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jueves, 29 de noviembre de 2012

Historia del Modernismo



Antecedentes


El Modernismo es un movimiento innovador que hunde sus raíces tanto en un conglomerado de influencias autóctonas como en el sincretismo estético que supusieron las diferencias tendencias artísticas imperantes en la segunda mitad del siglo XIX. En él se aúnan la veta clasicista tomada del Parnasianismo francés y una tendencia individualista y romántica proveniente, al menos en parte, de los simbolistas. No debemos ver en esto más que una aparente contradicción, pues en realidad el Modernismo logró llevar a cabo una saludable armonización de toda la herencia recibida. De la mano de los simbolistas llegará al Modernismo el uso de la técnica impresionista y el gusto por la música, arte de la sugerencia por encima de todas, aspecto este último magistral expresado por Verlaine en su Arte poética: "Sea la música antes que toda otra cosa".
José Asunción Silva
A estos influjos capitales cabría añadir otros muchos que forman parte de la tradición artística del siglo XIX. El Prerrafaelismo, el Carduccismo y el D`annunzismo contribuyeron igualmente a configurar los caracteres propios del modernismo hispánico. Todos ellos comparten la exaltación del arte, del esteticismo, de la pasión y del placer.
De la literatura hispana los modernistas asimilarán la tradición romántica y posromántica. De Zorrilla tomarán el gusto por la innovación métrica y de Bécquer y Rosalía de Castro su intuición presimbolista.
Pero sin duda es en Hispanoamérica donde nos es posible encontrar el germen premodernista. Una serie de autores anunciarán en sus creaciones el nuevo rumbo poético. Tal es el caso de Martí o González Prada, heraldos de todo un grupo de poetas plenamente modernistas como Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, José Asunción Silva y Ruben Darío, el poeta encargado de trasplantar el Modernismo a la Península.
Consecuentemente, no creo que exagere en modo alguno Henríquez Ureña al situar el origen del Modernismo en el continente Americano. No obstante, debemos estar atentos a la evolución que este movimiento experimentará en tierras españolas donde, forzosamente, hubo de sufrir el influjo del ambiente finisecular. Las ideas regeneracionistas imperantes tamizarán la corriente literaria llegada de allén de los mares.

Difusión y trayectoria

El Modernismo, en parte como consecuencia de su origen, seguirá dos trayectorias, si bien las conexiones entre ambas fueron continuas, lo que ha dado lugar a una mutua influencia.
En América el modernismo adoptará un rumbo predominante esteticista, aunque es cierto que esto no implica exclusivismo. Se trata de una poesía que de manera general puede ser calificada de brillante, cromática y sensual.
En España, por su parte, es posible diferenciar dos tendencias. Encontramos en la Península, como sucede en América, un Modernismo esteticista, conectado con el colorismo de alguno de sus precursores (Reina o Rueda), en cuyas filas cabría situar a un Villaespesa o a un Manuel Machado. En esta corriente del Modernismo español jugaría un papel destacado el influjo de Rubén Darío, sobre todo tras la publicación de Azul... en 1888. El otro rumbo español surgiría bajo las circunstancias históricas del 98. Éste tendería a la sobriedad y buscaría la esencia de lo español en las tierras castellanas optando por la sencillez expresiva.
Es preciso puntualizar que la fecha del 98 no solo tiene importancia a nivel peninsular, sino que su trascendencia en lo tocante al Modernismo alcanza, si cabe con mayor fuerza, a las tierras hispanoamericanas. Los acontecimientos acaecidos en 1898 supusieron en América la emancipación completa de la metrópoli y, al tiempo, dan comienzo al proceso de expansión norteamericana en la zona. Los poetas hispanoamericanos no dejaron de intuir el peligro derivado de este cambio, alzando su voz en defensa de su propia identidad.

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Villaespesa
No hay ninguna duda sobre la preeminencia del Modernismo americano sobre el europeo. Lo que en Hispanoamérica era un hecho consumado a finales del siglo XIX en España estaba tomando carta de naturaleza con la llegada de Darío en 1899. Antes del segundo viaje de Rubén, en nuestro país solo era posible detectar algunos de los recursos propios del Modernismo, habría que aguardar hasta 1900 para que el Modernismo español se encontrara plenamente desarrollado. Juan Ramón Jiménez será el autor más destacado, pero junto a él, e incluso precediéndole, encontramos a Salvador Rueda, a Francisco Villaespesa o a Valle-Inclán.
Que el Modernismo era una realidad en tierras españolas lo demuestra, además de los testimonios poéticos de los autores señalados, la oposición que demuestra una parte de la caterva literaria y crítica peninsular. Un buen ejemplo es el que nos proporciona el escritor Emilio Ferrari en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Habla Ferrari de "deformaciones y extravíos morbosos que transmitiéndose a las letras, ya que no con paralizar su progreso, amenazan con entorpecerle y retardarle si no se ataja reciamente la influencia invasora del contagio". Estas palabras, pronunciadas en 1905, denotan la buena salud del movimiento en estas fechas y al mismo tiempo evidencian la perenne brecha abierta entre las diferentes generaciones literarias. Los hombres nacidos en plena Restauración, como es el caso de Ferrari, no podían admitir la conmoción profunda de las letras hispanas que implicaba esta corriente. Desde su punto de vista, tan modernista era Benavente como Juan Ramón Jiménez, y en más de una ocasión, al sesudo Unamuno le aplicaron el deliberadamente ofensivo calificativo de "modernista".

Introducción del Modernismo en España

Antes de considerar de manera pormenorizada el proceso que culminó con el pleno desarrollo de un Modernismo español, debemos tener claras dos cuestiones.
Primero, que el Modernismo cuenta en el propio territorio peninsular con claros precedentes, los cuales no solo influirían en los escritores nacionales, sino que, al formar parte de la tradición hispana, harán sentir su influjo sobre los escritores hispanoamericanos. Junto a los mencionados escritores románticos y posrománticos, los clásicos españoles se constituirán en modelos válidos para el naciente Modernismo. Desde los autores medievales hasta Góngora, pasando por los místicos, la tradición literaria hispana inspirará tanto temática como formalmente a las nuevas generaciones literarias.
Salvador Rueda
En segundo lugar, debemos ser plenamente conscientes de que el Modernismo en España comienza a tener sentido solo después de la llegada de Rubén Darío. Es cierto que antes de su llegada existían en la Península una serie de escritores que anticipaban las maneras modernistas. Un buen ejemplo serían tanto Manuel Reina como Salvador Rueda. Precisamente en este último ha querido ver parte de la crítica al verdadero creador del Modernismo español, desplazando de este puesto a Rubén Darío. Baste decir que Salvador actuó en todo momento como un precursor del movimiento, mostrándose frecuentemente deudor de los postulados poéticos del autor nicaragüense. Rueda, simplemente, no disponía de la genialidad de Darío, al cual le fue dado asimilar todas las influencias que sobre sí ejercían las corrientes artísticas de fin de siglo para incorporarlas creativamente a su voz poética. Rueda, ciertamente, mantuvo contactos estables con los poetas modernistas de América, y esto le permitió actuar como heraldo en España de la buena nueva modernista. Incluso es posible reconocer en el Modernismo español la huella de su colorismo esencialmente regionalista, pero esto no lo convierte en su creador, ni siquiera en su introductor principal, pues este papel le corresponde, por derecho, a Rubén Darío.
Darío visita España por primera vez en 1892. Ya es el autor de Azul... y permanecerá en la Península apenas dos meses. Su fama le precede y podemos considerar que, en líneas generales, se le recibe favorablemente aunque no dejen de criticarse sus resabios afrancesados.
Regresa en 1898, en esta ocasión como corresponsal del diario argentino La Nación. Dos años antes había publicado Prosas profanas, un libro de madurez y de plenitud artística que certificaba la vigencia del Modernismo, cuyos principios básicos serán profusamente imitados. Darío será recibido como maestro indiscutible. En España, inmersa como se hallaba en una difícil situación política, el Modernismo se convertirá en el modelo de las nuevas generaciones. Muchos, es cierto, se conformarán con remedar las formas, los temas, el externo armazón de los poemas ruberianos. Serán los mismos que se quedarán anclados en los clichés juveniles, repitiéndolos hasta el amaneramiento. Otros, precisamente los que han permanecido, tomarán del maestro los principios básicos y con el maestro continuarán la senda que les conducirá a entablar puentes entre su intimidad y la universalidad. Unos pocos, los que podemos incluir en el noventayochismo, encuentran en la nueva literatura un oportuno medio para dar expresión a sus inquietudes regeneracionistas. Unas inquietudes que, ciertamente, se encontraban presentes en la sociedad española con anterioridad al Desastre, pero a las cuales éste acontecimiento espoleará de manera definitiva.
Es necesario que entandamos el noventayochismo como un movimiento englobado en la corriente más amplia del Modernismo. Se trata de un movimiento crítico e ideológico que encontró un detonante en los acontecimientos históricos de 1898. No obstante, es imposible entender el carácter literario de este movimiento sin tener en cuenta las nuevas posibilidades expresivas que el Modernismo ponía a disposición de aquellos escritores que participaron de él. 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Marco histórico del fin de siglo en España



