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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Evolución del teatro en la generación de fin de siglo



Apuntes extraídos del libro de Pedraza y Rodríguez Cáceres Las épocas de la literatura española.

Durante el periodo comprendido entre 1890 y 1915 el teatro gozará de una enorme vitalidad. El género chico, que había experimentado un importante auge durante la etapa anterior, mantendrá su vigencia y evolucionará a lo largo de estos años. Benavente transformará la alta comedia y nacerá un nuevo teatro en verso. Al mismo tiempo, se ensayarán las formas de un teatro simbolista.
La crítica establece una dicotomía entre el teatro popular, que triunfaba sobre las tablas, y un teatro culto, entre cuyos representantes más importantes podemos incluir a Unamuno, Azorín o Valle, que no contará con el favor del público y que, consecuentemente, se verá abocado a permanecer confinado en las páginas de los libros. Se trata de un teatro problemático, en el cual es posible descubrir las hondas preocupaciones políticas, sociológicas, filosóficas y estéticas que atormentan a sus creadores. Es esta condición la que lo aleja precisamente de esos escenarios a los que un público, mayoritariamente burgués, acudía a contemplar, complaciente, los ligeros conflictos propios de su mundo.
No debemos olvidar que el teatro es un negocio, dirigido por empresarios que esperan obtener beneficios con la explotación de los espectáculos que presentan en sus escenarios. El público objetivo de este tipo de espectáculo era el de la clase burguesa, a la cual no le interesaban los embrollos ideológicos y estéticos que autores, como los anteriormente mencionados, podían ofrecerles.

Benavente y sus epígonos

La comedia burguesa había llegado a un camino sin salida de la mano de José Echegaray. Sus obras de levita y de salón, levemente moralizantes, se habían cargado de una violencia artificiosa y grandilocuente. Benavente dota a estas obras de un tono mucho más ligero y conversacional, optando por la mesura. Se trata de un teatro elegante y pulcro, carente de excesos y situado en ambientes cotidianos. Un teatro que, como diría el propio autor, no pretende más que ilusionar y entretener.
Don Jacinto remozará el género desde sus primeras obras (El nido ajeno), no obstante, en un principio topará con la oposición de un público que consideraba a Benavente un autor demasiado crítico. Consciente de ello, Benavente supo adaptarse a las exigencias del respetable y rebajó el componente satírico de sus obras. En su lugar ofreció una visión tibiamente moralizante de las costumbres de la sociedad burguesa, criticando lo asumiblemente criticable, sin excesos, pero sin tampoco caer en una intolerable condescendencia arcádica.
De las obras de don Jacinto, podría decirse aquello de que son obras en las que "nunca pasa nada". El autor sustituye la acción por la narración, la alusión y el diálogo y sitúa los momentos álgidos fuera de la escena.
Su obra más importante, Los intereses creados, es una farsa en la cual se crítica la hegemonía de la riqueza sobre cualquier otro valor. Se trata de una obra escéptica e irónica sobre el juego de mezquindades que rige la vida social. En su elaboración se acerca al Modernismo al situar sobre las tablas los personajes de la commedia dell'arte.

Entre los seguidores del teatro iniciado por Benavente podemos incluir a Manuel Linares Rivas (La garra), quien practicó principalmente un teatro de tesis centrado en problemas jurídicos y morales, y a Gregorio Martínez Sierra, mucho más sentimental y sensiblero (Canción de cuna).
También a Benavente se le debe la renovación del drama rural. Con obras como la La Malquerida dotó a este tipo de teatro de una mayor finura psicológica y aliento poético. Otros autores del género, como Eduardo Marquina (La ermita, la fuente y el río) alcanzarán en sus obras momentos de extraordinario lirismo.

El teatro cómico

A finales de siglo una nueva generación de autores retomará la tradición del género chico (21) y del sainete (22). Carlos Arniches, los hermanos Álvarez Quintero o Antonio Paso renovarán el sainete de ambiente madrileño o andaluz.
Especialmente prolífica y exitosa será la carrera de los hermanos Quintero. Joaquín y Serafín estrenarán más de doscientas obras. Son piezas teatrales creadas sobre fórmulas fijas que daban lugar a mínimas variaciones y que contaban con el beneplácito del público. Son comedias ligeras, que pretenden reflejar de un modo amable la vida renunciando a cualquier conflicto. Llevan a las tablas una sociedad tópica y estereotipada, obviando los problemas sociales de fondo que por estos tiempos vivía España. Predominan los ambientes burgueses en los cuales las mayores dificultades que encontramos son de índole sentimental. Pese a ello, los hermanos Quintero hicieron gala de un gran dominio del diálogo y de la estructura teatral. Entre sus obras más destacadas podemos incluir El ojito derecho o Las de Caín.
Carlos Arniches será sin duda el autor más popular del género chico. En sus obras se presenta un triángulo amoroso en el cual un prototípico ejemplar de chulo se disputa una virtuosa mujer con un mozo humilde y bueno. Como resulta previsible, será este último el que se ganará los favores de la dama haciendo gala de sus virtudes morales. En Arniches encontramos la invención de un tipo de expresión castiza que luego el pueblo se ocupará de imitar. Entre las obras más significativas de esta etapa podemos destacar la El santo de la Isidra.
Cuando el género chico entró en decadencia, acosado por las nuevas diversiones populares como el cine o el music-hall, los autores del mismo se vieron obligados a dedicarse a la creación de comedias burguesas al estilo de Benavente, dedicarse al teatro musical o evolucionar. Arniches optará por esto último y creará la llamada tragedia grotesca, donde fundirá lo cómico y lo patético encaminándose hacia un expresionismo que no obviará las injusticias sociales o las ideas regeneracionistas, pero que tampoco desechará la gracia verbal aprendida en el sainete. Tal vez la obra más representativa del género sea La señorita de Trévelez, pero cabría incluir también Los caciques o Es mi nombre.
Dentro del teatro cómico podemos incluir también al astracán. Esta fórmula teatral fue inventada por Pedro Muñoz Seca y da lugar a composiciones descabelladas, cargadas de chistes, que solamente pretenden hacer reír. Pese a su escasa calidad da lugar a obras, como La venganza de don Mendo, que gozaron de enorme éxito.

