modernistas, afectando igualmente a poetas como Rubén Darío o prosistas como Azorín o Baroja. Es cierto que en algunos de ellos esta angustia estaba teñida por el decadentismo finisecular, mientras que en otros predominaba cierta angustia de carácter metafísico. Sin embargo, en todos ellos es posible detectar la angustia de la vida sensible, que tan magistralmente explicaría Azorín:
Ha habido en el fondo de la generación del 98 un légamo de melancolía. En reacción contra la frivolidad ambiente, esos escritores eran tristes. Triste era el Greco y triste era Larra, admirados por tal generación. Pero ¿por qué se había ido hacia esos artistas? ¿Por que, fundamentalmente, se era triste? De la tristeza y no de la alegría salen las grandes cosas del arte. No se diga, como se suele, que la tristeza provenía de la consideración del desastre colonial. Nos entristecía el desastre. Pero no era, no, la causa política, sino psicológica. Emanaba, a no dudar, del replegamiento a que obligaba el cansancio, ya naciente, de una sociedad -la sociedad de la Restauración- que llegaba a su final, acaso -los hechos lo han confirmado- trágico final.
Bien mirado, la reflexión azoriniana le cae tan bien a los Nocturnos de Darío como a la melancólica y fugaz mirada al mundo que Azorín plantea en obras como La Voluntad o a la neurastenia que derrocha El árbol de la ciencia de Baroja.
Como resultado de esta actitud surgirán un gran número de temas que resultarán comunes a todos los escritores modernistas. El tiempo, la soledad, el sueño y la sensualidad estarán presentes por igual en poemas, ensayos y novelas.



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