Nos ocuparemos aquí de un periodo corto pero intenso de la historia de España, el que transcurre entre 1890 y el comienzo de la guerra europea. Son algo más de veinte años en los que los acontecimientos políticos y sociales se sucederán a gran velocidad. La Restauración da sus últimas bocanadas y comienzan a esbozarse los movimientos socio-políticos que habrían de enfrentarse en nuestra guerra civil. 

La última década del siglo XIX

Sagasta
La restauración borbónica da, ciertamente, lugar a un régimen sumamente estable, pero que no deja de contar con importantes deficiencias. El sistema de alternancia pacífica promueve el fraude electoral, que se convertirá en el pan de cada día de una democracia que no pasa de ser nominal. Los votos están en manos de los caciques que los distribuirán de acuerdo a sus necesidades y apetencias. Se crea de este modo un sistema clientelar que solo favorece la corrupción y la perpetuación del "pucherazo".
No obstante, la cuestión más trascendente de este periodo, será sin lugar a dudas la guerra de Cuba y sus desastrosas consecuencias.
Cánovas
Cuba venía siendo un problema desde 1868, cuando da comienzo la primera guerra colonial en la Isla. Sin embargo, tras un breve periodo de paz, la situación vuelve a enconarse en 1895 con el estallido de una sublevación independentista encabezada, entre otros, por el poeta José Martí. Sagasta, que se encontraba en el gobierno, dimitirá, sucediéndole Cánovas, presidente del partido conservador y partidario de resolver el problema de Cuba antes de entablar conversaciones con los insurrectos. Su asesinato en 1897 obligará a Sagasta a volver al gobierno. Una de las primeras decisiones de Sagasta será la de dotar a Cuba de una amplia autonomía. Su pretensión era la de pacificar la Isla y evitar de este modo una guerra abierta con los Estados Unidos. Fracasó. 
El 15 de febrero de 1898 el acorazado norteamericano Maine se incendia y se hunde en el puerto de La Habana. El gobierno estadounidense responsabiliza a España del suceso y le declara la guerra. El gobierno español es empujado por los sectores ultranacionalistas del país a una guerra imposible de ganar. La derrota es aplastante y el diez de diciembre de  ese mismo año se firmará en París un armisticio. Además de a las cuantiosas pérdidas humanas, España debía hacer frente a las indemnizaciones de guerra, perdía Cuba, Las Filipinas, Puerto Rico y Guam en las Islas Marianas. 

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Después del Desastre

Tras la pérdida de las colonias nada cambió sustancialmente. Se continuó cumpliendo la alternancia pacífica en el gobierno y a Sagasta le sustituyó el presidente de la Unión Conservadora, Francisco Silvela. Este intentó modernizar el país, pero todos sus esfuerzos no fueron suficientes para acallar las voces críticas de las organizaciones regeneracionistas (16) de la Unión Nacional.
En este periodo cobrarán fuerza tanto los nacionalismos (catalán y vasco) como los movimientos obreros. Los representantes políticos de socialistas y republicanos serán capaces de conseguir actas de diputados pese al fraude electoral.
Francisco Ferrer
En 1909 España comenzará la ocupación del Norte de África. Le mueve a esta trasnochada aventura colonial intereses económicos, pero junto a dinero y muertos, las arenas del desierto africano darán origen a no pocos conflictos en el territorio peninsular. El más trágicamente célebre de todos ellos será la "Semana trágica" de Barcelona. La movilización de reservistas para acudir a la guerra de Marruecos provocó las airadas protestas del pueblo barcelonés. Antonio Maura, a la sazón presidente del gobierno conservador, ordenó reprimir contundente los disturbios que se habían generalizado en las calles de la Ciudad Condal, manda detener a los cabecillas y  fusila al pedagogo anarquista Francisco Ferrer y Guardia. La muerte de Ferrer provocaría las protestas de los grupos de izquierdas europeos y americanos, surgiendo también en España una fuerte oposición al gobierno de Maura. Finalmente, el rey retira su confianza a Maura llamando a Canalejas, el nuevo líder del partido liberal, para formar gobierno. Canalejas pondrá en marcha toda una serie de reformas sociales inspiradas en el liberalismo europeo, pero su asesinato en 1912 le impidió profundizar en estas políticas.
El estallido de la Primera Guerra Mundial dividió, pese a la neutralidad española, la sociedad del país en dos bandos. Por un lado estaban los simpatizantes de Alemania, en su mayoría de ideología conservadora, frente a ellos los partidarios de las izquierdas apoyaban a las fuerzas aliadas. Esta división acrecentará las tensiones, ya de por sí evidentes, que existían en la política española. En lo económico, al menos para las clases burguesas, la guerra supuso una época de expansión. Se vendía todo aquello que se producía y los beneficios de su exportación eran tales que llegó a desabastecerse, paradójicamente, el mercado interior.

La crisis de fin de siglo en el ámbito hispánico. Una aproximación al Modernismo





Apuntes extraídos del libro de Pedraza y Rodríguez Cáceres Las épocas de la literatura española.



