Durante
la Edad Media la reflexión sobre los géneros literarios fue
indudablemente menor que durante el periodo anterior. Como
consecuencia se tendió a un considerable hibridismo genérico
con la consiguiente confusión entre los distintos subgéneros. Con
todo, ciertos autores como Diomedes en el siglo IV, procuraron
establecer una sistematización genérica con evidentes deudas
aristotélicas. Así, según el autor arriba mencionado, era posible
distinguir tres géneros: el genus imitativum, con las species
tragica, cómica, satírica y mímica; el genus narrativum, angélica,
histórica y didascálica; y el genus comune, lírica y heroica.
Durante
el Renacimiento se renovaría el interés por la teoría de los
géneros literarios. Se establecerán preceptivas y una serie de
reglas de obligado cumplimiento para el literato que pretendían
terminar con el hibridismo medieval. Los modelos a seguir serían
tanto Horacio como Aristóteles aunque, pese a lo estipulado por este
último, la producción literaria en lengua vulgar de Petrarca
provocaría la necesidad de contemplar la existencia de un nuevo
género: la lírica.
Minturno
en L´Arte Poetica
establecerá
una distinción entre género dramático, en el que hablan
directamente los personajes; el género épico, donde la voz de los
personajes se entremezcla con la voz del poeta; y el género lírico,
donde únicamente encontramos la voz del poeta.
Por
lo que se refiere al Barroco, es necesario diferenciar el Barroco
francés, donde se perpetuarán los principios que hubieron de regir
la clasificación de los géneros durante la época anterior, del
Barroco italiano y español. En estos territorios la cuestión de los
géneros resultó mucho más controvertida. Frente al intento por
parte de las nacientes Academias por mantenerse fieles a la división
genérica planteada en el siglo XVI, algunos autores plantearon la
necesidad de adentrarse por nuevos caminos genéricos tendiendo al
hibridismo y a la creación genérica.
No
obstante, la llegada del Neoclacismo terminó con estas pretensiones
innovadoras. La acomodación del arte a la Razón, al buen gusto y a
las reglas impidió el desarrollo pleno de los intentos barrocos
retomando los principios organizativos clásicos.
Sin
embargo, la Ilustración, con su relativismo, abriría el camino para
la llegada de toda una revolución en lo que a la concepción
genérica se refiere. Para el Romanticismo el autor, verdadero
demiurgo, no podía ver limitado su espíritu creativo por las normas
y las reglas. Como apuntara Schlegel, la literatura antigua era
genérica y consecuentemente artificiosa. Frente a esta se erguía
una literatura moderna, agenérica, absolutamente libre y encaminada
a convertirse en literatura total.
Idéntica
opinión expresaria Victor Hugo en su Prólogo
a Crommwell. Para
este autor la vida era esencialmente protéica y la literatura, su
manifestación artística, no podía admitir el encorsatimiento de
los principios genéricos.
Como
podemos ver, el Romanticismo supuso un cambio radical en la
concepción de los géneros. El acento que se puso en la libertad
absoluta del genio creador provocaría el surgimiento de un
desaforado afán de originalidad que, lógicamente, maniraba mal con
el canon genérico imperante. El resultado fue el surgimiento de
nuevos subgéneros, el hibridismo absoluto y la ruptura con el decoro
poético.
No
obstante, no faltarán en este momento voces que se ocupen en desarrollar una teoría sobre los géneros. Así, para Hegel, los
géneros no serán meras estructuras clasificadoras. Desde su punto
de vista los géneros objetivizan el espíritu absoluto y mantienen
entre sí una relación de tipo dialéctico. De este modo, la épica
equivaldría a la tesis, se trataría del primer género en aparecer
y se encargaría de expresar la visión objetiva de un ser o un
pueblo sobre la realidad. Por su parte la lírica, la síntesis de su
sistema, resultaría propio de sociedades evolucionadas y
contribuiría a la expresión de la subjetividad sentida por el
hombre enfrentado a su entorno. Por último, el drama, síntesis,
supondría la expresión tanto de la subjetividad como de la
objetividad.
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