Buena parte de las características narrativas de la obra de don Benito Pérez Galdós son las mismas que caracterizan a la novela realista, no por nada Galdós será considerado como uno de los más destacados cultivadores del género.
De manera general podemos concluir, tal y como plantea Gullón (Galdós, novelista moderno), que don Benito irá depurando su estilo y perfeccionando su técnica en la medida en que va avanzando en su carrera, lo cual, bien mirado, no es decir demasiado, pues parece lógico que el novelista, sobre todo un autor tan prolífico, conozca mejor las herramientas de su oficio conforme las va manejando. Lo que sí ya resulta más interesante es la afirmación realizada por Pedraza y Rodríguez Cáceres (Manual de Literatura Española: Época del Realismo) a cerca del predominio de la expresión directa y eficaz de las ideas sobre los virtuosismos técnicos en la obra de Galdós.
El narrador
Lo más habitual en las novelas de Galdós es encontrarnos con un narrador omnisciente, algo por otro lado común a buena parte de la novela realista. No obstante, entre la amplia obra del escritor canario nos encontramos ejemplos de novelas dialogadas (Realidad, Casandra, El abuelo...), obras epistolares (La incógnita) o autobiográficas (El amigo Manso).
En la inmensa mayoría de casos en los que la voz narrativa pertenece a un narrador de tipo omnisciente, este puede ser testigo de los sucesos o mero transmisor de los hechos que un tercero le ha narrado (Fortuna y Jacinta). No resulta extraño que este narrador caiga frecuentemente en digresiones que le facilitan al lector información pertinente sobre los antecedentes de la historia o que, simplemente, se dedique a la especulación de carácter filosófico. Este modo de narrar hace que la acción se demore, permitiendo al lector familiarizarse convenientemente con todos los aspectos de la narración.
Pero lo que sin duda llama más la atención de este tipo de narrador es que, como apunta Sánchez Barbudo (Estudios sobre Galdós, Unamuno y Machado), es un narrador que narra desde la novela misma, tan cercano a los sucesos que duda, critica o se muestra chismoso, tan paradójicamente humano como los personajes de quien habla. Esto hará que el tono narrativo predominante sea de carácter conversacional, lo cual colaborará a que entre narrador y lector se establezca un tono de confianza, llegándose incluso a apelar directamente a este último.
Finalmente, el narrador galdosiano, como no podría dejar de ser, se muestra extremadamente cuidadoso con las descripciones, que suelen ser detalladas tanto al presentar personajes como espacios.
Diálogo, monólogo y lo onírico
Galdós destacará por el dominio del diálogo, el cual en sus novelas aparecerá intercalado con la voz del narrador, quien contribuirá a puntualizar ciertos aspectos relacionados con la personalidad de los dialogantes. De este modo, los personajes se irán construyendo tanto por lo que dicen como por lo que el narrador va diciendo sobre ellos, lo que dará lugar a un retrato completo de los mismos. Esto ayuda a que la novela gane en viveza, acercándola a esa realidad que el autor pretende reflejar.
En este sentido, destaca el magnífico uso que hace Galdós de la lengua hablada. De manera perfecta don Benito ajusta un gran número de idiolectos a las diferentes personalidades que deambulan por su universo novelesco. Recoge las múltiples inflexiones del habla coloquial renunciando a la retórica y tomándolas de la vida misma. Esto le llevará a utilizar un gran número de giros y expresiones castizas que se incrustan a cada paso en el habla de los personajes y del propio narrador.
A la caracterización de los personajes contribuirá también el uso del monólogo interior. No se trata, tal y como ocurre en el Ulysses, de un monólogo revuelto e inconexo. Esto no implica que carezca de complejidad, sino que cuenta con la suficiente como para dar entrada en la novela a aspectos de la vida de los personajes que solo nos es posible descubrir inmiscuyéndonos en sus más íntimos pensamientos, los que realizan a solas, dejando fluir su conciencia de manera libre. En combinación con este recurso, utilizado con la misma finalidad, suele emplear don Benito Pérez Galdós el monólogo interior libre. Ambos serán frecuentes en las novelas de introspección psicológica, tales como La desheredada, Fortunata y Jacinta o Miau.
Muy relacionado con estos dos recursos se encuentra la utilización de los sueños por parte de Galdós. Como en el caso del diálogo, y de manera muy cercana al monólogo interior, los sueños le permitirán a don Benito mostrar los aspectos más íntimos de sus personajes. En ellos se dejan al descubierto las aspiraciones más profundas de los tipos galdosianos, pulsiones estas que no resulta posible descubrir en la vigilia, pero que se muestran de manera alegórica en el mundo de lo onírico.