El concepto de Modernismo

La renovación estética y cultural que supone la crisis de fin de siglo recibió en los países de habla hispana la denominación de Modernismo. Se trata de un movimiento de carácter sincrético que reúne en sí buena parte de los rasgos propios de las escuelas y tendencias surgidas en Europa y América en este periodo. Son tres las posturas teóricas que la crítica ha mantenido con respecto al mismo.
Una parte de la crítica, a la cabeza de la cual cabría situar a Marinello (Sobre el modernismo. Polémica y definición), supone que se trata de una corriente de renovación formal efímera y extranjerizante. Se caracterizaría por surgir en países hispanos que adoptan los clichés parnasianos y decadentes. Consiste en un arte evasivo que siente predilección por el lenguaje suntuario y lujoso, que emplea nuevos metros y técnicas brillantes y sorprendentes. En última instancia, supondría la mezcla del idealismo prerrafaelista con la bohemia parisina.
Para otro sector de la crítica el Modernismo constituiría un movimiento amplio que evolucionó desde el mero esteticismo hacia la preocupación sincera y honda por las cuestiones humanas. Solo una serie de autores menores quedarán anclados en los clichés juveniles de la primera época. Será Henríquez Ureña (Breve historia del modernismo) quien plantee la existencia de dos etapas claramente diferenciadas.
Durante la primera etapa del Modernismo se generalizará el culto preciosista de la forma, lo cual favorecerá una voluntad de estilo que caerá fácilmente en el refinamiento artístico y en el amaneramiento.
Superada esta fase, los autores modernistas, sin abandonar del todo la voluntad de estilo que caracterizó la etapa anterior, pasarán a ocuparse de aquellos núcleos temáticos más relacionados con la existencia humana.
Esta propuesta teórica resulta especialmente atractiva pues explica convenientemente la evolución que es posible detectar en algunos autores de la época, además de establecer conexiones claras entre las dos etapas propuestas.
Una última concepción del Modernismo supone que este constituye más bien un concepto de época. En él tendrían cabida todas las manifestaciones artísticas del momento. Debemos a Federico de Onís (prólogo de su Antología de la poesía española e hispanoamericana) la consideración del Modernismo como la expresión hispánica de la crisis de fin de siglo, idea que ha resultado especialmente fecunda y que, entre otras, inspira la concepción que de este movimiento proponen Pedraza y Rodríguez en su obra Las épocas de la literatura española. Dirá Onís:
El modernismo es la forma hispánica de la crisis universal de las letras y del espíritu que inicia hacia 1883 la disolución del siglo XIX y que se había manifestado en el arte, la ciencia, la religión, la política y gradualmente en los demás aspectos de la vida entera, con todos los caracteres, por lo tanto, de un hondo cambio histórico, cuyo proceso continúa hoy. 
En todo caso, el Modernismo debe ser entendido al margen de los principios artísticos por el propuesto. Es decir, se hace necesario contemplarlo desde una perspectiva mucho más amplia, asumiendo que el ímpetu innovador y la reacción contra los patrones imperantes no afectan únicamente al arte, sino a todos los aspectos de la vida.

El concepto de Generación del 98

Con tal denominación se viene haciendo referencia a un grupo de escritores españoles que llevaron a cabo a finales del siglo XIX una renovación estética e intelectual de las letras españolas. Común a todos  será un sentimiento de honda preocupación por el porvenir de España. Esta inquietud está íntimamente relacionada con las ideas regeneracionista que con anterioridad al Desastre estaban ya presentes en la intelectualidad española. Se hace necesario denunciar todos aquellos males patrios que explican la penosa situación de la España contemporánea. Resulta preciso, al menos desde su punto de vista, buscar la auténtica raíz de lo español, lo que Unamuno denominará su "intrahistoria". Una vez descubierto será posible comenzar a edificar sobre el poderoso substrato de lo hispano una España totalmente nueva, moderna y próspera. Con este propósito en miente se echan a los caminos de la patria. Recorrerán pueblos, aldeas, ciudades, para terminar todos coincidiendo en Castilla, ese centro con tanto ya entonces de periférico que, en virtud de su paisaje y su paisanaje, se convierte en la metáfora perfecta de lo ensencialmente hispano.  
Paralelamente a estas inquietudes, experimentarán estos autores el peso de la angustia existencial. No serán pocos los que se cuestionarán el destino del hombre y su relación con dios. Entiendo que en esto se comportan, al igual que todos los miembros de su generación, como buenos hijos de su tiempo. La crisis que como vemos afecta a las artes y al espíritu, y de la cual ya tanto hemos ido diciendo, no puede dejar de influir en estos escritores. Cuestionarse el papel del hombre en el mundo es un modo de reaccionar bastante lógico cuando el mundo mismo está en cuestión.
En la medida en que todas estas preocupaciones iban ganando importancia, los escritores comienzan a desatender los aspectos formales de sus composiciones. Prefieren la sencillez expresiva, aunque esto no les haga renunciar a los avances formales del impresionismo o el simbolismo.

Pero, ¿existió realmente la Generación del 98?

Hoy en día la crítica parece unánime al considerar que la Generación del 98 como tal no existió nunca. La división tajante establecida por Diaz-Plaja (Modernismo frente a Noventa y ocho) entre el Modernismo y la Generación del 98 fue convenientemente refutada por Juan Ramón Jiménez en su conferencia El Modernismo y por Ricardo Gullón en La invención del 98 y otros ensayos. El mismo Pedro Salinas, que es el primero en distinguir los dos movimientos, se corregiría a sí mismo con el paso de los años.
Se considera hoy que los miembros de la pretendida generación forman parte del llamado Modernismo, si bien cuentan con ciertos rasgos que nos permite hablar, con Dámaso Alonso, de una actitud noventayochista. Otros autores, entre los que cabría incluir a Pedraza y Rodríguez (op. cit.), prefieren hablar de una amplia Generación de fin de siglo en la cual tendrían cabida tanto los autores modernistas como los miembros del 98.
En todo caso, lo que sí parece fuera de toda duda, es que el concepto de Generación del 98 fue una invención de la crítica. Este es el motivo por el cual presenta múltiples debilidades y las bondades pedagógicas que cabría suponerle desaparecen cuando solo nos encontramos contradicciones (hay autores  que son modernistas para unos señores mientras que otros los consideran noventayochistas, uno de los más acabados representante del grupo no puede formar parte del mismo por criterios de edad, la inmensa mayoría de los escritores que se incluyen en el grupo niegan su existencia...). Resulta por lo tanto estéril perder más tiempo considerando la cuestión.

martes, 27 de noviembre de 2012

Contexto artístico y cultural del fin de siglo

Ofelia. 1852. Obra de John Everett Millais

Apuntes extraídos del libro de Pedraza y Rodríguez Cáceres Las épocas de la literatura española.


Entenderemos por crisis de fin de siglo (1885-1914) aquel proceso que supuso un decaimiento generalizado en el ámbito de la creación estética. Esta crisis se hará sentir igualmente en el campo de las ideas y terminará afectando a todos los aspectos de la vida. Desde el arte a la política, pasando por la religión.
El avance de la ciencia a lo largo del siglo XIX había hecho surgir la idea de que el progreso constituía un proceso continuo e irreversible de mejora. No obstante, los frutos no deseados de la Revolución Industrial, como el surgimiento de grandes bolsas de pobreza en torno a las grandes ciudades, hizo que la fe en la ciencia y el progreso decayese. Los avances técnicos y la ciencia positivista no habían logrado reproducir la idílica Arcadia en este mundo de pobres mortales. Las manifestaciones de desengaño y crítica no se hicieron esperar. Estas se elevaron desde los sectores más desfavorecidos de la sociedad y, lo que resulta más paradójico, desde el seno mismo de la pequeña burguesía.
En lo estético se vuelve la vista hacia lo natural, revalorizando los viejos ideales románticos. Esta revisión de la concepción y del papel del arte influirá también en el último Realismo. Las composiciones de esta época de autores como Tolstói, Dostoievski o Galdós estarán pobladas por personajes extraños y anómalos que expondrán ante el público los aspectos más profundos de su personalidad.
Como resultado de esta crisis, surgirán una serie de movimientos que ya no se contentarán con presentar ante los ojos del lector una serie de personajes anómalos. Los nuevos creadores, en confrontación abierta con la sociedad de su época, harán de todo aquello que se considere socialmente reprobable su bandera, incorporándolo al arte y a sus propias vidas. La figura del bohemio, con su concepción ideal del arte, su oposición a las normas imperantes y su marginalidad, se convertirá, pese a lo que tiene de estereotipo, en el paradigma del artista finisecular.

La crisis de fin de siglo en lo intelectual: el irracionalismo.

