Antecedentes
El Modernismo es un movimiento innovador que hunde sus raíces tanto en un conglomerado de influencias autóctonas como en el sincretismo estético que supusieron las diferencias tendencias artísticas imperantes en la segunda mitad del siglo XIX. En él se aúnan la veta clasicista tomada del Parnasianismo francés y una tendencia individualista y romántica proveniente, al menos en parte, de los simbolistas. No debemos ver en esto más que una aparente contradicción, pues en realidad el Modernismo logró llevar a cabo una saludable armonización de toda la herencia recibida. De la mano de los simbolistas llegará al Modernismo el uso de la técnica impresionista y el gusto por la música, arte de la sugerencia por encima de todas, aspecto este último magistral expresado por Verlaine en su Arte poética: "Sea la música antes que toda otra cosa".
José Asunción Silva |
A estos influjos capitales cabría añadir otros muchos que forman parte de la tradición artística del siglo XIX. El Prerrafaelismo, el Carduccismo y el D`annunzismo contribuyeron igualmente a configurar los caracteres propios del modernismo hispánico. Todos ellos comparten la exaltación del arte, del esteticismo, de la pasión y del placer.
De la literatura hispana los modernistas asimilarán la tradición romántica y posromántica. De Zorrilla tomarán el gusto por la innovación métrica y de Bécquer y Rosalía de Castro su intuición presimbolista.
Pero sin duda es en Hispanoamérica donde nos es posible encontrar el germen premodernista. Una serie de autores anunciarán en sus creaciones el nuevo rumbo poético. Tal es el caso de Martí o González Prada, heraldos de todo un grupo de poetas plenamente modernistas como Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, José Asunción Silva y Ruben Darío, el poeta encargado de trasplantar el Modernismo a la Península.
Pero sin duda es en Hispanoamérica donde nos es posible encontrar el germen premodernista. Una serie de autores anunciarán en sus creaciones el nuevo rumbo poético. Tal es el caso de Martí o González Prada, heraldos de todo un grupo de poetas plenamente modernistas como Gutiérrez Nájera, Julián del Casal, José Asunción Silva y Ruben Darío, el poeta encargado de trasplantar el Modernismo a la Península.
Consecuentemente, no creo que exagere en modo alguno Henríquez Ureña al situar el origen del Modernismo en el continente Americano. No obstante, debemos estar atentos a la evolución que este movimiento experimentará en tierras españolas donde, forzosamente, hubo de sufrir el influjo del ambiente finisecular. Las ideas regeneracionistas imperantes tamizarán la corriente literaria llegada de allén de los mares.
Difusión y trayectoria
El Modernismo, en parte como consecuencia de su origen, seguirá dos trayectorias, si bien las conexiones entre ambas fueron continuas, lo que ha dado lugar a una mutua influencia.
En América el modernismo adoptará un rumbo predominante esteticista, aunque es cierto que esto no implica exclusivismo. Se trata de una poesía que de manera general puede ser calificada de brillante, cromática y sensual.
En España, por su parte, es posible diferenciar dos tendencias. Encontramos en la Península, como sucede en América, un Modernismo esteticista, conectado con el colorismo de alguno de sus precursores (Reina o Rueda), en cuyas filas cabría situar a un Villaespesa o a un Manuel Machado. En esta corriente del Modernismo español jugaría un papel destacado el influjo de Rubén Darío, sobre todo tras la publicación de Azul... en 1888. El otro rumbo español surgiría bajo las circunstancias históricas del 98. Éste tendería a la sobriedad y buscaría la esencia de lo español en las tierras castellanas optando por la sencillez expresiva.
Es preciso puntualizar que la fecha del 98 no solo tiene importancia a nivel peninsular, sino que su trascendencia en lo tocante al Modernismo alcanza, si cabe con mayor fuerza, a las tierras hispanoamericanas. Los acontecimientos acaecidos en 1898 supusieron en América la emancipación completa de la metrópoli y, al tiempo, dan comienzo al proceso de expansión norteamericana en la zona. Los poetas hispanoamericanos no dejaron de intuir el peligro derivado de este cambio, alzando su voz en defensa de su propia identidad.
Es preciso puntualizar que la fecha del 98 no solo tiene importancia a nivel peninsular, sino que su trascendencia en lo tocante al Modernismo alcanza, si cabe con mayor fuerza, a las tierras hispanoamericanas. Los acontecimientos acaecidos en 1898 supusieron en América la emancipación completa de la metrópoli y, al tiempo, dan comienzo al proceso de expansión norteamericana en la zona. Los poetas hispanoamericanos no dejaron de intuir el peligro derivado de este cambio, alzando su voz en defensa de su propia identidad.