Teatro musical

Se trata de obras ligeras que adaptan la opereta vienesa al ambiente español. Se suelen desarrollar en países exóticos o imaginarios, lo cual posibilita la utilización de una escenografía y un vestuario extremadamente suntuoso. Las obras del género suelen tener un aire irreal de cuento de hadas y los argumentos suelen ahondar en lo cómico o lo sentimental.
Resultado de un intento por crear un teatro lírico de calidad literaria y musical, son las obras La vida breve, con música de Manuel de Falla y libreto de Carlos Fernández Shaw y Las golondrinas, con música de José María Usandizaga y letra de Gregorio Martinez Sierra.

Teatro social

Siguiendo los pasos de Dicenta en su Juan José, se intentará en España un teatro de carácter social que, en la mayoría de los casos, no llegó a cuajar. Se trata de obras de tintes panfletarios y melodramáticos que sacrifican todo a la fallida exposición de una tesis casi siempre de talante regeneracionista. Los personajes se convierten en meros portavoces de la ideología del autor y las obras adolecen de tensión dramática y de verosimilitud. Entre los autores que podemos incluir en esta corriente destacan José López Pinillos (El Cristo moderno) y Federico Oliver (Los semidioses)

Teatro poético

Una serie de autores se inspirarán en el drama romántico o en la comedia española del Siglo de Oro para dar a las tablas un teatro estereotipado y efectista. Se emplea un verso sonoro y retórico y dominan los temas históricos, aunque no son pocos los dramas rurales y los que tratan asuntos contemporáneos.
Podemos incluir en este grupo tanto a Eduardo Marquina (Las hijas del Cid, En Flandes se ha puesto el sol) como a Francisco Villaespesa (El alcazar de las perlas).

Teatro simbolista

Como en el resto de los géneros, en el teatro también se sintió la necesidad de romper con los moldes estéticos heredados del Realismo. Se intentará así un teatro simbólico y poético, dotado de un aire decadentista en el cual lo morboso, la sexualidad anormal y el esteticismo se convertirán en notas dominantes. Practicaría este tipo de teatro tanto Valle (El yermo de las almas, El marqués de Bradomín) como el propio Benavente, siempre tan inquieto en todo lo que tuviera que ver con la escena (La noche del sábado).
Unamuno (Fedra, Soledad) crea un teatro de conciencia, desnudo y esquemático, carente de acción, muy en la línea de su nívola. Su pretensión era la de llevar al público un dramatismo esencial, alejado de la excesiva ornamentación escénica. Realmente, el teatro de Unamuno es un teatro de calidad literaria, pero carente de los requisitos técnicos necesarios como para que el texto funcionase sobre las tablas.
Azorín se acercará también al teatro, pero lo hará de manera tardía y nunca llegará a ser plenamente comprendido. En Lo invisible o Angelita intentará las nuevas técnicas teatrales que triunfan en otros países europeos, pero que en España no lograrán cuajar. Los temas básicos de su teatro son la felicidad, el tiempo y la muerte.

Teatro expresionista: el esperpento

Valle-Inclán evolucionará desde el teatro decadentista hasta un teatro de inspiración shakespeariana (Comedias bárbaras) situado en su Galicia natal. Los personajes de estas obras se mueven por un impulso destructivo, dominados por una lujuria siniestra y experimentan un enfermizo regodeo en lo macabro. Esta forma de hacer teatro se encuentra en las antípodas del teatro burgués, amanerado y sutil de Benavente. En las obras de Valle aflorará todo lo que de repulsivo existe, y esto, como era predecible, no le gustará al público que llenaba por entonces los teatros.
Pero el fracaso de público, mejor aún, la ausencia de empresarios que se atreviesen a ofrecer sus escenarios al dramaturgo gallego, no amilanó a don Ramón María. Muy al contrario. Valle profundizaría por la senda abierta dando lugar a un drama cada vez más crítico e hiriente. De nuevo en Galicia ambientará Divinas palabras, subtitulada "tragicomedia de aldea", ejemplo acabadísimo de deformación expresionista.
Junto a este teatro, Valle practicará en sus farsas (Farsa y licencia de la reina castiza) la deshumanización y descomposición de sus personajes hasta convertirlos en muñecos grotescos, más propios de un juego guiñolesco que de una obra teatral.
La unión del expresionismo de los dramas galaicos y de la caricatura de las farsas dará origen al esperpento. El dramaturgo, inspirándose en Goya y quizá en Quevedo, se sitúa por encima del dolor y de la risa, contemplando a sus personajes desde una altura desdeñosa. El texto esperpéntico se convierte en un espejo que devuelve una visión distorsionada de la realidad que le sirve al autor para criticar severamente la sociedad contemporánea. Entre las obras de esta tendencia podemos incluir Luces de bohemia, Martes de carnaval y Retablo de la lujuria, de la avaricia y de la muerte.

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