En los últimos años del siglo XIX dará comienzo una reacción antipositivista. Los presupuestos racionalistas en los que se basaba el positivismo se tambalearon, la ciencia dejó de ofrecer verdades absolutas y la técnica hizo aflorar graves problemas. Como consecuencia, triunfarán una serie de corrientes intelectuales de carácter irracionalista y vitalista. Algunas de ellas se basarán en las propuestas ideológicas del Romanticismo, actualizando nuevamente las angustias románticas que el positivismo había intentado silenciar sin éxito. 
Capital en el desarrollo del irracionalismo finisecular será la filosofía de Arthur Schopenhauer. En el pensamiento del alemán destaca el concepto de voluntad, la cual, contemplada desde un punto de vista eminentemente  subjetivo, se constituye en la esencia del mundo. La voluntad para Schopenhauer no participa de las leyes racionales y frente a ella solamente caben dos posibilidades: o bien se reafirma, o bien es aniquilada por completo.
Junto a Schopenhauer otro influyente filósofo será el danés Soren Kierkegaard. Para Kierkegaard en todo hombre se encuentran tanto el concepto de angustia como la idea de pecado. Bajo su punto de vista, resulta primordial que el hombre acepte la angustia para poder llegar a la fe y ,mediante esta, a la salvación.
Ya a finales de siglo surgirá la figura de Federico Nietzsche. Poderosamente influenciado por Schopenhauer Nietzsche pretende superar el pesimismo de su compatriota impulsando una vitalidad que hasta ese momento era negada sistemáticamente por el pensamiento. El concepto de lo dionisíaco, como representación de la creación irracional, tendrá especial relevancia en su filosofía. Frente a él, completándolo de algún modo, encontramos lo apolíneo, que representa el equilibrio y la medida en el hombre. Igualmente, a Nietzsche se le debe el concepto de superhombre. Por tal debemos entender un constructo teórico en el que se vería plenamente satisfecha la voluntad humana, anulando y superando toda cortapisa de orden moral ("¡Yo!, que me nombré mago o ángel, dispensado de toda moral dirá Rimbaud en su poema Adios).
Puede que entre los pensadores más influyentes del momento, al menos en el campo de la creación literaria, figure el filósofo francés Henri Bergson. Para Bergson la intuición se convierte en una herramienta perfectamente válida para alcanzar el conocimiento de lo real. De este modo, el intuicionismo, al que este autor dará carta de naturaleza filosófica, sobrevolará casi todas las corrientes artísticas del periodo.
Otro golpe mortal asestado al positivismo decimonónico llegará de la mano de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud. El estudio del mundo íntimo del sujeto, el cual le llevaría a proponer el concepto de inconsciente y el conjunto de teorías en él basado, vino a demostrarle al hombre que no era totalmente dueño de sus actos, sino que muchos de ellos se derivaban, en última instancia, de una serie pulsiones internas imposibles de controlar.
Finalmente, surgiría en este periodo un idealismo individualista y subjetivo que influiría poderosamente en la concepción de lo religioso. Surge así un modernismo religioso que propondrá la renovación total de la Iglesia católica. Junta a él triunfarán toda una serie de corrientes místicas como la teosofía, el espiritismo, el esoterismo o el estudio de la cábala.

La crisis de fin de siglo en lo estético

El panorama artístico resultante de la crisis finisecular será particularmente heterogéneo. Son muchas las corrientes que surgen en este momento y un buen número de ellas retomarán las obsesiones de la época romántica. Regresarán, de este modo, a la palestra literaria los mundos exóticos, las figuras satánicas y lo misterioso. Edgar Allan Poe será adoptado como maestro inigualable y el irracionalismo que acabamos de ver se convertirá en la bandera ideológica de los artistas finiseculares.
Las que a continuación se presentan son algunas de las corrientes artísticas que colaboraron al desencadenamiento de la crisis de fin de siglo. Otras, sin embargo, serán el resultado de esa misma crisis.

Prerrafaelismo

Se denomina de este modo a una escuela pictórica de muy breve duración (1848-1851) que surge en la Inglaterra victoriana. Utilizan este nombre porque rechazan el canon artístico impuesto por la Real Academia de las artes inglesa, el cual perpetuaba, a su juicio insoportablemente, el modelo pictórico renacentista y el de su máxima figura, Rafael. Estos artistas, fuertemente vinculados a lo literario, dieron lugar a un movimiento estético muy complejo, constituido, en su mayoría, por pintores que pretendían reflejar la naturaleza y al hombre como parte integrante de la misma, sin rechazar o escoger nada. Este naturalismo se aplicó a temas religiosos, legendarios, históricos y, a su vez, contemporáneos. Sus pintores no tenían límites en cuanto a los temas o la interpretación y rechazaban el formulismo con el que la pintura había plasmado algunos asuntos. Estos artistas encontraron una importante fuente de inspiración en la Edad Media. En ella encontraron todo un mundo cargado de sutilidad, delicadeza y marcadamente etéreo. Su pretensión era alcanzar el ideal de pureza en la obra artística y para ello utilizaron con fruición el trazo natural.
La actitud abiertamente rupturista de estos artistas habría de influir sin duda en los creadores de finales de siglo, no obstante, también triunfaría su estética, pues basta recorrer la obra de Dario, especialmente Azul.

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Parnasianismo

Nace en el segundo tercio del siglo XIX en Francia y contará entre sus autores más destacados a Charles Baudelaire, Leconte de Lisle o el Paul Verlaine de Fêtes galantes. Su influencia será decisiva en el desarrollo de otras corrientes así como en la concepción artística y vital de las generaciones finiseculares. 
Desde el parnasianismo se intentará dar respuesta a dos excesos propios del Romanticismo. Por un lado se limitará el exhibicionismo sentimental y por otro se abandonará la predicación social y política. 
El autor parnasiano dejará fuera de su obra su intimidad, adoptando decididamente el principio de "el arte por el arte". Esto, como es obvio, le llevará a desatender los presupuestos de la sociedad contemporánea, prefiriendo en su lugar las culturas antiguas, los paisajes exóticos e idealizados. El arte superaría la existencia cotidiana que los románticos habían trasladado a sus obras, haciendo posible, incluso, que el arte pudiera superar a la vida misma. De aquí, como apunta Enrique Rull Fernández (El Modernismo y la Generación del 98), se partiría hacia la idea de una existencia conducida fuera de las leyes y tradiciones éticas. El camino hacia el Decadentismo quedaba de este modo franco.
La preocupación máxima del poeta se desplazará a la forma del poema. Se perseguirá la belleza prestando una atención escrupulosa a la construcción del verso.

Decadentismo

Surge el decadentismo del desarrollo del esteticismo parnasiano, entendido este como el gusto por convertir la propia vida en una obra de arte consagrándola a la belleza. Los valores morales propios de la vida burguesa serán postergados y se sentirá placer al transgredirlos. Se trata, más que de un movimiento, de un término aplicado a los bohemios amorales que aparecen en los cenáculos literarios de la Rive gauche (Margen izquierda) parisina en torno a la década de los ochenta.
Exaltarán sus representantes las culturas antiguas, lo perverso, lo oscuro y lo irracional, participando constantemente en la búsqueda frenética del goce a pesar del rastro de insatisfacción que este les produce. Son seres conscientes de su época, que representan en sus vidas la crisis finisecular que les ha tocado vivir. Juguetean con las drogas y el alcohol, pasaportes hacia unos paraísos artificiales en los que les es dado olvidar, al menos por un tiempo, la realidad deplorable que les envuelve.