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No hay ninguna duda sobre la preeminencia del Modernismo americano sobre el europeo. Lo que en Hispanoamérica era un hecho consumado a finales del siglo XIX en España estaba tomando carta de naturaleza con la llegada de Darío en 1899. Antes del segundo viaje de Rubén, en nuestro país solo era posible detectar algunos de los recursos propios del Modernismo, habría que aguardar hasta 1900 para que el Modernismo español se encontrara plenamente desarrollado. Juan Ramón Jiménez será el autor más destacado, pero junto a él, e incluso precediéndole, encontramos a Salvador Rueda, a Francisco Villaespesa o a Valle-Inclán.
Que el Modernismo era una realidad en tierras españolas lo demuestra, además de los testimonios poéticos de los autores señalados, la oposición que demuestra una parte de la caterva literaria y crítica peninsular. Un buen ejemplo es el que nos proporciona el escritor Emilio Ferrari en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Habla Ferrari de "deformaciones y extravíos morbosos que transmitiéndose a las letras, ya que no con paralizar su progreso, amenazan con entorpecerle y retardarle si no se ataja reciamente la influencia invasora del contagio". Estas palabras, pronunciadas en 1905, denotan la buena salud del movimiento en estas fechas y al mismo tiempo evidencian la perenne brecha abierta entre las diferentes generaciones literarias. Los hombres nacidos en plena Restauración, como es el caso de Ferrari, no podían admitir la conmoción profunda de las letras hispanas que implicaba esta corriente. Desde su punto de vista, tan modernista era Benavente como Juan Ramón Jiménez, y en más de una ocasión, al sesudo Unamuno le aplicaron el deliberadamente ofensivo calificativo de "modernista".
Introducción del Modernismo en España
Antes de considerar de manera pormenorizada el proceso que culminó con el pleno desarrollo de un Modernismo español, debemos tener claras dos cuestiones.
Primero, que el Modernismo cuenta en el propio territorio peninsular con claros precedentes, los cuales no solo influirían en los escritores nacionales, sino que, al formar parte de la tradición hispana, harán sentir su influjo sobre los escritores hispanoamericanos. Junto a los mencionados escritores románticos y posrománticos, los clásicos españoles se constituirán en modelos válidos para el naciente Modernismo. Desde los autores medievales hasta Góngora, pasando por los místicos, la tradición literaria hispana inspirará tanto temática como formalmente a las nuevas generaciones literarias.
En segundo lugar, debemos ser plenamente conscientes de que el Modernismo en España comienza a tener sentido solo después de la llegada de Rubén Darío. Es cierto que antes de su llegada existían en la Península una serie de escritores que anticipaban las maneras modernistas. Un buen ejemplo serían tanto Manuel Reina como Salvador Rueda. Precisamente en este último ha querido ver parte de la crítica al verdadero creador del Modernismo español, desplazando de este puesto a Rubén Darío. Baste decir que Salvador actuó en todo momento como un precursor del movimiento, mostrándose frecuentemente deudor de los postulados poéticos del autor nicaragüense. Rueda, simplemente, no disponía de la genialidad de Darío, al cual le fue dado asimilar todas las influencias que sobre sí ejercían las corrientes artísticas de fin de siglo para incorporarlas creativamente a su voz poética. Rueda, ciertamente, mantuvo contactos estables con los poetas modernistas de América, y esto le permitió actuar como heraldo en España de la buena nueva modernista. Incluso es posible reconocer en el Modernismo español la huella de su colorismo esencialmente regionalista, pero esto no lo convierte en su creador, ni siquiera en su introductor principal, pues este papel le corresponde, por derecho, a Rubén Darío.
Darío visita España por primera vez en 1892. Ya es el autor de Azul... y permanecerá en la Península apenas dos meses. Su fama le precede y podemos considerar que, en líneas generales, se le recibe favorablemente aunque no dejen de criticarse sus resabios afrancesados.
Regresa en 1898, en esta ocasión como corresponsal del diario argentino La Nación. Dos años antes había publicado Prosas profanas, un libro de madurez y de plenitud artística que certificaba la vigencia del Modernismo, cuyos principios básicos serán profusamente imitados. Darío será recibido como maestro indiscutible. En España, inmersa como se hallaba en una difícil situación política, el Modernismo se convertirá en el modelo de las nuevas generaciones. Muchos, es cierto, se conformarán con remedar las formas, los temas, el externo armazón de los poemas ruberianos. Serán los mismos que se quedarán anclados en los clichés juveniles, repitiéndolos hasta el amaneramiento. Otros, precisamente los que han permanecido, tomarán del maestro los principios básicos y con el maestro continuarán la senda que les conducirá a entablar puentes entre su intimidad y la universalidad. Unos pocos, los que podemos incluir en el noventayochismo, encuentran en la nueva literatura un oportuno medio para dar expresión a sus inquietudes regeneracionistas. Unas inquietudes que, ciertamente, se encontraban presentes en la sociedad española con anterioridad al Desastre, pero a las cuales éste acontecimiento espoleará de manera definitiva.
