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martes, 11 de diciembre de 2012

Evolución de la novela en la generación de fin de siglo




Apuntes extraídos del libro de Pedraza y Rodríguez Cáceres Las épocas de la literatura española.

Epígonos de la novela realista-naturalista

Alejandro Sawa
La novela realista no presentará su acta de defunción ante el público lector en una fecha determinada. De hecho, aunque los presupuestos básicos de este tipo de textos hayan cambiado sustancialmente, sería atrevido considerar que el género ha muerto hoy en día. No obstante, en los últimos años del siglo XIX esta forma de novelar se encontraba agonizante. Debemos recordar que las nuevas generaciones de escritores, que no sólo eran poetas, sentían cierta repulsión por la literatura que se venía haciendo con anterioridad a su irrupción en el panorama artístico. La perpetuación de un modelo depauperado exigía la aceptación de algunas renovaciones. 
Una serie de autores continúan con cierto deleite la senda abierta por el Naturalismo. Escritores como Alejandro Sawa introdujeron en la novela temas eróticos que transcurrían en ambientes intencionalmente decadentes. Otros no sabrán superar un Realismo en declive y perpetuarán las formas y la ideología del mismo. Entre ellos cabe citar, tal vez para rescatarlos del ostracismo, a Ricardo León o a Concha Espina. Un tercer grupo, imbuido de los ideales regeneracionistas pero demasiado apegado al estilo realista, creará novelas en las que se ensayará una narrativa de testimonio y denuncia. Formarían parte de este grupo José López Pinillos y Ciro Bayo.
Mención a parte merece Vicente Blasco Ibáñez. Escritor de enorme éxito, partirá del folletín para recalar en la novela social (La bodega), la novela psicológica (Sangre y arena) y la novela de aventuras (El Papa del mar). Pero sin duda, donde destacará, y por lo que será recordado, será por sus novelas de ambiente valenciano.
En otro orden de cosas, Felipe Trigo será uno de los más acabados representantes de la novela erótica. En Jarrapellejos (1914) adoptará una actitud combativa en defensa de la libertad sexual. 

 Una nueva forma de novelar

Los autores más representativos de la generación finisecular alejarán decididamente la novela de los presupuestos decimonónicos del género. La novela ganará en lirismo al tiempo que se torna más subjetiva e impresionista. La preocupación por la representación mimética de la realidad irá decreciendo y los autores se concentrarán en explorar el mundo interior de los personajes.
Ganará fuerza la expresión de los sentimientos y el desarrollo coherente del argumento perderá protagonismo dejando espacio para la introducción de divagaciones intelectuales. El paisaje se convertirá en símbolo y el narrador irá cediendo progresivamente la voz a los personajes. 
La prosa se volverá mucho más ligera, reduciendo los periodos y predominando la yuxtaposición en detrimento de la coordinación y la subordinación.

La novela regeneracionista

En las novelas también entrarán las ideas regeneracionistas que de manera general se encontraban en el ambiente de la España finisecular. Predominarán en estos textos las disquisiciones y los excursos de carácter ideológico, lo que provoca la endeblez de la estructura. En estos escritos la línea que separa la novela del ensayo se vuelve difusa, tal y como ocurre con las obras de Ángel Ganivet (La conquista del reino Maya por el último conquistador español Pío Cid) o de Silverio Lanza (La rendición de Santiago).

La nívola unamuniana

La novela le proporciona a Miguel de Unamuno la libertad adecuada para plasmar sus reflexiones sobre la vida y la muerte. Consciente de la novedad de sus producciones, Unamuno, acuñará el término nivola para referirse a esta nueva manera de novelar que empezará a practicar en Amor y pedagogía (1902) y que encontraremos plenamente desarrollada ya en Niebla (1914).
Aunará filosofía y novela para crear un medio óptimo para indagar en la condición humana. La acción se concentra, se prescinde de la pintura del entorno y se anulan las referencias geográficas e incluso temporales. El texto se centrará en los conflictos existenciales de los personajes y el tiempo de su conciencia, el tiempo interno del vivir de los personajes, sustituirá al tiempo externo. El lector accede a este mundo interior plagado de conflictos personales gracias al monodiálogo. Será el protagonista, en su continuo diálogar consigo mismo, el que nos permitará acceder a su subjetividad cargada de lirismo.
En los últimos años de su existencia Unamuno llevaría a la novela sus particulares obsesiones religiosas. En San Manuel Bueno, martir (1931), Unamuno presentará la trágica contradicción entre la voluntad de creer y la imposibilidad de alcanzar la fe.