Simbolismo

Coin de Table. Henri Fantin-Latour
Hacia la década de 1870 los autores literarios comienzan la búsqueda de un nuevo lenguaje que les permita expresar convenientemente la nueva sensibilidad que nace con la crisis de fin de siglo. El camino elegido será el de la sugerencia, procurando representar mediante elementos tangibles y pertenecientes a la realidad los misterios, las intuiciones, que no tienen expresión directa en el lenguaje. El símbolo, que ya había sido usado con cierta fortuna en el Romanticismo alemán, les posibilita aproximarse a lo inefable, nombrar lo innombrable. De este modo, y como reacción al Realismo y al Naturalismo, la subjetividad se impone nuevamente y no dudarán en expresar su intimidad, su mundo subjetivo, plenamente. No obstante, los simbolistas no olvidarán la lección parnasiana y dotarán a sus obras de un sentido perfeccionista del arte manifestando un amor a éste por encima de todo.
Stéphane Mallarmé, Charles Baudelaire, Paul Verlaine o Arthur Rimbaud se constituirán en los predecesores de esta corriente. Estos autores no tendrán conciencia de escuela y simplemente pondrán en marcha una nueva sensibilidad que correrá subterráneamente bajo el fluir en superficie de la literatura realista.
La escuela simbolista surgirá como tal en 1885, tomando su nombre del soneto de Baudelaire Correspondences de Les fleurs du mal. Forman la nómina del grupo George Rodenbach, Émile Verhaerem, Jean Moréas y Maurice Maeterlinck. Estos autores encontrarán una base filosófica para sus presupuestos literarios en la obra de Emmanuel Swedenborg, quien estudiará las correspondencias entre las percepciones sensoriales y la vida espiritual. El poeta será concebido como un vidente capaz de detectar y explicitar las citadas correspondencias. 
Esto les llevará a preferir una expresión en la que predomine el matiz y la sugerencia. Se trata de evitar que las acepciones comunes de la lengua esclavicen la percepción. Consecuentemente se alejarán del retoricismo y se empleará de manera recurrente la sinestesia.

Junto a todas las corrientes aquí expuestas resulta conveniente hacer referencia a dos técnicas narrativas que gozarán de gran fortuna en las artes de finales de siglo. 

Impresionismo

Se trata de un movimiento artístico, principalmente pictórico, que se desarrolla en Francia en el último tercio del siglo XIX. Se caracteriza por representar las figuras de forma incompleta, solamente recogiendo sus rasgos más destacados.
En literatura pretende reflejar la realidad mediante el registro de los impulsos resultantes de la percepción subjetiva e individual de los objetos. Se realizan, de este modo, descripciones imprecisas y vagas, que se reducen a la sucesión de una serie de imágenes aisladas que han provocado una honda impresión en el autor. Es tarea del lector la de recomponer el cuadro que se le muestra en el texto.
Se caracterizan en lo lingüístico este tipo de descripciones por la agilidad estilística, la cual se consigue mediante el empleo de frases breves, entre las que predominan las frases nominales, y la carencia de nexos. Resulta, así mismo, muy habitual que se encuentren representadas en estas descripciones la percepción sensorial de diferentes fenómenos; ya sean estos auditivos, olfativos, visuales, gustativos o táctiles.
Un ejemplo de descripción impresionista, si bien matizada por las características propias de la prosa valleinclanesca, es el primer capítulo de la obra Flor de santidad:
Caminaba rostro a la venta uno de esos peregrinos que van en romería a todos los santuarios y recorren los caminos salmodiando una historia sombría, forjada con reminiscencias de otras cien, y a propósito para conmover el alma de los montañeses, milagreros y trágicos. Aquel mendicante desgreñado y bizantino, con su esclavina adornada de conchas, y el bordón de los caminantes en la diestra, parecía resucitar la devoción del tiempo antiguo, cuando toda la Cristiandad creyó ver en la celeste altura el Camino de Santiago. ¡Aquella ruta poblada de riesgos y trabajos, que la sandalia del peregrino iba labrando piadosa en el polvo de la tierra!
No estaba la venta situada sobre el camino real, sino en mitad de un descampado donde sólo se erguían algunos pinos desmedrados y secos. El paraje de montaña, en toda sazón austero y silencioso, parecíalo más bajo el cielo encapotado de aquella tarde invernal. Ladraban los perros de la aldea vecina, y como eco simbólico de las borrascas del mundo se oía el tumbar ciclópeo y opaco de un mar costeño muy lejano. Era nueva la venta, y en medio de la sierra adusta y parda, aquel portalón color de sangre y aquellos frisos azules y amarillos de la fachada, ya borrosos por la perenne lluvia del invierno, producían indefinible sensación de antipatía y de terror. La carcomida venta de antaño, incendiada una noche por cierto famoso bandido, impresionaba menos tétricamente. Anochecía, y la luz del crepúsculo daba al yermo y riscoso paraje entonaciones anacoréticas que destacaban con sombría idealidad la negra figura del peregrino.Ráfagas heladas de la sierra que imitan el aullido del lobo, le sacudían implacables la negra y sucia guedeja, y arrebataban, llevándola del uno al otro hombro, la ola de la barba que al amainar el viento caía estremecida y revuelta sobre el pecho donde se zarandeaban cruces y rosarios. Empezaban a caer gruesas gotas de lluvia, y por el camino real venían ráfagas de polvo y en lo alto de los peñascales balaba una cabra negra. Las nubes iban a congregarse en el horizonte, un horizonte de agua. Volvían las ovejas al establo, y apenas turbaba el reposo del campo aterido por el invierno el son de las esquilas. En el fondo de una hondonada verde y umbría se alzaba el Santuario de San Clodio Mártir rodeado de cipreses centenarios que cabeceaban tristemente. El mendicante se detuvo y apoyado a dos manos en el bordón contempló la aldea agrupada en la falda de un monte, entre foscos y sonoros pinares. Sin ánimo para llegar al caserío cerró los ojos nublados por la fatiga, cobró aliento en un suspiro y siguió adelante.

Expresionismo

La técnica expresionista, que daría lugar al movimiento expresionista en la Alemania de principios de siglo, se caracteriza por el predominio de la hipérbole, la caricatura, lo deforme y lo violento. Se basa en la interpretación subjetiva de la realidad y rechaza los cánones de belleza establecidos. Esta técnica hundirá sus raíces en el gusto romántico por lo grotesco.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Derivación adjetival: sufijos derivativos de los adjetivos calificativos


El sufijo -oso / -osa

Es el sufijo más productivo y crea adjetivos calificativos sobre bases adjetivales (grandioso), verbales y, más frecuentemente, nominales. Cuenta con las variantes -ajoso / -ajosa (pegajoso), -ioso / -iosa (grandiosa) y -uoso / -uosa (defectuoso). Igualmente, da lugar a numerosas bases alternantes (sabor>sabroso) que desde un punto de vista sincrónico suelen explicarse mediante procesos de haplología. (religi (ón) oso).
Los adjetivos creados con estos sufijos dan lugar a varias paráfrasis posibles, siendo sin duda la más frecuente en los denominales la de 'que tiene N' (ardorosa). Otra paráfrasis habitual es la de 'que tiene forma, tacto, consistencia o aspecto de N' (arcillosa, algodonoso). Se asimilan a la interpretación de 'que tiene tendencia a N' todo otro grupo de adjetivos calificativos (belicoso, verdoso, chismoso). El último gran grupo de adjetivos denominales creados con el sufijo -oso / -osa puede parafrearse por 'que causa, produce. suscita o hace surgir N' (dudosa, embarazoso).
Por su parte, los adjetivos deverbales que incorporan este sufijo suelen admitir la paráfrasis 'que V' (apestoso). Relacionado con este punto debemos recordar que no resulta siempre sencillo establecer la base de la cual proviene un determinado adjetivo derivado mediante el empleo de este sufijo. Es muy posible que, al menos en ciertos casos, estas dudas no encuentren solución satisfactoria, ya que no es posible establecer a ciencia cierta el origen nominal o verbal de ciertos adjetivos (mentiroso, dudosa, empalagoso, espantosa).