Es necesario que entandamos el noventayochismo como un movimiento englobado en la corriente más amplia del Modernismo. Se trata de un movimiento crítico e ideológico que encontró un detonante en los acontecimientos históricos de 1898. No obstante, es imposible entender el carácter literario de este movimiento sin tener en cuenta las nuevas posibilidades expresivas que el Modernismo ponía a disposición de aquellos escritores que participaron de él.
Villaespesa |
Que el Modernismo era una realidad en tierras españolas lo demuestra, además de los testimonios poéticos de los autores señalados, la oposición que demuestra una parte de la caterva literaria y crítica peninsular. Un buen ejemplo es el que nos proporciona el escritor Emilio Ferrari en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Habla Ferrari de "deformaciones y extravíos morbosos que transmitiéndose a las letras, ya que no con paralizar su progreso, amenazan con entorpecerle y retardarle si no se ataja reciamente la influencia invasora del contagio". Estas palabras, pronunciadas en 1905, denotan la buena salud del movimiento en estas fechas y al mismo tiempo evidencian la perenne brecha abierta entre las diferentes generaciones literarias. Los hombres nacidos en plena Restauración, como es el caso de Ferrari, no podían admitir la conmoción profunda de las letras hispanas que implicaba esta corriente. Desde su punto de vista, tan modernista era Benavente como Juan Ramón Jiménez, y en más de una ocasión, al sesudo Unamuno le aplicaron el deliberadamente ofensivo calificativo de "modernista".
Introducción del Modernismo en España
Antes de considerar de manera pormenorizada el proceso que culminó con el pleno desarrollo de un Modernismo español, debemos tener claras dos cuestiones.
Primero, que el Modernismo cuenta en el propio territorio peninsular con claros precedentes, los cuales no solo influirían en los escritores nacionales, sino que, al formar parte de la tradición hispana, harán sentir su influjo sobre los escritores hispanoamericanos. Junto a los mencionados escritores románticos y posrománticos, los clásicos españoles se constituirán en modelos válidos para el naciente Modernismo. Desde los autores medievales hasta Góngora, pasando por los místicos, la tradición literaria hispana inspirará tanto temática como formalmente a las nuevas generaciones literarias.
Salvador Rueda |
Darío visita España por primera vez en 1892. Ya es el autor de Azul... y permanecerá en la Península apenas dos meses. Su fama le precede y podemos considerar que, en líneas generales, se le recibe favorablemente aunque no dejen de criticarse sus resabios afrancesados.
Regresa en 1898, en esta ocasión como corresponsal del diario argentino La Nación. Dos años antes había publicado Prosas profanas, un libro de madurez y de plenitud artística que certificaba la vigencia del Modernismo, cuyos principios básicos serán profusamente imitados. Darío será recibido como maestro indiscutible. En España, inmersa como se hallaba en una difícil situación política, el Modernismo se convertirá en el modelo de las nuevas generaciones. Muchos, es cierto, se conformarán con remedar las formas, los temas, el externo armazón de los poemas ruberianos. Serán los mismos que se quedarán anclados en los clichés juveniles, repitiéndolos hasta el amaneramiento. Otros, precisamente los que han permanecido, tomarán del maestro los principios básicos y con el maestro continuarán la senda que les conducirá a entablar puentes entre su intimidad y la universalidad. Unos pocos, los que podemos incluir en el noventayochismo, encuentran en la nueva literatura un oportuno medio para dar expresión a sus inquietudes regeneracionistas. Unas inquietudes que, ciertamente, se encontraban presentes en la sociedad española con anterioridad al Desastre, pero a las cuales éste acontecimiento espoleará de manera definitiva.
Es necesario que entandamos el noventayochismo como un movimiento englobado en la corriente más amplia del Modernismo. Se trata de un movimiento crítico e ideológico que encontró un detonante en los acontecimientos históricos de 1898. No obstante, es imposible entender el carácter literario de este movimiento sin tener en cuenta las nuevas posibilidades expresivas que el Modernismo ponía a disposición de aquellos escritores que participaron de él.