La romanización supuso un lento proceso por el cual se asimilaron las estructuras socio-políticas, administrativas y lingüísticas del Imperio Romano. Este proceso, estará determinado por diversas circunstancias. Así, desde el punto de vista diatópico y diacrónico, serían las regiones de la Tarraconensis y de la Bética las primeras en recibir el influjo de la cultura romana. De igual modo, desde un punto de vista diastrático, la romanización será más intensa entre los miembros pertenecientes a las clases altas de la sociedad.
La conquista de la Península Ibérica daría comienzo en el año 218 a.C. y no concluiría hasta el año 19 a.C. En términos generales, esto supondrá un proceso de romanización temprano en términos históricos, lo cual explica el conservadurismo del latín hablado en el territorio.
La sustitución de las lenguas autóctonas por la lengua latina tuvo su comienzo con la inclusión en el ejército imperial de mercenarios autóctonos que, al licenciarse, recibían la ciudadanía romana y comenzaron a asentarse en territorios de la Bética y la Tarraconensis formando colonias que adoptando el modo de vida romano.
En el resto de la Península el proceso fue mucho más lento y la romanización no sería completa hasta el siglo I a.C. manteniéndose durante un amplio periodo de tiempo una situación diglósica que comenzaría a remitir con la generalización del cristianismo.
Recordemos, no obstante, que el latín que se asienta en la Península es su variedad oral, es decir, el latín vulgar con todas sus peculiaridades diastráticas y diatópicas. En esencia, el castellano, como el resto de lenguas romances peninsulares, heredará de esta lengua la mayor parte de su sistema fonológico y su estructura gramatical.
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