Sufijos de grado extremo: -ísimo / -ísima, -érrimo / -érrima

Estos sufijos colaboran a la construcción de los llamados superlativos absolutos, los cuales no presentan en español actual las mismas propiedades sintácticas que caracterizan a los otros superlativos, sino que se comportan como superlativos de grado extremo o elativos.
Los sufijos -ísimo / -ísima aportan el significado de grado extremo a un gran número de adjetivos calificativos, además de a los adjetivos mismo, primero y último; a unos cuantos cuantificadores como poco, mucho, cuanto o tanto y a ciertos adverbios como temprano, tarde, pronto, despacio... Existe, así mismo, un reducido paradigma de adjetivos que se corresponde con ciertos tratamientos (ilustrísima, reverendísimo, serenísima...).
De manera general, podemos establecer que los derivados creados con estos sufijos presentan más alternancias de diptongación que los que se obtienen con otros. Se crean de este modo pares de adjetivos en los que se suele preferir la variante diptongada (ardentísimo-ardientísimo, destrísima-diestrísima).
Existe una variante -císimo / -císima que adoptan muchos adjetivos terminados en -n (jovencísimo), en -dor (trabajadorcísimo), o en -or (mayorcísimo). No debemos considerar esta variante en los derivados de aquellos adjetivos cuya base léxica termina en /θ/ (dulce>dulcísimo).
Este sufijo da lugar a un gran número de bases supletivas. Destaca, por resultar bastante común, la que se produce en los adjetivos terminados en -ble, que da lugar a -bil en la base (amable>amabilísimo).
Suelen rechazar los sufijos -ísimo / -ísima los adjetivos terminados en -ío (excepción friísimo), en -ue (se documentan arduísimo, ingenuísimo y el muy habitual y nada recomendable antigüísimo, mejor antiquísimo). Igualmente, estos sufijos resultan poco naturales en los adjetivos que cuentan con un prefijo negativo y se rechazan por razones semánticas en los adjetivos de relación.
Los escasísimos sustantivos que admiten estos sufijos adquieren una importante carga expresiva (campeonísimo) o burlesca (cuñadísimo).
Los sufijos -érrimo / -érrima suelen elegir las bases supletivas de un buen número de adjetivos que contienen -r en su última sílaba (celebérrimo, misérrimo). No resulta extraño que se formen pares con el sufijo -ísimo / -ísima sin base supletiva (negrísimo/nigérrima, paupérrimo/pobrísimo).

Otros sufijos característicos de los adjetivos calificativos

Los sufijos -ento / -enta y sus variantes -iento / -ienta forman adjetivos de base nominal para denotar la presencia en alguna persona o cosa de lo manifestado por el sustantivo (polvoriento). Algunos pueden llegar a expresar la cualidad de tener, mostrar, sentir o manifestar dicha noción (hambriento). También se crean algunos derivados a partir de adjetivos (avariento, amarillento).
No está claro que los segmentos -lento / -lenta, -liento / -lienta, presentes en algunos adjetivos, deban ser considerados como sufijos. Siempre se encuentran en adjetivos de origen latino y solo en un grupo de ellos es posible reconocer la base (cuerpo>corpulento, fraude>fraudulento). El hecho de que en ciertos compuestos la base resulte oscura hace poner en duda que, al menos desde una perspectiva sincrónica, nos encontremos ante verdaderos sufijos.
Los sufijos -udo / -uda se utilizan para crear adjetivos que se suelen aplicar a personas o animales que destacan por su tamaño o el exceso, desproporción o malformación de alguna de sus partes (barbudo, jetuda, dientudo).
Coincide en buena parte de sus usos con el sufijo anterior -ón / -ona, aunque adopta un matiz despectivo en los adjetivos deverbales así como en los adjetivos que hacen referencia a la edad o en ciertos derivados ordinales (criticona, cuarentón, segundón).


Constituyentes del sistema consonántico español. Los grafemas



Los constituyentes del sistema ortográfico español

El sistema ortográfico del español está compuesto por un abecedario que cuenta con veintisiete letras que cuentan con una doble representación, en mayúscula y en minúscula. Cuenta igualmente con dos signos diacríticos supraescritos que se colocan sobre grafemas vocálicos para informar de algún rasgo característico: la tilde, que informa sobre el acento prosódico y la diéresis ("), que se coloca encima de la vocal u cuando la antecede una g y la vocal cuenta con valor fónico (cigüeña).
Existe también un número limitado de signos de puntuación con valor demarcativo y un grupo abierto de signos auxiliares (guión, barra, llave...) con diferente valor y función.
También formarán parte del sistema ortográfico una serie de fórmulas que sirven para representar de manera abreviada determinadas expresiones lingüísticas. Los números, tanto en la serie arábiga como romana y el espacio en blanco entrarán de igual modo en la nómina de los componentes ortográficos de nuestro idioma.

Grafemas del español

Denominamos grafemas a las unidades mínimas con propiedades distintivas del plano de la escritura. Debemos tener en cuenta que en ciertas ocasiones la capacidad distintiva de estos elementos se neutraliza, dando lugar a que un signo lingüístico pueda aparecer escrito de más de una forma sin que por ello se altere la pronunciación del mismo. En su mayoría se trata de representaciones gráficas que han sido sancionadas por el uso (alelí/alhelí). Una peculiaridad de los grafemas es que tienen carácter secuencial, es decir, aparecen en la escritura uno después de otro. Esto hace que no se consideren grafemas los signos ortográficos diacríticos. 
De manera general se acepta el término grafema como un sinónimo de letra, asumiendo que solo pueden considerarse letras los signos gráficos simples, es decir, los constituidos por un solo grafema. Esto supone que quedarán fuera del grupo de las letras las agrupaciones de grafemas que representan un solo fonema (digrafos). Aplicar esta distinción de manera coherente hace que se excluyan del inventario de letras tanto el digrafo ch como el digrafo ll. De no actuar de este modo se deberían aceptar como letras una serie de digrafos que tradicionalmente no han tenido cabida entre las mismas, como son el digrafo rr, el digrafo qu o y el digrafo gu. Igualmente, el concepto de letra aquí manejado, nos permite incluir entre las mismas a la h, letra que no representa ningún fonema. Además, al no vincular el concepto de letra con el de fonema, podemos aceptar que la x, pese a representar a dos fonemas, sea considera como una letra.
La serie ordenada de letras que se utiliza en una lengua para su representación escrita recibe el nombre de alfabeto o abecedario. El alfabeto español tiene por lo tanto veintisiete letras. Además contamos con cinco digrafos:
  • ch que representa al fonema /tʃ/
  • ll que representa al fonema /λ/
  • gu que se utiliza para representar el fonema /g/ ante e, i.
  • qu que se emplea para representar el fonema /k/ ante e, i.
  • rr que se emplea para representar el fonema vibrante múltiple alveolar sordo en posición intervocálica.


jueves, 22 de noviembre de 2012

La derivación adjetival: Aspectos generales



La mayoría de derivados adjetivales del castellano provienen de sustantivos y verbos, si bien encontramos casos de adjetivos creados a partir de grupos nominales (centrocampista), palabras parasintéticas que emplean adverbios (bienpensantes) o de otros adjetivos.

Modelos más productivos de derivación adjetival:


Los adjetivos derivados tienen como interpretaciones fundamentales las propias de los dos grandes grupos de adjetivos: los adjetivos calificativos y los adjetivos relacionales. Los primeros denotan 'semejanza', 'tendencia', 'intensificación', 'capacidad para llevar a cabo determinada acción o recibirla', 'posesión, presencia o existencia' y otras nociones semejantes. Los adjetivos de relación se suelen ajustar a la denominación tradicional de 'relativo o perteneciente a', pero puede adquirir otros sentidos como 'procedente de algún lugar' o 'partidario o defensor de algo'.
Resulta frecuente que los adjetivos relacionales se comporten en ciertos contextos como adjetivos calificativos. No obstante, la distribución de los sufijos ayuda en muchos casos a clarificar el sentido de los adjetivos (mundo acuoso/mundo acuático).
Como en todos los procesos de derivación los sufijos imponen su pauta acentual a la base. La raíz mantendrá su pauta siempre y cuando resulte compatible con la del sufijo. 
Normalmente la vocal final de la base se suele mantener si es tónica, pero desaparece cuando es átona. Lo mismo ocurre con los diptongos, afectando solo a la segunda vocal o a todo el diptongo. Igualmente, se suele respetar la alternancia en la diptongación //>/o/, //>/e/, aunque no faltan casos en los que esta no se produce o incluso da lugar a dobletes. También se suele producir alternancia del tipo /en/>/in/ en los procesos de derivación N>A (volumen>voluminoso).
En la derivación adjetival suelen ser recurrentes una serie de alternancias consonánticas. Las más habituales son:
  • /-/k/: cerviz>cervical.
  • /g/-/k/: agua>acuoso.
  • /g/-/x/: esófago>esofágico.
  • /x/-/g/: cónyuge>conyugal.
  • /t/-/θ/: torrente>torrencial.
  • /s/-/t/: caos>caóticio.