La novela impresionista

Pío Baroja romperá con los moldes del género al proponer una novela compuesta de cuadros sueltos que se aglutinan gracias a la presencia de un personaje protagonista. En sus obras se presentan fragmentos de vida en los cuales el autor ha seleccionado con técnica impresionista los detalles más relevantes.
Partirá Baroja de la observación de la realidad, pero resultarán más importantes las sensaciones y las reflexiones que esa percepción suscita. En no pocas ocasiones el novelista se vale de un alter ego para dar entrada en la narración a sus inquietudes, recuerdos o reflexiones. Tal es el caso del Andres Hurtado de El árbol de la ciencia (1911) o del Fernando Ossorio de Camino de perfección (1902).
Sus héroes son antisociales, ejemplificando de manera magnífica el desencanto del mundo o  el culto a la libertad. Baroja no los describirá atendiendo a su perfil psicológico. Preferirá mostrarlos en acción, deambulando de un lugar a otro, para que de este modo seamos capaces de descubrir su personalidad a través de sus actos.
El estilo de Baroja es directo y expresivo, primando la claridad por encima de cualquier artificio retórico.
Dentro de su producción es posible reconocer cierta variedad. Así encontraremos obras que representan a la perfección la novela regeneracionista como Camino de perfección o El árbol de la ciencia, pero también nos será dado descubrir obras de talante picaresco (La busca), decadentista (El mayorazgo de Labraz), aventurero (Zalacaín el aventurero) o político (Cesar o nada).
Junto a Baroja, Azorín será el otro gran representante de la novela impresionista. Para este autor resulta indispensable observar con atención la realidad, pero el propósito de esta mirada atenta no será, como en los realistas, la reconstrucción fidedigna de la misma, sino recoger sólo aquellos detalles que resulten sustancialmente significativos. El resultado será un relato de estructura fragmentaria y discontinua que por momentos da más la sensación de borrador que de obra acabada.
Las disgresiones y descripciones interrumpen constantemente la escasa acción de las novelas de Azorín. El diálogo adopta la forma de largos monólogos yuxtapuestos en los que el autor otorga a sus personajes patente de corso para exponer sus ideas. Entre estas ocuparán un lugar destacado aquellos temas que preocupan más hondamente a Azorín: la meditación sobre la existencia, la muerte, el paso del tiempo, la disolución de la voluntad, la descripción de los pueblos españoles...
Son textos cargados de un profundo lirismo, que participan de una prosa concisa pero al mismo tiempo cargada de recursos expresivos y rítmicos tan propios de toda la prosa impresionista.
El punto culminante de su novela lo alcanzará Azorín con la trilogía autobiográfica de su primera etapa (La voluntad, Antonio Azorín y Las confesiones de un pequeño filósofo). Más tarde se ocupará de algunos mitos literarios en Tomás Rueda y Don Juan para intentar, con la llegada de las Vanguardias, obras experimentales (El caballero inactual).

Del decadentismo al expresionismo

Partirá Valle-Inclán del decadentismo modernista para dejar muestra en sus Sonatas de una impecable prosa impresionista. Predomina el esteticismo y la sensualidad a la hora de describir los espacios por los que se maneja el marqués de Bradomín, y no es descartable la herencia parnasiana en el tratamiento de los ornamentos. También cabría incluir en esta estética plenamente modernista los cuentos agrupados en Féminas, Seis historias amorosas y El jardín umbrío.
La trilogía de La guerra carlista desempeñará un papel capital en la evolución del literato gallego. En estas novelas se mezclarán personajes reales y ficticios sobre un trasfondo histórico. Pero se ocupará Valle de la pequeña historia, de los acontecimientos nimios que se esconden tras la grandilocuente epopeya de la guerra civil. La necesidad de referir una guerra hace que el autor renuncie al refinamiento esteticista de las Sonatas. La prosa se vuelve bronca y en ocasiones desgarrada.
El esperpento en la novela culminará con Tirano Banderas, espeluznante retrato grotesco de una dictadura hispanoamericana. La crueldad del régimen dictatorial es puesto ante los ojos del lector con despiadada crueldad, utilizando con profusión las hipérboles macabras.
El proceso de evolución se dará por terminado con El ruedo ibérico. Se trata de un ambicioso proyecto que pretendía dar una visión grotesca y paródica de la España de Isabel II. En los tres libros que se llegaron a publicar de este ciclo (La corte de los milagros, Viva mi dueño y Baza de espadas) se presentan una serie de brevísimos cuadros. Son en su mayoría escenas ridículas que utilizan la técnica impresionista al servicio de la sátira corrosiva. 

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