Tratamiento de los personajes
Con frecuencia se considera que Galdós es el autor que con mayor intensidad y amplitud describe los diferentes tipos que constituyen la "comedia humana" de la España de la Restauración. Ofrece el autor canario, como hemos dicho, un retrato completo de sus personajes, lo que pasa por la realización de una prosopografía y una etopeya totales que no descuiden ni los aspectos de su fisonomía ni sus honduras psicológicas.
En ciertas ocasiones Galdós optará por recurrir a descripciones burlescas, que hacen gala en buena medida del humor galdosiano y anticipan algunos rasgos de lo que será el esperpento. Igualmente, Galdós llevará a cabo descripciones enaltecedoras de aquellos personajes que gozan de la estima de su autor. Forman parte de este grupo los héroes galdosianos, en múltiples ocasiones representantes acabados del burgués liberal de talante positivista defensor del progreso.
Para Baquero Goyanes ("La 'perspectiva cambiante' en Galdós") don Benito utilizará con fruición en la descripción de sus personajes lo que denomina la "perspectiva cambiante". Esta técnica consiste en dotar a los personajes de la suficiente dosis de mutabilidad como para que se ajusten de manera coherente a la variación psicológica que los seres humanos padecemos en el mundo real. Se constituyen de este modo entes complejos, que dudan y cambian de parecer según sean las circunstancias y las necesidades que les acucian. Es cierto que esta técnica será menos habitual en sus primeras novelas. Doña Perfecta constituye un ejemplo prototípico de personaje de una sola pieza. Es obvio que el dominio de este recurso irá madurando en la medida en que el autor conozca el oficio de novelista.
Otra característica de los personajes de Galdós es que su mundo novelístico no se circunscribe a una sola novela. Resulta bastante habitual que los personajes reaparezcan en distintos textos, construyendo de este modo un paisaje humano que parece caminar y respirar por el orbe ficticio creado por el autor. Este tipo de relaciones intertextuales, especialmente común en las llamadas "novelas contemporáneas", dotan a la ficción novelesca de una autonomía conscientemente pretendida por Galdós, la cual, si cabe, se ve reforzada por la inclusión en sus novelas de personajes pertenecientes a la realidad de su tiempo.
Entre la nómina de personajes creados por Galdós encontramos un grupo que Ricardo Gullón (op.cit.) ha denominado personajes anormales. Este gusto por la anomalía social, que algunos autores como Pedraza y Rodríguez Cáceres (op.cit.) han emparentado con las técnicas naturalistas, pretende registrar una serie de patologías "psíquicas" que se derivan directamente de las condiciones ambientales impuestas por la sociedad contemporánea. Se trata de seres ambiguos y contradictorios que buscan alcanzar su pleno desarrollo vital pero que lo encuentran coartado por las imposiciones sociales. Gullón habla de cuatro tipos de personajes anormales:
- Dementes. Podemos considerar como tal al pobre Villamil, que termina enloqueciendo en Miau o, desde cierto punto de vista al menos, a Nazarín en la obra homónima.
- Neuróticos. Un caso de histerismo de manual sería el de Beatriz en Nazarín.
- Epilépticos. Tal es el caso de el ciego de Torquemada en la cruz y Torquemada en el purgatorio Rafael del Aguila.
- Rebeldes. Sería posible incluir en este grupo a Mauricia la Dura, de Fortunata y Jacinta, pura energía ella que se mueve entre lo enigmático y lo demoníaco.
Humor
El humor será una constante a lo largo de toda la creación literaria de Benito Pérez Galdós. Discurre este por las novelas galdosianas con sosegada mansedumbre, cimentado en la ironía que en múltiples ocasiones se vuelve hacia los personajes, lo cuales serán tratados con una mezcla de cariñoso desdén y cordialidad.
Alberto Montaner ("Galdós, humorista" y otros ensayos) distingue dos etapas a su juicio claramente diferenciadas.
En sus primeras novelas Galdós haría gala de un humor quevedesco, que caería muchas veces en lo caricaturesco. Generalmente los antagonistas son descritos en estas novelas como seres grotescos, recurriendo en muchas ocasiones el autor a la animalización o cosificación de sus rasgos más destacados. Para Baquero Goyanes (Perspectivismo y contraste) contra lo que podría parecer, Galdós no detecta ninguna contradicción entre el empleo de estas máscaras de carácter burlesco y sus pretensiones realistas.
Durante su etapa de madurez el humor galdosiano continuará presente si bien, como señala Montaner, ya no resultará tan hiriente como en la etapa anterior.
2 comentarios:
Sólo un detalle o errata.
El cesante que enloquece en Miau es Villamil, no Villamarín.
Por lo demás, gran corrección en las formas y en el contenido.
Agradecido quedo. Procedo a corregir.
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