Derivación nominal: nombres de conjunto, lugar y tiempo



Aclaremos en primer lugar que los sufijos que aportan un significado de grupo o colectivo reciben la denominación de sufijos de sentido abundancial. Lo aclaro, más que nada, por si nos encontramos con este término en otro lugar o resulta necesario referirse en general a este tipo de sufijos, ya que muchos de ellos no aparecen en esta entrada y han sido estudiados en otro lugar al ocuparnos de la derivación nominal. 

Sufijos -ía, -ería, -erío e -ío

Ya hemos visto que el sufijo -ía resulta especialmente productivo en la creación de nombres de cualidad o condición. No obstante, en no pocas ocasiones implican también una interpretación de grupo (ciudadanía) o colectividad (mercancía). Ocurre algo similar con las bases compositivas -grafía, -logía (bibliografía).
Existe, así mismo, la tendencia a interpretar los nombres de ciertas disciplinas como el agrupamiento de los saberes propios de las mismas, condición que no se aplica únicamente a este sufijo (poesía, arquitectura).
Por último, los nombres de estatus o condición que se forman con -ía pueden ser compatibles con la interpretación de lugar (concejalía, notaría).
En los nombres creados con -ería que designan conjuntos predominan los contables (una mantelería, dos cristalerías), aunque también existen casos de no contables (lencería). Al designar grupos de personas o animales suele adquirir connotaciones irónicas o despectivas (chiquellería, muchachería). Lo mismo ocurre con los sufijos -erío ( mocerío) o -ío (mojío, mujerío).
Son muy habituales los derivados creados con -ería que designan establecimientos comerciales (lugares). No está del todo clara la relación que se establece entre estos derivados y los formados a partir de -ero/-era. Si la relación se considera morfológica cabría suponer en el nombre de estos establecimientos un sufijo -ía (panadero>panadería). No obstante, esta explicación no da conveniente respuesta a la relación, exclusivamente léxica, que se establece entre cervecero y cervecería. En este último caso es obligatorio suponer un sufijo -ería. cerveza>cervecería.

Sufijos -ario, -era, -ero, -al, -ar, -edo y -eda

Los sufijos -ario, -era y -ero pueden designar tanto lugares (vecindario) como a conjuntos (mobiliario, cancionero). Igualmente, -era y -ero resultan habituales en la creación de nombres de árboles o plantas (cocotero, limonero).
Los sufijos -al y -ar pueden designar tanto conjuntos (costillar, dineral) como lugares (secarral, melonar). Estos sufijos tienen un sentido abundencial que les permite referirse a los terrenos plantados, rasgo que comparten con los sufijos -edo/-eda (arboleda, alameda, robledo).

Sufijos -iza, -ambre, -dura y -amen

El sufijo -iza tiene una amplia presencia en nombres que designan un conjunto de golpes (golpiza, paliza, trompiza) y también de lugares (caballeriza). Por su parte, los sufijos -ambre, -dura y -amen forman un grupo más limitado de nombres colectivos (arboladura, velamen, pelambre). 
En tiempos recientes el sufijo -amen se está volviendo especialmente productivo dando lugar a creaciones en la mayoría de los casos humorísticas (muslamen. pelamen).

Sufijos vocálicos y los sufijos -aje, -ado, -ada, -ción, -zón y -miento

Los sufijos -a, -e y -o además de crear nombres de acción y efecto se aplican a derivados nominales de lugar (consulta, consigna, cruce, paso). Es reducido el número de nombres que designan tiempo (prorroga, recreo, veraneo). Ciertos nombres eventivos que designan tareas agrícolas suelen aplicarse a las épocas del año (cosecha, poda, siega).
El sufijo -aje analizado aquí es distinto del que crea nombres deverbales de acción o efecto. En esta ocasión se trata de derivados denominales que expresan cantidades (kilometraje, octanaje), grupos de animales (bestiaje, corderaje) o de personas, frecuentemente con cierto matiz irónico, (paisanaje). Otro grupo de nombres hacen referencia a conjuntos de elementos de muy distinto orden (andamiaje, balconaje).
Muchos sustantivos denominales que denotan grupos o conjuntos se construyen mediante los sufijos -ado/-ada (empedrado, alumnado, profesorado, borregada). También pueden dar lugar a nombres de lugar (bajada, entrada, cercado) o periodos de tiempo cuando son deverbales (madrugada, invernada).
Un cierto grupo de nombres de efecto creados con -ción, su variante patrimonial -zón, y -miento pueden interpretarse como nombres de conjuntos (documentación, población, saneamiento) o de lugar (elevación, aparcamiento)

Criterios de configuración del sistema ortográfico del español



Adecuación entre grafía y pronunciación

Este principio supone que en la escritura deben registrarse todos los fonemas que se articulen en la pronunciación y, al mismo tiempo, pronunciarse en la lectura todos los grafemas que aparezcan representados por escrito. Este principio debe tomar como referencia siempre la pronunciación culta estandar.
A lo largo de la historia de la ortografía española este principio ha inspirado diferentes reformas:
  • Reducción de los grupos consonánticos etimológicos: psalmos>salmos.
  • Desaparición, en ciertos casos de la h etimológica muda: HARPYIA>arpía o harpía
  • Aceptación de pronunciaciones dialectales: bailaor.

Correspondencia biunívoca entre grafemas y fonemas

Cada grafema debería representar solamente un fonema y cada fonema debería ser representado solamente mediante un grafema. Es evidente que este principio cuenta en castellano con evidentes y engorrosas excepciones. No obstante, se trata de un principio que ha estado muy presente a lo largo de la evolución del sistema ortográfico del castellano, como por otro lado atestiguan las sucesivas reformas y criterios aplicados en este sentido:
  • Supresión de "ç" y de "ss".
  • Adopción de préstamos adaptando la grafía en contra de la etimología: biquini.

Atención a la etimología

Los dos anteriores criterios y el presente han establecido a lo largo de la configuración del sistema un curioso juego de tensiones que ha llevado o los estudiosos ha decantarse a favor de unos o de otro. Sin embargo, en el caso del español, este criterio ha tenido menos peso que en otras lenguas. Este supone que en la escritura de las palabras debe conservarse, al menos en cierta medida, la forma gráfica del étimo. Así, en castellano, se conserva el grupo consonántico etimológico "ps" (contra lo establecido por el primer criterio) en ciertas palabras aunque se pronuncie como una consonante oclusiva bilabial sorda /p/.

Uso constante

El uso constante de una determinada grafía puede servir como aval suficiente como para que la misma se conserve. Esto puede suceder tanto en casos en los que la grafía guarda relación con el étimo como para aquellos en los que el resultado es antietimológico: abogado.

Diferenciación de homónimos

Se trata de un principio poco productivo que procura mantener las diferencias gráficas siempre y cuando estas, pese a violentar alguna norma ortográfica de carácter general, colaboren a evitar la homonimia. El caso más evidente es el que conforma el uso de la tilde diacrítica.

Analogía

La aplicación de este principio debe ser posterior a cualquier otro. Supone que las variantes flexivas de una palabra, o las que comparten una misma base léxica, han de compartir idéntica configuración gráfica de los elementos que comparten. Este principio dejará de aplicarse cuando entre en conflicto con una norma de carácter general.

Unidad ortográfica

Implica que la representación gráfica de una lengua debe ser igual en todos sus hablantes y en todo su territorio, con independencia de las variantes que puedan producirse en la misma por razones geográficas, socioculturales o personales.
Todos los demás principios quedan supeditados al presente.


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Derivación nominal: nombres de persona, instrumento y lugar



El sufijo -dor/-dora y sus variantes

Se forman sustantivos a partir de bases verbales añadiendo los sufijos -dor y -dora. En ciertas ocasiones estos sustantivos pueden funcionar también como adjetivos (vendedora: La vendedora/La fiebre vendedora). 
En los derivados regulares suele mantenerse la vocal temática perteneciente a cada conjugación. No ocurre lo mismo con los derivados irregulares, en los cuales además de desaparecer la vocal temática se emplea una variante del sufijo: -or/-ora. Desde un punto de vista sincrónico parece estar más justificada esta opción que la posibilidad de asumir múltiples variantes (-tor/-tora; -sor/-sora). Como es lógico, esto implica suponer diferentes bases supletivas (instruir>instructor: [instruct] [or]).
Por el contrario, sí que resulta necesario admitir una variante de -dor/-dora para aquellos pocos casos de derivados que tienen como base un sustantivo. Se trata de -ador/-adora (leña>leñador: [leñ] [ador]).
De manera casi general los derivados que emplean estos sufijos y son de persona suelen designar agentes (atracador), aunque no faltan casos en los que esto no es exactamente así (consultor). Por otro lado, estos derivados nominales de personas pueden formarse tanto a partir de verbos transitivos como intransitivos. En ambos casos estos sustantivos pueden expresar sintácticamente sus argumentos. Esta serie de sustantivos de persona pueden asimilarse a los predicados de caracterización o de individuo o episódicos o de estado. Los primeros se suelen dividir en los que expresan hábitos o costumbres (fumador, lectora) o en profesión, oficios u ocupaciones (labrador, escritora, falsificador). A los primeros se asimilarán los adjetivos terminados en -dor/-dora que se sustantivizan mediante el un enfático. Por su parte, los que se asimilan a los predicados episódicos o de estado designan o identifican al agente de una acción particular, lo cual permite la paráfrisis mediante una oración de relativo (La fundadora del convento>La que fundó el convento). Este tipo de sustantivos suelen ir acompañados de un complemento argumental que designa el paciente de la acción.
Un gran número de sustantivos derivados creados con los sufijos -dor/-dora designan instrumentos. Generalmente se forman a partir de verbos transitivos que no son de estado (cargador, impresora), aunque no faltan casos en que se forman a partir de este tipo de verbos e incluso de intransitivos. Esta serie de sustantivos pueden contar con la variante -dor/-dera para designar instrumentos similares o muy próximos (lanzador/lanzadera).
Es mucho menor los derivados de -dor/-dora que designan lugares. Por ejemplo: cenador, comedor, asador.

Los sufijos -dero/-dera, -ero/-era, -torio/-toria, -ario/-aria


Los sufijos -dero/-dera dan lugar a nombres de agente sobre base nominal (tejedera), con la variante -ndero sobre bases verbales (curar>curandero). También dan lugar a nombres de instrumento sobre bases nominales o verbales. Especialmente productivo en este caso resulta la variante femenina (abrazadera, alargadera, heladera), aunque no faltan los casos de nombres de instrumentos con el sufijo -dero (fregadero). Por ultimo, estos sufijos crean derivados nominales de lugar. En esta ocasión la forma más productiva es -dero (abrevadero, comedero).
El sufijo -ero/-era posee distintas variantes -icero/-icera (carnicero), -adero, -atero, -etero y sus femeninos (cafetera, panadero, vinatero). Este tipo de sufijo da lugar a gran número de nombres de oficios. Generalmente el sustantivo que aparece en la base denota el producto vendido, fabricado o preparado por la persona. También puede designar lo cazado, lo buscado o la afición de la persona. No obstante, también puede designar instrumentos (rodillera), aunque son más frecuentes los que aluden a recipientes o contenedores (azucarero, panera, salero).
Los sufijo -torio/-toria, variante culta de -dorio/-doria, contribuyen a la creación de nombres de lugar generalmente a partir de verbos de la primera conjugación (ambulatorio, velatorio).
Por su parte -ario/-aria, variante culta de -ero/-era, suelen formar derivados de nombres de persona (legionario). Cuentan con la variante -tario/-taria (mandatario). No es nada extraño que -ario forme nombres de lugar relacionados con los de conjunto (acuario, herbolario).

El sufijo -ista

Se trata de un sufijo tremendamente productivo que genera nombres de persona, que ocasionalmente se pueden emplear como adjetivos, a partir de nombres comunes (artista), propios (peronista), grupos nominales (centrocampista) y otras combinaciones léxicas (cortoplacista, mileurista).
Se ha identificado la relación existente entre los sustantivos terminado en -ismo y los terminados en -ista. De este modo parece ser posible interpretar muchos sustantivos formados con el sufijo -ista como 'persona partidaria de N -ismo' o 'persona que practica N -ismo'. No está clara la relación entre estos dos derivados. En todo caso de aceptar N-ismo>N-ista debe entenderse la sustitución de un sufijo por otro.
Los derivados de -ista que no proceden de sustantivos terminados en -ismo tiene otros muchos sentidos.

El sufijo -nte

Muchos sustantivos terminado en -nte designan personas (cantante), productos (calmante), instrumentos (volante) y lugares (saliente). En la mayoría de los casos provienen de verbos de la primera conjugación. Muchos de estos verbos son verbos de estado (creyente).
Algunos de estos derivados están en el origen de sustantivos en -ncia (ignorar>ignorante>ignorancia).
Los grupos más numerosos son los que designan personas o los que aluden a productos o sustancias. Los primeros suelen hacer referencia a personas que desempeñan oficios, ocupaciones o actividades de carácter profesional, aunque no faltan las que hacen referencia a situaciones esporádicas.
También pueden surgir adjetivos en -nte que se sustantivizan con facilidad para formar nombres de persona con función atributiva (un farsante).
La mayoría de los nombres de persona creados mediante este sufijo suelen ser comunes en cuanto al género, mientras que los que designan instrumentos y productos son masculinos. Los de lugares pueden ser masculinos, femeninos o comunes en cuanto al género.

Otros sufijos y sustantivación de adjetivos derivados

Un gran número de participios se sustantivizan para designar personas. Pueden ser tanto participios de verbos transitivos, la mayoría, o intransitivos. En muchos casos designan al paciente, es decir, lexicalizan el objeto directo (el acusado). Estos participios establecen relaciones con derivados en -dor/-dora que designan al agente (empleador/empleado).
Muchos adjetivos sustantivados designan personas o instrumentos. El proceso más común es la utilización del un enfático, sobre todo con adjetivos terminados en -'ico/-'ica (un romántico) o en -oso/-osa (una envidiosa). Algunos adjetivos terminados en -'ico/-'ica o -ivo/-iva se utilizan para designar nombres de profesión (un músico) o de producto (un teleférico).
También designan personas algunos adjetivos sustantivados terminados en -al (un criminal).
Otros sufijos también colaboran a la creación de nombres de persona. Ocurre esto con la terminación -ndo/-nda, homónima de la del gerundio (doctorando). También el sufijo -ón/-ona da origen a nombres de persona de carácter despectivo (chupón) o instrumentos (fregona). El sufijo -ica crea derivados nominales de persona de ámbito reducido (un llorica). Ocurre algo parecido, pero limitado al ámbito juvenil, con los sufijos -ata, -eta y -ata (fumeta). Igualmente, los sufijos vocálicos propios de los nombres de acción y efecto pueden dar lugar a nombres de persona (adivino).
Mención a parte merecen una serie de sufijos que designan seres animados, más concretamente sus crías. Entre estos podemos mencionar a -ezno (lobezno), -ato (ballenato), -ino (palomino), -ón (perdigón) y -ucho (aguilucho).